Vida real: Testimonio de un papá soltero

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Leo escuchaba a María sin pestañear; no estaba preparado para ese contratiempo que lo desestabilizaba por completo. Tenía muchas reuniones a las que no podía faltar, y quedarse sin niñera era un serio problema que debía resolver.

Lo siento, señor Caferata, pero ya no puedo con el trabajo. Lucía es una niña muy inquieta y necesita a una cuidadora más joven –explicó María, sintiendo pena por renunciar, pero a sus sesenta años de edad ya no podía con el trajín de andar correteando a una niña que tenía mucha energía.
Yo no quiero a otra persona con menos años, María. Tú has estado con Lucía desde que nació y ella está acostumbrada a ti. No puedo dejarla de la noche a la mañana con una desconocida –argumentó Leo, guardándose la molestia de tener que lidiar con ese imprevisto. María fue su salvavidas cuando Fany murió al dar a luz. De pronto él se encontró con una bebé a la que no sabía cómo atender, sin familiares que pudieran auxiliarlo mientras trataba de sobrellevar su pena; sintiéndose solo y angustiado por la enorme responsabilidad que ahora debía asumir sin la mujer que había amado desde que era un adolescente. Fany fue su despertar al amor, la ilusión más hermosa; la compañera con la que siempre se vio terminando sus días. Jamás imaginó que el sueño de agrandar su familia pondría fecha de expiración a esa felicidad, la que ambos compartían en medio de risas y muchos grandiosos planes que se habían esfumado. Sin embargo, con los años fue aprendiendo a ser un papá de medio tiempo. Su trabajo era muy absorbente y tener a María había sido un alivio que le permitía respirar con tranquilidad, y ahora no podía quedarse sin ella. –Contrataré a alguien que te ayude, que haga el trabajo más pesado y se encargue de llevar a Lucía al parque, pero no puedes irte –suplicó, revelando su angustia ante la idea de quedarse sin ella. –No puedo quedarme, señor; viajaré a Puerto Rico con mi hija, hace mucho que no veo a mis familiares. Mi último día es el viernes. Es poco tiempo, María. Debiste avisarme antes.
He tratado de hablar con usted desde hace quince días –le respondió molesta–, pero siempre regresa a casa cuando estoy dormida, y al día siguiente cuando lo buscaba para conversar, usted sólo me preguntaba si Lucía estaba bien. No me daba opción para decirle algo más porque salía con el café en la mano.Sabes que he tenido mucho trabajo y que ando corriendo, por eso no me parece justo que me dejes así, y encima me des cuatro días para resolver este problema.En la agencia de empleos le darán varias alternativas.Yo no quiero a otra persona –insistió, pero el sonido de su WhatsApp le recordó que ya estaba retrasado para una reunión–. Esta noche vendré más temprano y seguiremos hablando.No cambiaré mi decisión, señor –señaló resuelta–, será mejor que hable con la agencia de empleos porque yo me voy el viernes por la noche. Leo fue a despedirse de Lucía y ella lo abrazó efusiva. Siempre era así, se colgaba de su cuello y no lo dejaba ir. –Debo trabajar, preciosa... –le decía.
Y ella bajaba sus manitas a modo de resignación. No obstante, esa mañana se dio un tiempo extra para jugar con ella, elevándola y soltándola en el aire para luego girar apretándola contra él. Lucía reía a carcajadas; pero lejos de sentirse feliz al escucharla, lo invadió un ataque de culpabilidad al darse cuenta de que pasaba muy poco tiempo con ella, y entender que los fines de semana no eran suficientes para ser un buen papá. Magi tiró su bolsa de colores y fue aventando uno a uno sus tenis, exhalando de cansancio. Había estado todo el día en la tienda de mascotas, batallando sola con los animales, dándoles de comer, y recibiendo algunos pedidos que había hecho el dueño. Era un trabajo que se hacía entre dos personas, pero Max andaba ocupado abriendo otra tienda y recargándole las horas por el mismo sueldo. No le gustaba lo que hacía, pero en algo tenía que entretenerse mientras esperaba la respuesta de los colegios a los que se había postulado solicitando una plaza de profesora. –Ya llegué –dijo su madre desde la cocina. Magi salió de su cuarto para encontrarse con ella. –¿Ya llamaste a tu padre? –le preguntó Gloria mientras guardaba las compras en el refrigerador. –No –respondió y tomó una manzana.
