Madonna: Oda a una reina sin corona

Madonna

Es omnipresente en el mundo entero por la calidad de su música, sus provocaciones y looks siempre cambiantes y nuevos récords que no deja de batir: 350 millones de discos vendidos, 273 premios (entre ellos siete Grammys, dos Golden Globes, 20 MTV y cinco Billboard Music Awards), 10 giras mundiales... Esa es Madonna. Pero reducirla a cifras no sería justo: sí, es la cantante femenina más exitosa de todos los tiempos, pero también una artista multidimensional que reivindica el derecho a reinventarse; a ser espiritual y a la vez enfrentar a la religión; a exaltar su cuerpo y exhibirlo; a no respetar los códigos que se atribuyen a las mujeres; a reivindicar su libertad...

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Quienes la conocen muy bien, hablan de una profesional dedicada y una perfeccionista obsesiva. Cuando apenas tenía 35 años, con varias paredes repletas de discos de oro y platino, comenzó a tomar clases de canto para mejorar su voz. Nada, ni el cansancio ni la tristeza, la alejan de su rutina de gimnasia diaria y su clase de yoga. Aun cuando consumía drogas, como confesó al mensual Interview, “tomaba litros de agua para purificar mi sistema”. Pero las dejó de un día para otro, y relató su experiencia en su canción “Devil Pray” (2015). Desde hace más de tres décadas se habla de Madonna (o quizá debería decirse que ella hace hablar de ella), ya sea con entusiasmo o indignación, pero jamás con indiferencia. ¿Qué la impulsa a seguir adelante, a continuar alimentando su celebridad planetaria, a ser quien es?

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“No soy la dueña de mi talento, soy la administradora”

Niña herida, adolescente rebelde

Madonna Louise Veronica Ciccone nació el 16 de agosto de 1958 en Bay City, un barrio a las afueras de Detroit. Tercera de seis hermanos, perdió a su madre (víctima de cáncer de pecho) cuando tenía apenas seis años de edad, un evento traumático que dejaría en la pequeña una profunda herida y un sentimiento de ausencia que transmitiría después en canciones como “Mother and Father” o “Promise to Try”. Cuando en 1966 Anthony, su padre, a quien ella adoraba, se casó con Joan Gustafson, la severa ama de llaves de la familia (con quien tendría luego otros dos hijos), la niña se sintió traicionada y su relación con su progenitor nunca se recuperó. Ya adolescente, su padre le imponía clases de piano, que ella detestaba. Madonna necesitaba saltar, moverse, y tuvo que rogarle y convencerlo para que le permitiera tomar cursos de tap, jazz y danza moderna. Cuando tenía 15 años, uno de sus profesores la llevó a un club gay de Detroit, cuyo ambiente le fascinó de inmediato. Años después, en una entrevista por la cadena inglesa ITV1, se confesó “muy cercana a su público gay” y se definió como “un homosexual encerrado en un cuerpo de mujer”. Al terminar la secundaria (siempre fue una excelente alumna) obtuvo una beca para estudiar en la Escuela de Música, Teatro y Baile de la Universidad de Michigan. Pero, impaciente, luego de dos años abandonó los estudios y en 1978 partió a Nueva York, la ciudad de sus sueños. “Desde el minuto que llegué supe que iba a sufrir y que iba a ser muy duro, pero que allí me iba a quedar”, comentó en el programa de radio del periodista Howard Stern. Para mantenerse y pagar sus clases en la compañía de danza Alvin Ailey, trabajó en una cafetería de la cadena Dunkin’ Donuts. Pero no tardó en conocer al músico Dan Gilroy, con quien se instaló en una sinagoga abandonada en Queens y se unió a su banda, Breakfast Club, como baterista y vocalista. Obvio, al tratarse de ella, no duró mucho en la relación ni en la banda. Sin embargo, el DJ de Danceteria, una discoteca que frecuentaba, quien la había escuchado cantar, la contactó con el popular empresario Seymour Stein, entonces presidente de la discográfica Sire Records (perteneciente a Warner). “Aunque éste se encontraba en el hospital, Madonna lo abordó en su habitación y lo sedujo con su personalidad”, indicó en una entrevista Liz Rosenberg, publicista de la artista. Poco después, la futura estrella, a quien llamarían la ‘Reina del pop’, firmaba su primer contrato.

