Realeza del siglo XXI

Realeza del siglo XXI

El mundo de las cortes reales ha cambiado muchísimo. Lo que era prohibido ya es permitido

Las muchas bodas reales ocurridas en los últimos tiempos -especialmente el maravilloso y romántico enlace de William y Kate de Inglaterra, y el de la princesa Victoria de Suecia con su amado Daniel Westling el año pasado- nos hacen recordar uniones que pudieron haberse dado, pero que no llegaron a nada. Lo mismo que romances que jamás fueron aceptados y condenaron a la infelicidad a muchos royals, pues fueron víctimas de las rígidas reglas protocolarias. Pero la monarquía de ayer no es la de hoy, y no hay duda de que el mundo de las cortes reales ha cambiado muchísimo.

Lo más curioso es que antes había infinidad de escándalos que entretenían enormemente. Las situaciones que vivían los royals llenaban páginas de periódicos y noticieros, y se comentaban en todas partes, pero ahora nada escandaliza a nadie y las cosas más locas y poco convencionales ocurren y se aceptan después de 10 minutos de asombro. Son pocos los escándalos que realmente sorprenden y perturban. Por ejemplo, cuando el príncipe Eduardo de Gales se enamoró de la divorciada plebeya Wallis Simpson se armó un escándalo de tal magnitud, que lanzó a Inglaterra a una crisis política y moral de altura. Cuando al poco tiempo de haber sido coronado como rey Eduardo VIII renunció al trono “por la mujer que amo”, el rollo fue gigantesco y provocó dramáticas consecuencias para la pareja, que como duques de Windsor nunca más pudieron vivir en Inglaterra y se convirtieron en personas non gratas para la familia real inglesa. Sin embargo, cuando hace siete años el príncipe Felipe de España se casó con la periodista divorciada y también plebeya Letizia Ortiz Rocasolano -quien había estado casada con el escritor Alfonso Guerrero, y había tenido otros amores-, la boda fue celebrada con el esplendor de una romántica ceremonia real, con la asistencia de reyes y reinas de medio mundo. El hecho de que la novia hubiera tenido un matrimonio anterior no importó.

Sin embargo, otro Borbón pariente de Felipe no tuvo la misma suerte. En 1933, Alfonso de Borbón y Battenberg, hijo del rey Alfonso XIII (el último rey de España antes de la Segunda República y la Guerra Civil) y de su esposa Victoria Eugenia (nieta de la reina Victoria de Inglaterra) se enamoró de una joven cubana de muy buena familia: Edelmira Sampedro y Robato. Como ella no pertenecía a la nobleza -lo que era un requisito según la Sanción de Carlos III, que regulaba los matrimonios reales para no perder los derechos al trono-, su familia le retiró su apoyo y los medios económicos que tenía. El príncipe Alfonso tuvo que renunciar a sus derechos sucesorios al trono en junio de 1933, convirtiéndose en el conde de Covadonga. Alfonso se casó con Edelmira en la Iglesia del Sagrado Corazón, cerca de Lausana, el 21 de junio de 1933, y sin haber tenido hijos se divorciaron en La Habana en 1937. Poco después, el príncipe Alfonso volvió a casarse con otra cubana, Marta Rocafort y Altuzarra, de quien se divorció en 1938. Una plebeya -aunque soltera y de buena familia- era inconcebible en un trono y ahora solo hay que mirar a nuestro alrededor y ver que todos los príncipes herederos están casados con mujeres que provienen incluso de familias humildes, como es el caso de Mette-Marit de Noruega y la propia Letizia de Asturias.

Un dato interesante: La vida del príncipe Alfonso fue realmente trágica, porque además de sufrir la hemofilia que heredó de su abuela, la reina Victoria, y pasar más de la mitad de su vida en hospitales, murió a los 31 años en 1938, después de un accidente de automóvil en Miami, en el que sufrió un golpe que le causó una hemorragia interna. Falleció solo en el hospital Gerland.

Otra cubana plebeya y de buena familia tuvo mejor suerte: María Teresa Mestre se casó en 1981 con Enrique de Luxemburgo, y hoy día es la feliz gran duquesa de Luxemburgo, madre de cinco hijos.

La princesa Margarita de Inglaterra -la hermana menor de la reina Isabel II- estaba profundamente enamorada del guapo capitán británico Peter Townsend, ayudante de su padre, el rey Jorge VI, quien correspondía al amor que la joven sentía por él. Pero el gobierno inglés se opuso terminantemente a que la princesa se casara con el capitán, aunque era un héroe de la Fuerza Aérea y un hombre respetable y muy admirado por todos, porque era divorciado. Aquello fue un escándalo muy triste, porque medio mundo simpatizaba con el amor de la pareja y deseaba que se pudieran casar. Desde aquel momento, Margarita, quien se había enamorado de Townsend cuando apenas tenía 22 años de edad (él era 16 años mayor que ella), nunca encontró a un hombre como el capitán. Este la había cuidado y protegido desde muy joven, y aún más a partir de la muerte de su padre el rey, y jamás fue feliz en el amor. Un hombre divorciado era entonces un verdadero horror para la corte y el gobierno. Margarita tuvo la opción de renunciar a Peter o de casarse con él, pero en ese caso perdería a su familia, su título y su país. Ella decidió renunciar al amor, pero su vida cambió radicalmente, aunque después se casó y se divorció del fotógrafo Antony Armstrong-Jones, el padre de sus dos hijos: David y Sarah.

Sí, la realeza ha cambiado mucho, y ahora nadie critica que el príncipe Alberto de Mónaco se case con una guapa plebeya llamada Charlene Wittstock, igual que lo era su madre, la actriz Grace Kelly, cuando se casó con el príncipe Rainiero de Mónaco. Tampoco ha llamado la atención que Alberto tenga dos hijos, Jazmin Grace y Alexander, frutos de dos affairs, a quienes, sin mucho bombo y platillo, todos en Mónaco y en el mundo de la realeza europea han llegado a aceptar sin pestañear.

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