La terapia del juego

La terapia del juego

Jugar o realizar algo que disfrutas sólo porque sí, es esencial para la salud y la calidad de vida

Lunes antes de almorzar una niña fue a jugar, ella no podía jugar, porque tenía que planchar. Así planchaba así, así... ¿Recuerdas esta canción infantil sobre la pobre niña que nunca podía jugar, porque tenía que trabajar -lavando, cosiendo, cocinando- los siete días de la semana? Irónicamente, muchas niñas y niños han crecido solo para convertirse en adultos que trabajan “7/24", como dicen los que admiten ser workaholics o trabahólicos (adictos al trabajo), sin tiempo para desprenderse de los problemas y, simplemente, jugar.

Ya sabemos que el famoso siquiatra austriaco Sigmund Freud, creador de la teoría del sicoanálisis, escribió que la capacidad de amar y trabajar es la señal del adulto sano y balanceado. Sin embargo, hoy día este concepto es retado por otro eminente siquiatra. De acuerdo con Stuart Brown, autor de Play: How It Shapes the Brain, Opens the Imagination and Invigorates the Soul (Jugar: cómo esto pone en forma el cerebro, abre la imaginación y vigoriza el alma), la capacidad de jugar es vital para mantenernos sanos de mente, cuerpo y espíritu.

Si eres como la mayoría de los adultos que viven agobiados con mil y una responsabilidades profesionales, económicas y familiares, seguramente te preguntarás de dónde vas a sacar el tiempo para jugar, sobre todo en esta época de incertidumbre económica. Y es que encima de todo, con tantas empresas reduciendo el personal, muchos se ven obligados a trabajar el doble que antes. Entonces... ¿quién tiene tiempo para esas cosas de niños? ¡Se te hace tan frívolo e irresponsable!

Sin embargo, Brown insiste en que precisamente ahora, ante estas circunstancias, los adultos, sobre todo aquellos que se consideran maduros y responsables, deben separar un tiempo para echar a un lado las presiones y liberar el espíritu a través del juego. “Jugar es particularmente importante en períodos de estrés sostenido”, explica Brown, fundador del National Institute of Play, una institución sin fines lucrativos localizada en Carmel, California, donde lleva a cabo estudios sobre la importancia del juego en la vida de los adultos.

JUEGOS DE VIDA

De acuerdo con su teoría, cuando el día a día se vuelve una lucha por la supervivencia, o una competencia para ser el mejor, la tensión puede llegar a causar serios estragos no solo en la calidad de vida, sino en la salud física y mental. La ausencia del juego en nuestra vida, explica, nos vuelve rígidos y apaga la llama de la creatividad. Esto no solo tiene consecuencias negativas en nuestro trabajo, sino, sobre todo, en nuestras relaciones personales. Y es que entonces estas carecen de alegría, espontaneidad y buena comunicación.

Además, la depresión -ese estado de ánimo que nos roba los colores y nos hace ver todo gris y sin sentido- es otra consecuencia peligrosa. Entonces sentimos que la vida es una interminable serie de tareas que debemos cumplir, sin el aliciente de dejar volar la imaginación o de hacer algo simplemente por placer.

Jugar, por el contrario, reduce las hormonas del estrés en el organismo y ayuda a mantener las arterias sanas, lo que es beneficioso para el sistema cardiovascular; promueve el optimismo, lo cual eleva las defensas naturales del cuerpo y mejora la flexibilidad física y mental. Jugar incluso ayuda en el proceso de envejecimiento. “Las personas que se mantienen alertas mentalmente con el paso de los años son aquellas que siguen trabajando y jugando”, explica el siquiatra. Pero eso no es todo, pues el juego también ayuda a las parejas a mantenerse unidas, ya que facilita la comunicación y mejora el estado de ánimo.

JUGAR... ¿A QUÉ?

A estas alturas nadie necesita convencerte de que jugar es bueno para ti, sobre todo cuando recuerdas lo libre, alegre y llena de vitalidad que te sentías cuando eras pequeña y te dejabas llevar por el juego y la imaginación. Entonces veías la vida como algo divertido. Sin embargo, aunque te gustaría revivir ese espíritu del pasado, has perdido la costumbre y no sabes por dónde comenzar. Aquí, algunas sugerencias.

Lleva un diario de las cosas que disfrutas. Al final de la semana, revísalo y descubrirás qué experiencias quieres repetir.

Desarrolla el sentido del humor. Hacer chistes, bromear con los chicos y jugar con las mascotas son aliviadores de estrés.

Muévete. Baila, nada, camina, practica un deporte que te gusta... pero sin ánimo de competir o de ser “la mejor”. Simplemente, disfruta de la experiencia.

Explora. Investiga nuevas formas de pensar o de sentir. Toma clases. Intenta un nuevo pasatiempo. Descubre tu mundo.

Dirige. Si te gusta organizar eventos, haz una fiesta o una
reunión. Planea unas vacaciones espectaculares. Pero... nada de perfeccionismo. Se trata de disfrutar lo que haces.

Colecciona. Si te gustan los comics de Superman, las estampillas, las muñecas victorianas o los discos de música clásica, comienza a coleccionarlos solamente por placer, no por el valor económico que puedan llegar a tener.

Usa la imaginación. Lee, ve películas, sueña despierta, haz cuentos, resolver crucigramas...

Socializa. Los juegos de mesa, las charadas, los deportes que se juegan en equipo, los clubes de libros o, simplemente, salir a cenar con los amigos, te ayuda a estrechar lazos y liberar tensiones.

Crea arte. Redecora una habitación. Pinta. Diseña un vestido. Inscríbete en una clase de cerámica.

Lo más importante, señala Brown, es la actitud con la que llevamos a cabo cualquiera de estas actividades. Cuando las hacemos con el afán de disfrutar sin presiones y dejando volar la imaginación, recuperamos, al menos por unos instantes, el espíritu libre y feliz que teníamos cuando éramos niños.

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