Los 120 años de Swarovski

Los 120 años de Swarovski

Los cristales Swarovski están presentes en la moda, el cine y la joyería, así como en los adelantos tecnológicos que hacen parte de nuestra vida. Un magnífico libro celebra sus colaboraciones y sus 120 años de existencia

Las colaboraciones son un factor esencial del éxito de Swarovski. Desde hace más de un siglo, los más talentosos creadores de moda desde Paul Poiret hasta Alexander McQueen; arquitectos de la talla de Zaha Hadid, artistas como Ron Arad y diseñadores industriales o ganadores del Oscar se han inspirado en la belleza y la versatilidad de sus cristales para crear piezas extraordinarias. Asimismo, esas mentes creativas empujaron a los científicos y técnicos de la casa a producir nuevos colores y formas innovadoras de cristales. A su vez, cada adelanto alentó a los creadores a llevar su imaginación más allá y a concebir proyectos más y más audaces, en un proceso sinfín en el que arte y técnica se alimentan continuamente.

Y todo comenzó con un pequeño taller.

?UN DIAMANTE PARA CADA MUJER?

Daniel Swarovski llegó a Wattens, un tranquilo pueblecito de Austria en 1895. Allí, con su asociado Franz Weiss, alquiló una fábrica abandonada para instalar un taller para cortar cristal, una industria muy desarrollada en su Bohemia natal (actual República Checa), pero desconocida en el Tirol. El joven había aprendido la profesión en el pequeño taller de su padre, pero una visita a la Exhibición Eléctrica, en Viena, en 1883, hizo germinar en él la idea de una máquina para cortar los cristales con precisión milimétrica, herramienta que patentó en 1892 y que cambió para siempre la industria del cristal.

Aun así, difícilmente hubiera imaginado que un día la empresa a la que le dio su nombre emplearía a 35.000 personas y tendría 800 puntos de venta en 120 países; que generaría 3.300 millones de dólares al año y que un día produciría 20.000 millones de piedras de cristal por año para instrumentos ópticos, reflectores de luz, elementos de candelabros, figurinas y, por supuesto, para piezas de bisutería.

Apenas unos años después de poner en práctica su invento, la fábrica producía piedras tan exquisitas, que las más prestigiosas joyerías de París usaban las ?piedras talladas del Tirol? como argumento de venta.

A lo largo de las décadas, las subsiguientes generaciones de la familia siguieron desarrollando nuevos productos y técnicas. En 1956, Manfred Swarovski trabajó personalmente con Christian Dior para crear una piedra especial. El resultado: un nuevo revestimiento bautizado Aurora Borealis daba al cristal un efecto iridiscente y captaba el tono de la ropa. El éxito fue fenomenal.

Por cierto, Christian Dior no fue el primer modisto en percibir el poder y la importancia del cristal. Si bien se adjudica a Coco Chanel la popularización de la bisutería, los cristales Swarovski ya formaban parte de la propuesta creativa de otros modistos antes que ella. En 1912, Paul Poiret diseñaba joyas para acompañar sus creaciones y Madeleine Vionnet hacía desfilar a sus modelos con collares de cristales y plumas. Jeanne Paquin y Charles Frederick Worth usaban cristales en joyas y bordados, pero fue Chanel quien, en los años 20, dio a la bisutería el imprescindible toque chic y la hizo aceptable en la high society. Y, cuando en los años 30, la Gran Depresión económica alejó a muchas mujeres de la posibilidad de comprar piedras preciosas, la industria de la bisutería floreció como nunca y los nietos del fundador hicieron realidad su sueño de ?un diamante para cada mujer?.

EN HOLLYWOOD

La relación de Swarovski con Hollywood y el mundo del espectáculo es muy antigua: la casa siempre trabajó mano a mano con vestuaristas y escenógrafos para crear fabulosos trajes, joyas y sets.

