De madre a hijo: Aprender a estar sin ti

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Veo a mi hija de tres meses y sonrío. Pienso en todo lo que le falta por vivir y en cómo ella, con su inocencia y pureza, me enseña a mí también a vivir de nuevo; a volver a sorprenderme con un rayo de sol, con una canción o incluso con mis manos. En sus primeros días de vida me era imposible dejarla de ver; sus dedos perfectos, sus ojos que apenas se abrían, sus latidos que se alcanzaban a ver delicadamente sobre la ropita que portaba… en la famosa cuarentena, observarla era mi todo, así como darle pecho, bañarla y esperar a que se durmiera, para despertar cada tres horas y volverme a mí, de cierta manera, esclava voluntaria de sus horarios guiados solo por su instinto. Justo cuando mi niña, Emilia, cumplió dos meses de vida, debí regresar a la oficina, a trabajar de modo cotidiano. Al principio debo confesar que no sentí tanto el golpe, pues me decía a mí misma: no soy la primera ni la última mujer que es mamá y que trabaja, así que mientras menos sentimiento le eche al asunto, mejor. Sin embargo, un mes después, las despedidas se han vuelto un poco más dolorosas, ya que cada día la bebé descubre algo nuevo del mundo y me duele no estar a su lado; sufro el perderme el mínimo balbuceo –pues cada vez es más platicadora–; extraño observar sus risas y descubrir, además, que la puedo hacer reír con mis bobadas; me pesa dejarla todos los días con su abuela, que la cuida con todo el amor del mundo, pero que al final no soy la que está ahí para cambiarle el pañal, darle de comer o consolarla cuando un berrinche se apodera de ella por unas horas. Hay momentos en los que siento culpa por dejarla, pero estoy convencida de que, dentro de lo difícil, existe algo positivo: le estoy enseñando a Emilia a vivir sin mí y, sin duda alguna, es la lección más dura, pero también una de las más necesarias para su desarrollo, ya que su independencia, aun tan chiquita, le dará la fuerza para saber que si bien siempre estaré a su lado, nunca seré un freno de mano, sino una acompañante que la guiará y le dará siempre lo mejor sin la condición de que se quede pegada a mí. Porque si bien tiene apenas tres meses, mi bebé me está enseñando que la mayor forma de demostrar el amor que sentimos es por medio de la libertad. Por ello, al ver el cortometraje de FUD, “Sin ti” –y escuchar a Miguel Bosé cantando “Te amaré"; mientras se desarrolla la historia–, no pude evitar soltar un par de lágrimas, pues sé que ésta es apenas la primera despedida, y que a lo largo de su historia habrán más: su primera ida al kínder, la primera pijamada fuera de casa; cuando se mude a su propio hogar o incluso si decide irse a vivir a otro país… Mamás, quiero decirles que las entiendo, que el desapego es duro desde el día uno, pero que al final lo que nunca se va de nosotras es el amor y los recuerdos que compartimos con nuestros niños, esas memorias que, cuando ellos se apartan de nuestro lado, se quedan con nosotras para evocarlos y aprender a estar bien… aun sin ellos. Por Dulce Villaseñor.

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