Si las actuales infidelidades dan de qué hablar, imagina las de los años 40 o 50: los pecadores eran mandados a la hoguera. ¿Un ejemplo? Debbie Reynolds y Elizabeth Taylor eran las mejores amigas hasta que la primera descubrió accidentalmente que su marido, Eddie Fisher, la engañaba con la segunda, quien acababa de quedar viuda. Se divorciaron y los amantes se casaron. Años después, Taylor engañaría al cantante con Richard Burton, lo dejó, se casó con el actor y, lo mejor, se reconcilió con Debbie.


Por su parte, la relación entre Lauren Bacall de 19 años y Humphrey Bogart de 44, comenzó en la filmación de To Have and Have Not (1944). ¿El problema para la moral de la época? Él estaba casado. Al final se separó y Lauren se convirtió en su cuarta y última esposa. Algo parecido pasó con Vivien Leigh y Laurence Olivier: se les cita como una de las grandes historias de amor, pero no se menciona que cuando la relación comenzó, en el rodaje de Fire Over England (1937), él estaba casado.


Por último, una infidelidad que casi le cuesta la carrera a una de las más grandes actrices del mundo: en 1949, una casada Ingrid Bergman filmó bajo las ordenes de Roberto Rossellini la cinta Stromboli; se enamoraron, la actriz quedó embarazada… y la bomba explotó. Tanto la Iglesia católica como la luterana sueca la condenaron; recibió miles de furiosas cartas de desconocidos (“bruja” era el menor de los insultos) y fue declarada persona no grata en Estados Unidos, lo que la obligó a exiliarse por unos años en Italia con el director, con quien se casó en 1950. Al final, Hollywood le perdonó el desliz y en 1956 la “aceptó” de vuelta. Un año después se divorciaba de Rossellini.
