Adicción peligrosa

A veces un comportamiento inocente puede convertirse en una amenaza

Lo último que escuché fue el chirrido de las gomas raspando el asfalto y el violento impacto de metal contra metal. Después, todo se volvió negro y caí lentamente en un profundo abismo. No sé si fueron segundos o minutos más tarde, pero en algún momento desperté y escuché el sonido de las sirenas; las luces rojas y azules de los autos patrulleros; las voces dando órdenes; las quejas, el terror, el llanto...

¡Dios mío! ¿Qué había pasado...? En medio de la confusión, pude recordar fragmentos de la noche: una reunión en la casa de unos amigos... Mi esposo en el asiento del pasajero, a mi lado. ¿Por qué conducía yo? Y Emma y Diego, nuestros hijos? ¿dónde estaban? Recordé que en casa y respiré un poco más aliviada. Pero mi mente seguía haciéndose preguntas: ¿con quién había sido el accidente? ¿Cómo estaban esas personas?

Atormentada por el temor y tantas preguntas urgentes, no me di cuenta de que llegaba al salón de emergencia de un hospital. Después que los médicos me examinaron y me hicieron varias pruebas, dijeron que no tenía grandes lesiones; solo una contusión que iban a observar durante la noche.

Pero cuando pregunté por mi esposo, a pesar de su profesionalismo, noté la expresión preocupada del doctor. Solo de pensar que la vida de Daniel pudiera estar en peligro me hizo sentir pánico. Y no solo por el miedo de perderlo, sino porque ahora, con la mente más clara, me atormentaba un terrible complejo de culpa.

“INOCENTE” ADICCIÓN

Mi adicción comenzó, como casi todas, poco a poco. Mi comportamiento no llamaba la atención. Al menos, no al principio. Algunas personas me señalaban el peligro de lo que hacía, pero -como casi todos los adictos- me excusaba pensando que exageraban; que lo que hacía era completamente normal y que podía dejarlo en el momento en que quisiera. Además, yo sabía lo que hacía, pues estaba en control.

Por supuesto, como todos los comportamientos adictivos, este se convirtió en una parte tan constante de mi vida, que ya lo hacía automáticamente, sin reflexionar. Confieso que a veces, cuando veía los anuncios en la televisión o los escuchaba en la radio advirtiendo los peligros de mi comportamiento, me prometía que solo lo haría esta única vez... pero siempre había otra. Como tantas personas, en el fondo sentía que las desgracias solo les ocurrían a otros. Hasta que me tocó a mí... Lo peor de todo era que había puesto en peligro la vida de mi esposo y de esas otras personas que no tenían culpa de mis errores.

EL CHOQUE CON LA REALIDAD

El doctor me miró seriamente y me dijo: “Su esposo aún está inconsciente; además, tiene varias fracturas. Estamos estabilizándolo. Cuando tenga más noticias, se las dejaré saber”.

Decir que me sentía culpable era poco. ¿Qué les confesaría a mis hijos si a su padre le pasaba algo (no podía pensar en la consecuencia final)? En medio del miedo y de las náuseas pregunté por las otras personas envueltas en el accidente. “Es una pareja mayor. Han sufrido golpes y lesiones, pero creemos que se van a recuperar”, me respondió el médico. Después de una pausa, agregó lo que yo ya sabía: “Cuando esté mejor, la policía hablará con usted”. Dejé caer la cabeza en la almohada y seguí recordando los eventos que me llevaron a ese momento.

Antes del accidente, en muchas ocasiones estuve a punto de chocar, aunque nada grave; eran solo pequeños “sustos”. Por eso nunca sentí la necesidad de controlar mi adicción. ¿Por qué nunca supe ver que estaba jugando a la ruleta rusa y que un día iba a ocurrir una desgracia?

TERRIBLE TENTACIÓN

La noche del accidente, cenamos en casa de unos buenos amigos. Durante la cena, Daniel bebió algunas copas de vino. Yo, por supuesto, estuve tentada, pero decidí que no bebería, pues habíamos acordado que si él tomaba alcohol, yo conduciría de regreso a casa y necesitaba estar ciento por ciento sobria.

Delante de mí desfilaron el vino y los cocteles... y los dejé pasar a pesar de la tentación. Al momento de sentarme frente al volante, de regreso a casa, y de pedirle a Daniel que se colocara el cinturón de seguridad y de abrocharme el mío, me sentí orgullosa de mi fuerza de voluntad. Hice girar la llave y comencé a conducir camino a casa. Alerta y sobria. Todo iba bien... hasta que -literalmente- escuché el llamado de mi adicción.

UN INSTANTE DECISIVO

Conversaba con Daniel cuando escuché el timbre de mi teléfono celular. “Déjalo, ya te han dicho que es peligroso”, me dijo mi esposo. Yo, como siempre, justifiqué mi conducta. “Es Vicky, quizás olvidamos algo en su casa. Solo contesto un minuto y cuelgo”. Pero cuando vi que se trataba de un mensaje de texto con un comentario chistoso, decidí responderle rápidamente. “Mantén la vista en la carretera”, me advirtió Daniel, mientras yo, con una mano, manipulaba el teléfono y con la otra conducía el auto. Mirando rápidamente de la carretera a la pantalla del teléfono, y de nuevo a la carretera, comencé a escribir mi respuesta.

“Contesta cuando llegues a casa”, me insistía Daniel, pero yo traté de escribir más rápido. “Ya voy a terminar; solo me falta enviarlo”, dije... y fue entonces que vi dos enormes luces abalanzarse sobre mí y sentí el impacto. Después, todo fue silencio.

EL PESO DE LA RESPONSABILLIDAD

Nadie puede imaginar el sentimiento de culpa tan fuerte que pesaba sobre mis hombros. Tuve que contratar a un abogado, ir a juicio... Gracias a Dios, Daniel y la pareja que estuvo involucrada en el accidente se recuperaron con el tiempo. Pero solo de pensar en lo que pudo haber pasado me hizo comprender mi irresponsabilidad. Y me dediqué a hablarles a otros sobre los peligros de usar el teléfono celular cuando conducimos un auto (o realizamos cualquier acción que requiera nuestra atención total).

De hecho, varios estudios recientes demuestran que usar el celular para enviar o recibir mensajes de texto, etc., ¡es más peligroso que conducir bajo los efectos del alcohol! Incluso una investigación llevada a cabo en Gran Bretaña halló que es peor que manejar bajo los efectos de la marihuana. Y todos conocemos lo nocivo que es conducir bajo la influencia de estas sustancias.

¿Por qué tantas personas siguen usando sus celulares mientras manejan su auto? Porque, como yo, creen que están en control y que siempre tendrán tiempo de reaccionar para evitar un accidente. Además, “eso solo les pasa a otros”. Así pensaba yo, hasta que comprendí que unos segundos pueden cambiar nuestra vida para siempre. Por eso te recomiendo que actúes con responsabilidad y les inculques eso mismo a tus hijos, como lo hago yo.

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