Las pasiones de Valentino

Las pasiones de Valentino

‘Recibir a 30 personas o a una es lo mismo, pues la comida debe estar servida en un bello plato’, dice Valentino

Valentino Garavani diseña sus almuerzos y cenas en todas sus residencias con la misma puntillosa atención que volcaba en cada una de sus colecciones. “Soy un enamorado de la belleza”, admite, y sus mesas exquisitas son la prueba. En At the Emperor’s Table (Ed. Assouline), Valentino confía a su amigo, el imponente editor de moda André Leon Talley, su pasión por los objetos bellos, por la buena comida y por los ambientes elegantes y sofisticados. Esa pasión, combinada con el placer de recibir a sus invitados, hacen de él un anfitrión inigualable a la hora de crear una atmósfera cálida y deliciosamente lujosa. “Adoro compartir las cosas de mi vida con mis amigos”, dice.

Valentino divide su tiempo entre cinco residencias: un apartamento en Nueva York, frente al Central Park; una casa en Londres; un castillo en las afueras de París; un chalet en Gstaad, Suiza, y un barco, el TM Blue One, en el que cada verano recorre las aguas del Mediterráneo con sus amigos más íntimos que forman lo que él llama su “familia”.

Su propiedad más antigua es Gifferhorn en Gstaad, un chalet de muros recubiertos de madera de pino, donde pasa las fiestas de fin de año. Probablemente la más relajada de sus casas, ostenta en su comedor una exquisita colección de soperas y figuritas en mayólica y de fotografías de Irving Penn. Su residencia más reciente es su townhouse del siglo XIX en Holland Park, el barrio más exclusivo de Londres, en cuya área de recepción exhibe cinco obras de Picasso, dos de Basquiat y una de Damien Hirst, y en el salón para desayuno, una valiosísima colección de 200 platos de porcelana Meissen. Pero de todas sus propiedades, su favorita es el castillo de Wideville, en Davron, Francia. Adquirido en 1998, este majestuoso edificio de ladrillos rosados de 1600 perteneció a Louise de La Vallière, amante del rey Luis XIV y madre de cuatro de sus hijos, a quien el rey iba a visitar por las tardes a caballo, desde Versailles. “Quiero estar allí lo más posible”, dice Valentino. “Cuando florecen los cinco mil tulipanes del jardín es un espectáculo asombroso”.

Independientemente de la residencia o del número de invitados que recibe, el compromiso de Valentino con la perfección no vacila. “A menudo estoy solo, disfrutando de mis casas”, dice. “Recibir a 30 personas o a una es igual, la comida debe servirse en un plato bello. Como un sueño hecho realidad”. Recientemente comentó: “Adoro la comida y soy un maníaco de la porcelana y del cristal. Aun cuando estoy solo, siempre me gusta comer en una mesa hermosa. Cuando organizo una fiesta, una cena o un almuerzo, tomo todas las decisiones -la comida, el vino, las flores, los invitados- y me gusta combinar los colores y texturas según mi estado de ánimo...”.

FOTOGALERÍA: UNA COMIDA EN LAS RESIDENCIAS DE VALENTINO, EL EMPERADOR DE LA MODA

NINGÚN DETALLE AL AZAR

Por supuesto, Valentino es un fino gourmet, y para él es muy importante que sus invitados y amigos disfruten su comida. “Para mí, este libro no es solamente acerca de mi pasión por la decoración de la mesa. También quiero compartir las recetas y la comida que amo”, dice. Por eso invita al lector a admirar tanto sus decoraciones como las recetas específicas de cada una de sus residencias. Por ejemplo, el flan de queso de cabra, el salmón poché relleno y el soufflé de castaña helado que adora degustar en su chalet de Gstaad; la pasta de kamut (un cereal muy nutritivo y proteico) con salsa de tomate que suele servir en Londres; la espuma de remolacha y el sorbete de pera y arándano que ofrece en su piso de Nueva York o los exquisitos espárragos con beicon y salmón ahumado y el streusel de frutas, típicos de Wideville. En su barco prefiere los platos a base de pescado y de inspiración mediterránea, como un tempura de verduras y pescados, servidos en una vajilla blanca y azul, con motivos marítimos.

Sea cual sea la casa en que se encuentre, Valentino desayuna solo en su habitación: yogur, té con néctar de agave, dos bizcochos hechos en casa con harina de kamut y arándanos orgánicos. El diseñador es muy serio en cuanto a la cocina orgánica, y además de evitar la carne roja (“después de cierta edad, no se puede seguir comiendo carne roja, pues no es saludable”), no come trigo ni azúcar. Su chef Jonathan cocina todo sin manteca ni grasas, y los postres, incluyendo su célebre cheesecake con fresas, llevan un edulcorante artificial. Es durante el desayuno que recibe a su chef y decide cuáles serán las comidas del día, qué juegos de vajilla, cubiertos y copas se usarán, cuál es el mejor mantel bordado para cada ocasión y qué sopera de plata ocupará el centro de mesa, repleta de frutas, una tradición del siglo XVIII que mantiene con entusiasmo.

