El Hollywood que se fue

El Hollywood que se fue

La época dorada de este mítico lugar marcado por la fama, el glamour y los escándalos, queda para la posteridad

Casi centenarias, no quedan vivas más que dos o tres de las grandes estrellas de la edad de oro de Hollywood, un tiempo glorioso que marcó a la cinematografía mundial y que sin temor a exagerar, ayudó a modelar una parte del mundo tal y como lo conocemos.

A través de sus películas, una sociedad que luego de haber vivido entre dos guerras y necesitaba recuperar la esperanza y construir una nueva identidad, conoció y afianzó los modelos que habría de seguir.

El chico rudo de buen corazón, la coqueta encantadora, el eterno optimista, la malvada seductora, el héroe que lucha por un ideal, la chica bondadosa que se sacrifica por otros y siempre al final, el triunfo del amor: los paradigmas que nos legaron estos actores y actrices son innegables.

A la vez tan inaccesibles en su calidad de celebridades y tan cercanas por los avatares de sus vidas, creamos con ellos un lazo singular. Sí, tenemos un fuerte affaire con las estrellas que nos significan mucho y queremos tanto. A ese Hollywood que nos dio a Debbie y tantas otras más, lo llevamos en el corazón.

Lugar de ensueño

Tenemos que hablar de Hollywood. Lo que a principios del siglo pasado fuera un modesto poblado en Los Ángeles, al que había emigrado un puñado de soñadores ansiosos por participar en la incipiente industria cinematográfica, con el tiempo se convertiría en el ícono absoluto del séptimo arte y la cuna de los más alocados sueños de grandeza y oropel.

La gente estaba fascinada por producciones que, aunque mudas, le hacían sentir como nunca antes: lloraban con Sparrows (1926), se entusiasmaban con The Birth of a Nation (1915), se emocionaban con The Thief of Bagdad (1924), reían con The Gold Rush (1925) y se horrorizaban con The Phantom of the Opera (1925). Pero además, en Hollywood la ficción trascendía a la realidad. Y para muestra estaban el romance de ensueño entre la bella ?Novia de América?, Mary Pickford, y el apuesto galán Douglas Fairbanks, el Lancia tapizado con piel de leopardo que conducía Gloria Swanson o la mansión de 90 habitaciones que un magnate regaló a Marion Davies. ¿Lo mejor? Las puertas estaban abiertas para todos porque, con un poco de suerte, los que no eran nadie podían ser descubiertos y encumbrarse a la fama y la fortuna.

En medio de tanta maravilla, no podía faltar el toque sórdido. Los rumores en torno a los excesos en las fiestas, las sospechas de que actores y actrices conseguían sus papeles gracias a encuentros íntimos y grandes escándalos en torno al sexo y las drogas, le habían procurado el mote de la ?Nueva Babilonia?, debido a que se le consideraba la ciudad más pecaminosa de Estados Unidos.

Vidas expuestas

El escrutinio en la vida personal de las estrellas aún no llegaba a los niveles que alcanzaría con los paparazzi, a partir de los 70. Pero los ojos y oídos del público estaban atentos a los chismes y habladurías en torno a sus ídolos, al grado de que la pluma de columnistas especializadas en chismes como Louella Parsons y Hella Hopper, adquirieron tanta influencia, que igual podían encumbrar que destruir una carrera.

Así, quedaron ventiladas las preferencias amorosas de Chaplin por chicas demasiado jóvenes, las inclinaciones lésbicas de Marlene Dietrich; el juicio a la hija de Lana Turner por asesinar al amante de su madre; los enconos entre Joan y Bette; los rumores sobre lo exageradamente bien dotado que estaba Victor Mature; las relaciones adúlteras de Ingrid y Rosellini; el amor prohibido entre Spencer Tracy y Katherine Hepburn, y el escandalazo que desató Eddie Fisher cuando abandonó a Debbie Reynolds para correr a consolar de su reciente viudez a Elizabeth Taylor, la mejor amiga de su esposa.

Sí, fuera de la pantalla los ídolos también eran humanos y este hecho indiscutible cerró el círculo porque los hizo cercanos y entrañables.

Los chismes millonarios

El cine hablado trajo a Hollywood una bonanza que lo convirtió en pieza clave para el florecimiento económico del país aun en tiempos difíciles. Pronto se iría consolidando como un ente poderoso, cerrado y con características tan singulares, que lo hicieron digno de una seria investigación académica realizada en 1947 por la antropóloga Hortense Powdermaker.

La presencia de los estudios más importantes generaba producciones millonarias. Además se instauró el star system, un esquema de manejo publicitario de los artistas que los convertía en figuras idolatradas, pero que también exponía su lado más oscuro.

Esta combinación fue explosiva. Las películas eran superatractivas; los musicales, el western, el cine negro y los melodramas, dejaban al público con ganas de más. No sólo devoraban las nuevas producciones de sus ídolos, sino también todo lo concerniente a su vida personal.

Así llegó la época dorada. Las décadas de los 40 y 50 vieron nacer verdaderas joyas: Gone with the Wind, Breakfast at Tiffany?s, The Wizard of Oz, King Kong, Bathing Beauty, It?s a Wonderful Life, Come Like It Hot, Top Hat, Cat on a Hot Tin Roof, A Streetcar Named Desire y desde luego, Singing In The Rain, son algunos ejemplos.

Luego del letrero de los créditos de ?The End?, los tras bambalinas mantenían el enganche. Qué lucían, con quién andaban, dónde vivían y vacacionaban las estrellas, eran temas superexitosos. Tal vez, como decía Powdermaker, era porque este lugar reflejaba las cosas que atraen al ser humano, pero dimensionados a proporciones exageradas; grandes mansiones, muchos amantes, glamour, fama, drama, fiesta, droga, sexo y alcohol, todo en exceso.

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