Hoy es su cumpleaños y deberías tener ese detalle con él.Quizá, pero no me nace.No me gusta que seas rencorosa, Magi, el hecho de que nos hayamos divorciado no...Deja ese rollo, mamá, ni siquiera va a extrañar mi llamada –la interrumpió molesta–, ¿ya hablaste con tu amiga de la agencia de empleos?Sí, Gaby me dijo que en cuanto tenga un trabajo de baby sitter te va a llamar, ya le di tu teléfono.Qué bueno, porque Max me paga demasiado poco; con lo que me da no puedo ahorrar para mi carro.Sabes que puedes llamar a tu padre, él te ha ofrecido regalarte el auto que tú quieras.Claro, para callar su conciencia. ¿Qué padre se olvida de la graduación de su hija? –exclamó dolida. –Él siempre fue así...Por eso te divorciaste, porque tú también estabas harta de ser la última opción en su vida. Se encerró en su habitación para no seguir discutiendo con su madre. Entendía su posición de querer que entre ellos se diera un acercamiento, pero en más de una oportunidad ella había dado el primer paso. Lo llamó para invitarlo a comer y él nunca llegó al restaurante. Luego volvió a comunicarse una noche en la que sintió necesidad de escuchar su voz, y él la cortó rápidamente porque se encontraba en una cena con su esposa. Para su graduación no tuvo la intención de invitarlo, pero su madre insistió, y de nuevo la dejó plantada. Esa fue la última vez, pues a raíz de eso decidió borrarlo de su lista de contactos. Pasaron los días y Leo apenas podía concentrarse en su trabajo. Tenía todo acumulado debido a que el asunto de la niñera lo estaba volviendo loco. Salió de la sala de juntas y vio que tenía decenas de llamadas perdidas de la agencia de empleos, la misma que hacía seis años le había conseguido a María. Entró a su oficina y sin perder tiempo se comunicó. No le gustó la opción que le presentaron, pero accedió a conocer a la niñera porque se sentía desesperado.
Magi caminaba por las calles de Brooklyn admirando las casas señoriales rodeadas de árboles. Era la primera vez que iba a esa zona residencial y le encantó observar la arquitectura pues guardaba una similitud entre todas. Llegó a la dirección que tenía anotada y tocó el timbre. Leo apareció con una camisa arremangada y jeans desteñidos. Magi se impresionó al verlo y no pudo evitar caer bajo el encanto de su sonrisa. Era un tipo guapo de ojos grises, que la hizo pasar con amabilidad. –Gaby me dijo que eras joven, pero no imaginé que fueras prácticamente una adolescente.Tengo 24 años y soy profesora –respondió cortante. –¿Y qué haces de niñera?Me dedico a esto mientras encuentro un trabajo formal.Yo no busco a alguien temporal.Lo sé, pero soy la única opción mientras Gaby encuentra a la persona con el perfil que usted busca. Leo lo sabía, y aunque no le gustaba su estilo bohemio, le dio la bienvenida y la llevó al cuarto de su hija. –Hola, Lucía –saludó Magi, poniéndose de cuclillas. –¿Tú me vas a cuidar? –preguntó la pequeña, mirándola curiosa. –Sí, ¿te gusta cocinar?No lo sé –respondió, levantando los hombros. –Te enseñaré a hornear galletas, y tú me mostrarás lo que te gusta hacer. Leo las dejó a solas y sintió alivio al ver la facilidad con la que Magi se había acercado a su hija, así que volvió a su trabajo olvidándose, por el momento, del problema que todavía tenía.
A la hora de almorzar, Magi fue a buscar a Leo para que fuera al comedor. –¿No come los sábados con su hija? –le preguntó, con un aire de censura que Leo advirtió. –Sí, pero en este momento debo finalizar un informe.Lucía lo está esperando, y siempre puede trabajar cuando ella esté dormida –señaló cortante la joven. Leo dejó su trabajo para después. No le gustó sentirse regañado, sin embargo luego le agradeció en silencio al ver que su hija estaba muy platicadora y le contaba entusiasmada los planes que ya había hecho con Magi. –Voy a salir –le dijo a la niñera cuando Lucía se quedó dormida. –¿Terminó su trabajo?Sí...Sé que no es de mi incumbencia, pero Lucía lo necesita. Leo volvió a sentirse criticado, pero tuvo que admitir que Magi tenía razón. Durante la semana apenas la veía por las mañanas, y cuando tenía tiempo la llamaba por las tardes, aunque no era algo habitual. Los fines de semana estaban juntos, pero él siempre tenía algún informe que redactar. –¿Te pasa algo?, estás muy callado –le dijo Vivian, una amiga de la oficina con la que siempre salía a tomar una copa. –Debo regresar temprano, tengo mucho trabajo acumulado y eso me tiene demasiado estresado. No supo por qué le mintió, pero por primera vez no se sintió cómodo a su lado. Todo el tiempo pensaba en Lucía y en la niñera que de ahora en adelante dormiría en su casa. Es igual a mi padre –decía Magi alterada–, primero está el trabajo y luego la hija. Pero eso va a cambiar.No te metas –advirtió su madre. –Claro que lo haré, mamá, le haré ver su error, y si él decide seguir con lo mismo, será otro padre sin hija.