El fenómeno

Los primeros dos títulos que grabó para Sire, “Everybody” y “Burning Up”, fueron inmensos éxitos en las discotecas, y Madonna, su primer álbum, salió a la venta en julio de 1983. La joven puso mucho trabajo y dedicación no sólo en el material musical, sino también en su imagen, creando un aspecto osado y personal: tops de encaje, minis sobre pantalones capri, ombligo al aire, medias de red, crucifijos, pulseras, cejas gruesas, labios rojos y pelo descolorido, como si hubiera tratado de quebrar todas las reglas vestimentarias de su infancia. El éxito cayó de golpe: en 1984 vendió 10 millones de álbumes, lanzó una moda y protagonizó una película, Desperately Seeking Susan. El fenómeno estaba en marcha. Su segundo álbum, Like a Virgin (1985), cuyas palabras escandalizaron a la América conservadora, confirmó su estatus de diva. Y nada la detendría. No satisfecha con expresarse a través de la música, incursionó en el cine, como actriz, directora y productora; pero salvo en raras excepciones (la ya mencionada Desperately Seeking Susan y Evita, 1996), las cintas en las que participó fueron fracasos de crítica y taquilla. Más aún, fue nominada 15 veces a los premios Razzie como peor actriz, y los ganó en nueve ocasiones. Eso calmó su entusiasmo.

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En 2003, durante el show de los Video Music Awards, Madonna y Britney Spears, la “princesa del pop”, sorprendieron a todos con un beso.

“Creo que la principal razón por la que pude expresarme es porque no tuve madre. Las madres enseñan buenas maneras y yo nunca aprendí esas reglas”.

Amores y decepciones

De actores a modelos, de entrenadores a deportistas, e incluso mujeres, su historia romántica es tan colorida como su carrera. Algunas de sus relaciones fueron fugaces, como con Warren Beatty, Lenny Kravitz, la actriz Sandra Bernhard o supuestamente John F. Kennedy Jr. Otras, como la del músico John “Jellybean” Benitez; el pintor Jean-Michel Basquiat; los raperos Vanilla Ice y Tupac Shakur; el basquetbolista Dennis Rodman, o su inseparable Ingrid Casares, fueron más consistentes. Sean Penn, con quien se casó en Los Ángeles en 1985 entre media docena de helicópteros sobrevolando la ceremonia, fue un hombre importante en su vida. A los 25 años, era el actor más rebelde de su época; ella, a los 27, la superestrella del planeta: una pareja ideal. Pero sus cuatro años de convivencia estuvieron plagados de episodios de violencia, disputas, reconciliaciones, terminando en un divorcio amigable y, de hecho, hoy aún se guardan afecto. En diciembre de 2016 coincidieron en un evento caritativo por Malaui en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, donde ella, bromista, prometió que volvería a casarse con él “si hacía una donación por 150,000 dólares”. Penn rió de buena gana, aceptó el desafío... pero la chacota quedó allí.

En 1994 conoció al cubano Carlos León, quien fue primero su entrenador y luego su amante. Dos años más tarde nació Lourdes, su hija; pero aún así, poco después, la relación llegó a su fin. También con él Madonna mantiene una excelente relación. En entrevista para People, León afirmaba estar “por siempre agradecido a Madonna” porque de esa relación quedó Lourdes. “Mi hija lo es todo para mí”, afirmaba.
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Nueve de las 10 giras que ha realizado han sido mundiales. En ellas ha sumado 592 presentaciones, lo cual la ha convertido sin duda en la reina de los escenarios.

“Cuando tengo hambre como. Cuando tengo sed bebo. Cuando quiero decir algo lo digo”.

A pesar de que tras su experiencia con Penn había jurado no volver a casarse, al conocer al director inglés Guy Ritchie, en 1999, cambió de opinión. Aseguraron que fue amor a primera vista, y gran velocidad, pues en agosto del año siguiente nació su hijo Rocco. Cuatro meses después se casaron en el castillo Skibo, en Escocia, en una fiesta superexclusiva a la que asistieron Gwyneth Paltrow, Stella McCartney, Rupert Everett, Jean-Paul Gaultier, Donatella Versace y Sting (quien los había presentado). Ella vestía Stella McCartney, y Ritchie, una falda escocesa. Algunos invitados recordarían la velada por su atmósfera sofocante debido a una seguridad de hierro, pero ninguna imagen se filtró al exterior.

Por amor a Ritchie se instaló en Inglaterra, donde dividían su tiempo entre Londres y su residencia de campo en Wiltshire. “Quiero a alguien que tenga opiniones y sea fuerte”, decía, feliz, al periódico The Daily Mail. Y él parecía cumplir con esas cualidades. Por un tiempo Madonna se divirtió en el rol de esposa formal, cambiando sus vestimentas osadas por twin sets y vestidos a flores, pero esa vida no era para ella. En octubre de 2008, tras meses de rumores, se confirmó la ruptura. “Me sentía como encarcelada, no podía ser yo misma. No creo que el matrimonio sea algo malo, pero si eres una artista, debes encontrar a una persona que te acepte como eres y que esté cómodo con eso”, declaró al diario británico The Sun. Ritchie, por su parte, fue más específico cuando habló a The Mirror: “Vive obsesionada con su imagen pública y todos los que la rodean, que adoran el altar de Madonna, hicieron imposible que tuviéramos una vida normal. Al final nuestro matrimonio era un circo”. Su pasión por la cábala, disciplina esotérica del judaísmo jasídico, también jugó un rol en la separación. Cuando él decidió abandonar el culto al que ella lo introdujo, no se lo perdonó.
En los últimos años, sus parejas fueron haciéndose cada vez más y más jóvenes: el modelo Jesús Luz, el bailarín Brahim Zaibat, el coreógrafo Timor Steffens o, el último sabido, el modelo Kevin Sampaio; todos de 25 a 30 años menos que ella. De los que ironizan sobre sus toy boys, comentó ella en Harper’s Bazaar: “Sí, tengo amantes 30 años menores que yo, y eso incomoda a la gente”.