Desde sus comienzos, a principios del siglo XX, el cine mudo dependía solo de la imagen para contar una historia y ya entonces, los cristales eran un elemento visual esencial para lograr un efecto dramático. Las primeras estrellas vamps como Theda Bara y Pola Negri resplandecían con sus vestidos cargados de cristales. En los años 30, el cine fue el refugio de preferencia para escapar de la triste realidad económica. Cuanto más difícil era la vida diaria, más espectacular era el vestuario de las actrices. Marlene Dietrich en La emperatriz escarlata (1934), filme en el que encarnaba a Catalina la Grande, quitaba el aliento con un traje incrustado con cristales, mientras que Mae West brillaba como un candelabro encendido en No soy un ángel (1933).

La llegada del tecnicolor provocó una profusión de musicales y películas épicas. La fusión del color con la moda y la fantasía resultó irresistible para vestuaristas y escenógrafos, y destapó aún más su imaginación. Filmes como Los caballeros las prefieren rubias (1953), con Marilyn Monroe; Desayuno en Tifanny (1961), con Audrey Hepburn, o Cleopatra (1963), con Elizabeth Taylor, atraían al público tanto por sus estrellas como por sus fabulosas y a menudo centelleantes vestimentas.

Más recientemente, los suntuosos trajes de Nicole Kidman en Moulin Rouge (2001) y de Natalie Portman en Black Swan (2010), la corona de Emily Blunt en La joven Victoria (2009), los magníficos juegos de joyas de Keira Knightley en Anna Karenina (2012), de Carey Mulligan en El gran Gatsby (2013) y de Lily James en Cenicienta (2015) fueron realizados con cristales Swarovski así como el candelabro de El fantasma de la Opera (2004).

En realidad, las colaboraciones de la marca Swarovski con el cine son tan frecuentes, que ha establecido equipos permanentes en Hollywood y en Londres, que trabajan estrechamente con los estudios. Evidentemente, citar todos los filmes en los que ha participado sería imposible.

JOYERÍA Y DISEÑO

De la misma manera, es imposible listar a todos los creadores y casas de moda a los que hoy día la marca provee sus cristales: Chanel, Dior, Versace, Armani, Yves Saint Laurent, Jean Paul Gaultier, Riccardo Tisci para Givenchy, Alber Elbaz para Lanvin, Prada, Mary Katrantzou, Cristopher Kane, Alexander Wang, Elie Saab y Oscar de la Renta son apenas algunos de ellos. Sin embargo, una mención especial se impone: Alexander McQueen.

Fue la amistad entre Nadja Swarovski ?a la cabeza del imperio familiar y miembro de la quinta generación ? y la editora Isabella Blow, la que condujo a una colaboración con McQueen en 1999 y a la creación de Swarovski Collective, un programa de apoyo a diseñadores emergentes. Los resultados fueron técnicamente ingeniosos e irreverentes de espíritu, e inspiraron a otros diseñadores a considerar los cristales desde una nueva perspectiva. Swarovski ya no solo era una industria tradicional, también era cool.

Así, la alta costura elevó la bisutería de moda a un nuevo nivel. A lo largo de las décadas, Swarovski proveyó cristales a cientos de firmas y de creadores, tanto en Estados Unidos como en Europa, y en los años 80 decidió lanzar sus propias colecciones. Una de sus creaciones más icónicas, el anillo Nirvana (1998), es un infatigable best seller.

Pero también, aún bajo el nombre de Swarovski continúa la tradición de colaboraciones, ya sea con diseñadores de joyas o artistas de vanguardia como Philippe Ferrandis, Hussein Chalayan o Yoko Ono, quien diseñó una llave de cristal ?para abrir el universo?. La Maison Martin Margiela trabajó con Swarovski para crear una nueva piedra ?Cristalactita? y con Jean Paul Gaultier, para quien la casa ideó Kaputt, un cristal de color miel,

Asimismo, desde la creación en el año 2002 de su proyecto Crystal Palace (Palacio de Cristal), Nadja Swarovski solicita a artistas y arquitectos reconocidos que reinterpreten el candelabro de cristal con diseños de avanzada. Una de esas piezas monumentales realizada en colaboración con los diseñadores industriales Ronan y Erwan Bouroullec fue instalada en el palacio de Versalles para iluminar una de sus grandes escaleras. Utilizando energía LED, el candelabro del siglo XXI da la ilusión de una iluminación de velas, como en el siglo XVIII. El pasado y el presente se dan la mano. Y de eso se trata Swarovski.

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