El lunes llegó temprano a la casa de Leo y puso la mesa con el desayuno. –Su hija lo espera en el comedor –le informó. –Yo desayuno en la empresa –respondió mientras ordenaba unos papeles. –Traje naranjas frescas y preparé un jugo delicioso. Se alejó antes que él respondiera, y rogó por que apareciera y las acompañara La desayunar. Leo se vio forzado a sentarse a la mesa, pero volvió a disfrutar de la alegría de Lucía, que esa mañana llevaba una diadema de colores muy parecida a la de Magi. –Ella me la regaló, y me gusta mucho –le dijo a su papá, poniendo en sus manos la banda elástica de tela. –¿Ya le has dado las gracias a Magi?No sólo eso, además me dio un fuerte abrazo –intervino sonriente la niñera. Leo se despidió de las dos y le entregó a Magi un papel en el que estaba detallada la rutina de Lucía. Pensó que su hija extrañaría a María, aunque debía reconocer que la inteligencia de Magi había distraído su atención evitando que sufriera la ausencia de su cuidadora. Esa tarde recibió varios audios de Lucía contándole lo que estaba haciendo. Era la primera vez que eso sucedía, y se imaginó que detrás de esa sorpresa estaba Magi. Por la noche pensó que encontraría a su hija durmiendo, pero ella lo esperaba con un libro de cuentos nuevo que él no había comprado. –Lo saqué de la biblioteca pública –aclaró Magi–, es para que usted comparta momentos con Lucía. Era inevitable que no sintiera que ella criticaba su papel de padre, y se prometió que luego de contarle el cuento a su hija, hablaría con Magi. –Te agradezco lo que haces por Lucía, pero, para ser honesto, no me gusta sentirme observado y criticado –le dijo a Magi, apareciendo en el cuarto de juegos donde ella ponía orden.
¿A qué se refiere? –preguntó ella con inocencia. –Estoy seguro de que crees que soy un mal padre, pero no es así.Los padres como usted tienen muchas razones para justificarse. Y todas se relacionan con el trabajo.La realidad es que debo velar por el futuro de mi hija.Se equivoca... debe velar por sus intereses. Tal vez por una buena bonificación o un ascenso se olvida de lo que Lucía necesita.¿Y qué sabes tú lo que ella necesita? –le contestó a la defensiva. –Pues resulta, señor Caferata, que yo tuve un padre como usted, que andaba de reunión en reunión, sentándose a la mesa para leer el periódico y pasando los fines de semana encerrado en su despacho. ¿Y sabe qué ha conseguido con eso? Perder mi cariño. El dinero no abraza ni te llena de amor, por eso es deber de los padres compartir instantes de calidad con sus hijos, eso acerca y une para siempre.Tengo obligaciones que cumplir. Mi trabajo es muy exigente.Tengo entendido que es el presidente de una compañía, y puede delegar funciones, pero cree que nadie hará el trabajo mejor que usted. Y está equivocado. ¿Por qué no prueba un día y regresa a casa más temprano? Leo se dio la vuelta sin decir nada. No le gustaron sus palabras, pero sabía que eran verdad. Él se adjudicaba muchas responsabilidades en el trabajo y por eso salía de la empresa alrededor de las nueve, cuando su horario de salida era Elas cinco de la tarde. Esa noche no durmió pensando en Magi, en sus ojos negros y en la pasión que guardaban sus palabras. Menuda niñera se había encontrado; no obstante, le gustó su atrevimiento para encararlo como lo había hecho. Se prometió que cambiaría su rutina, y por ello al día siguiente hizo un nuevo reordenamiento en sus tareas. Lucía era su prioridad, y le agradecía a Magi que lo pusiera contra la pared.
Empezó a salir a las cinco, lo cual despertó la sorpresa de sus empleados, y disfrutaba llegar a casa y que Lucía saliera a recibirlo. Magi los dejaba solos y luego los llamaba para cenar; y descubrió que también le gustaba que ella estuviera en su mesa, riendo junto a ellos como si fueran una familia. Dejaron de interesarle las noches de los sábados junto a Vivian, y empezó a llenarlas con películas de dibujos animados. Se hizo costumbre que Magi preparara palomitas y que los domingos montaran bicicleta en Prospect Park. Un día tomó la mano de Magi, y noches después, la llenó de besos que ambos disfrutaron entre caricias. Después de ese momento se hicieron inseparables. Leo pensó que no volvería a amar tras la muerte de su esposa, sin embargo sentía que Magi lo había despertado de nuevo. Su sencillez e impetuosidad habían conquistado su corazón, y deseaba más que nada tenerla a su lado para siempre.
Un colegio ha respondido a mi solicitud de empleo –dijo Magi, una noche que tomaban café. –Qué bueno, es lo que esperabas –respondió Leo, besándola suavemente. –¿No te importa que me vaya?¿Quién dijo que te irás? Te amo, y estoy seguro que tú sientes lo mismo.Me enamoraste desde que empezaste a involucrarme en tu vida.Ya formas parte de nuestra vida, Lucía está feliz contigo, y quiere llamarte mamá.Y tú, ¿también te sientes pleno? Como respuesta la besó con pasión, para demostrarle las ansias que guardaba en su piel, y el amor que se había asentado en su corazón. –Creo que estás contento –dijo Magi, y siguieron besándose mientras cerraban la puerta de la habitación.

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