Sus hijos, la pasión de su vida

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Arriba derecha: con su hija Lourdes, en 2010. Abajo izquierda: con su hijo adoptivo David, en 2008. Derecha: con su exesposo Guy y sus hijos, Rocco y Lourdes, en 2007.

Si los hombres llegan, pasan y se van, sus hijos son sus verdaderos amores. Su familia, como ella, va transformándose y hoy es una tribu birracial con seis hijos, de cinco a 21 años.
El nacimiento de Lourdes, “Lola”, su primogénita, en 1996, la llenó de dicha. “Yo no tuve una madre en cuyos ojos pudiera reconocerme y ahora miro a los ojos de mi hija y me reconozco al fin”, confesó a Oprah en su emisión de televisión. “Ella cicatrizará mi dolor de haber crecido sin madre”. Cuatro años después nació Rocco, su hijo con Guy Ritchie, y en 2005 adoptaron juntos a David, el primero de sus niños de Malaui. El divorcio no puso fin a su deseo de más sucesores, pero cuando quiso adoptar a Mercy James en 2009, se enfrentó a la oposición de la justicia en Malaui por ser divorciada. Sin embargo esto no fue suficiente para detenerla, pues contrató a un equipo de abogados que llevaron su caso hasta la corte suprema. “No fue una batalla fácil, pero luché por Mercy y gané”, confesó la diva en julio del año pasado, durante la inauguración del instituto para cirugía pediátrica que financió en Malaui y al que dio el nombre de su hija. En dicho evento se hallaban también sus dos niñas más pequeñas, las mellizas Esther y Stella, de cuatro años, adoptadas en 2017. En esa ocasión el presidente del pequeño país africano, sensible a todo lo que ella hace por ellos, la declaró “hija de la nación”.
Madonna admite que es una madre severa, pero es capaz de todo por sus hijos, incluso dejar Manhattan e instalarse en la tranquila Lisboa para que David, cuyo sueño es ser jugador profesional, pueda asistir al centro de formación del club de futbol Benfica. Desde entonces, en su nuevo rol de soccer mom, ha subido numerosos videos a su cuenta de Instagram, mostrando su nueva vida junto a sus cuatro hijos menores. No obstante, su relación con Rocco es más delicada. En 2016 el adolescente de 16 años se fue a vivir con su padre, desencadenando una intensa batalla legal por su custodia. Si bien la obtuvo Ritchie, desde entonces las cosas parecen haber mejorado entre madre e hijo. En cambio, Lourdes siempre ha estado muy unida a su madre. “Little Star”, como Madonna la llamaba cuando era niña, lleva tatuado en sus dedos Mom y Dad, por sus padres, a quienes adora.

Su nueva lucha

Madonna sigue sorprendiendo y, en cierta manera, indignando. Las críticas la motivan, pero éstas han cambiado a través de los años. “Al principio me llamaban una provocadora porque usaba mi sexualidad como parte de mi creatividad. Pero ahora todos los desafíos que tuve que enfrentar parecen ridículos”, comentó a la revista estadounidense The Cut.

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Con su gran amigo, el también fenómeno del pop Michael Jackson, en Beverly Hills, California, 1991.

“Si no puedo ser atrevida en mi trabajo o en la manera en que vivo, entonces no veo el sentido de estar en este planeta”.

Hoy, en cambio, su nueva lucha es la discriminación por envejecimiento. “La edad sólo se evoca cuando se trata de mujeres. Eso es sexismo, machismo y misoginia”, declaró hace poco al semanario musical Billboard. “Me juzgan porque salgo con hombres más jóvenes o hago cosas que se consideran de mujeres de menos años. Pero, ¿quién decidió esas reglas?”. La cantante afirma que seguirá luchando contra ellas y augura que, “en 20 años, lo que hago será normal y la gente se callará la boca”. Y todo indica que, sí, lo logrará.

La diva y sus looks

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Melena garçonne y chaqueta de cuero en “Papa Don’t Preach” (1986).
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Morena de largos rizos en “Like a Prayer” (1989).

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Rubia y andrógina en “Express Yourself” (1989).
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En corsé Jean- Paul Gaultier en la gira “Blonde Ambition” (1990) .
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Cool y espiritual en “Ray of Light” (1999).

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De vaquera en “Music” (2000).
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Señora inglesa en la promoción de su libro para niños “The English Roses” (2003).
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Melena a lo Farrah Fawcett en “Confessions on a Dance floor” (2005).
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