Valentino está íntimamente convencido de que un buen anfitrión debe dar alegría a sus invitados. “Cuando se entra en cualquiera de sus casas, se penetra en un mundo de lujo, un sitio especial, opulento y, a la vez, cálido”, dice Talley. La atmósfera evoca la alegría de compartir una magnífica experiencia en un marco excepcional, con familia, amigos e invitados, “con una conversación interesante, a menudo muy animada, rodeados de hermosas flores, que provienen de los jardines de Valentino”. Ningún detalle queda al azar; hasta las servilletas de lino son enormes, una costumbre que surgió en el siglo XIX, cuando mujeres debían cubrir sus amplios vestidos de baile, y que él respeta.

Si Valentino es el alma de sus residencias, cuenta con la ayuda de un equipo de casi 50 personas, a la cabeza del cual está Michael Kelly, su mayordomo, quien lo sigue de casa en casa, o más bien lo precede y se asegura de que todo marche a la perfección. Su admiración por su jefe no tiene límites. “He trabajado con mucha gente importante, pero nunca conocí alguien que supiera exactamente lo que posee, como lo sabe él. Si un cenicero no está en su lugar, lo nota”, comentó hace años a la revista Vanity Fair. Cabe señalar que el nivel de servicio en cada una de sus residencias es extremadamente alto. Por ejemplo, cada día se cambian las sábanas que las amas de llave vuelven a planchar por segunda vez, cuando ya están sobre las camas.

COLECCIONISTA INCANSABLE

Valentino fundó su firma en Roma a fines de la década de 1950, pero su primer intento terminó en bancarrota. Felizmente conoció a Giancarlo Giammetti, un guapo estudiante de arquitectura quien se puso la misión de ayudarlo a salir adelante y se hizo cargo del aspecto comercial del negocio, para que él pudiera crear con toda libertad. Su primer golpe de suerte fue cuando la riquísima Marella Agnelli, esposa del propietario de la FIAT, decidió vestirse con él, y el segundo, cuando Jackie Kennedy eligió seis modelos de Valentino en blanco y negro para vestir durante los meses de luto tras la muerte de su esposo John F. Kennedy. Más adelante, en 1968, Jackie se casó con Aristóteles Onassis con una creación del modisto. “Jackie me hizo famoso con ese vestido”, reconoce Valentino. La exemperatriz de Irán Farah Diba también adoraba su ropa, lo mismo que Elizabeth Taylor. Todas ellas se convirtieron en sus amigas. Hoy día, los nuevos iconos se llaman Sarah Jessica Parker, Gwyneth Paltrow y Anne Hathaway, quienes, incontables veces, han lucido un modelo de Valentino en la alfombra roja. “De vez en cuando tengo el privilegio de que Meryl Streep venga a almorzar a mi casa. Ella es mi ídolo: dulce, divina, natural”, comenta.

Valentino y Giancarlo Giammetti están juntos desde hace 50 años. Si bien desde hace mucho tiempo ya no son una pareja sentimental, forman una de las colaboraciones más exitosas de la historia de la moda. Gwyneth Paltrow, gran amiga de ambos, describe el tipo de amor que los une como “probablemente fraternal, como un amor que no sienten por ninguna otra persona, un viejo amor, un amor que ha sobrevivido...”. Es Giammetti quien creó la fortaleza de amigos y fieles empleados con la que Valentino se siente cómodo y seguro, y que le permitió concentrarse en las únicas tres cosas que, según el propio modisto, sabe hacer: “Diseñar un vestido, decorar una casa y recibir invitados”.

Cuando Valentino habla de su pasión por la decoración de las mesas, por la comida o por su alma de coleccionista, su mirada se ilumina. Para crear momentos inolvidables y mesas asombrosas, adquiere objetos raros, como saleros de plata, figuritas de porcelana china, platos... “Espero que se me recuerde como un hombre que persiguió la belleza donde podía”, dice.

Valentino se siente orgulloso de las cosas maravillosas que lo rodean y que obtuvo gracias a su trabajo, pero a veces le asalta una duda. "¿Merezco toda esta felicidad y estas cosas hermosas?”, se pregunta. Pero la respuesta no tarda en llegar: “Finalmente, siempre me digo a mí mismo: ¿por qué no?”.


FOTOGALERÍA: UNA COMIDA EN LAS RESIDENCIAS DE VALENTINO, EL EMPERADOR DE LA MODA

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