Jean-Paul Goude: humor y moda

Jean-Paul Goude: humor y moda

¿A quién se le hubiera ocurrido transformar a Laetitia Casta en un hombre, encerrar a Vanessa Paradis en una jaula, convertir a Azzedine Alaïa en un muñeco en manos de una gigantesca Farida Khelfa o subir a Naomi Campbell sobre un elefante?

A nivel popular, su nombre no es tan conocido como sus imagenes, pero en el en el medio de la publicidad y de la moda, el hombre es un mito. Desde hace más de 40 años, Jean- Paul Goude juega con su imaginación -y la del público- a través del dibujo, la fotografía y la publicidad, destilando imágenes originales e irreverentes que provocan asombro y, a menudo, una sonrisa.

Su estilo es tan personal, que cuando otros apuestan a los colores y al humor se dice que están “haciendo Goude”. El, por su parte, se considera incalificable, y si debe explicar su trabajo, dice sencillamente: “Soy un autor de imágenes”.

FOTOGALERÍA: JEAN-PAUL GOUDE: HUMOR Y MODA

Embellecer la realidad

Jean-Paul Goude nació en 1940, en Saint-Mandé, una comuna tranquila de las afueras de París. Su padre era francés y su madre, una bailarina estadounidense que dejó Broadway por amor, para instalarse en Francia. Fue ella quien lo introdujo en el mundo de la danza y de la música, que luego serían parte intrínseca de su obra. “En casa se hablaba constantemente de danza; de quién bailaba bien y quién no”, recuerda Goude. De su madre también heredó una tendencia a exagerar, a embellecer la realidad y fue ella quien le transmitió el principio de ser fiel a sí mismo y libre de prejuicios.

Ya de pequeño su talento por el dibujo era totalmente natural. “Como todos los niños de mi generación adoraba los westerns y dibujaba soldados, indios, cowboys... pero siempre estaba del lado de los pieles rojas, de los guerreros africanos... Cuando vi Las minas del rey Salomón, un filme de aventuras filmado en Africa, que incluía una imagen de danza con auténticos guerreros tutsis, todo cambió para mí. A partir de entonces, solo dibujé personajes en movimiento”, señala. “Esa es mi herencia, la base de mi trabajo: el gusto por el exotismo, el cuerpo, la imagen dibujada, la música, la danza y, sobre todo, el estilo”, afirma Goude.

Como es obvio, estudió dibujo y rápidamente debutó su carrera como ilustrador, primero para la revista Marie Claire y luego para la tienda Au Printemps, que en 1964 lo contrató para decorar el departamento masculino. Pero su primera gran oportunidad surgió en 1969, cuando el director de la revista norteamericana Esquire, a quien le había hecho llegar sus dibujos, le encargó un número especial y terminó ofreciéndole la dirección artística.

Allí, fue observando el trabajo de sus colegas y comprobó hasta qué punto los intentos de los ilustradores para imitar el realismo fotográfico, de moda en esa época, no solo eran vanos, sino que exigían un empeño desproporcionado. Era necesario tomar una enorme cantidad de fotos de referencia para poder componer la imagen, un esfuerzo patéticamente trabajoso. ¿Por qué no pintar directamente sobre las fotos y componerlas como un collage? Comenzó a hacer exactamente eso, aunque fue en los años 1990, con el principio de la era numérica, que pudo producir imágenes de manera más asidua y regular. Pero sus herramientas indispensables, entonces como ahora, siguen siendo las mismas: cinta adhesiva, tijeras, cutter...

LA PUBLICIDAD

Su segunda oportunidad -una propuesta para hacer la publicidad de una marca de jeans- lo llevó de Nueva York nuevamente a París. La consideró con un poco de reticencia, pero la carta blanca que la agencia le ofrecía venció sus dudas. Y finalmente fue allí que ratificó su singular estilo y su visión.

Hoy puede asegurarse que Goude es el autor de algunos de los más bellos filmes publicitarios del mundo. De su enorme producción en los años 1980, 1990 y 2000 muchos se convirtieron en verdaderos clásicos, como el célebre que hizo para el perfume Egoïste, de Chanel, con decenas de mujeres furiosas abriendo y cerrando ventanas al grito de: "¡Egoísta!”, o el de Vanessa Paradis convertida en un pájaro de paraíso encerrado en una jaula dorada para el perfume Coco, también de Chanel. (Cabe decir que ambas campañas ayudaron a vender cientos de miles de litros de las fragancias en pocos meses).

De la publicidad de la mujer rugiente que desafía a un león por una botella de Perrier a las imágenes ultracoloridas de la publicidad de Kenzo en el 2013, tanto como las campañas de Orangina, Citroën, Kodak, Guerlain, Louis Vuitton, Hitachi y MTV, todas llevan la firma de Goude: una inconfundible joie de vivre.

Pero la gran historia de amor de Goude, profesionalmente hablando, es la que vive con las Galerías Lafayette. Desde el 2001, Goude ha hecho para esta célebre tienda parisina una continua producción de afiches que alegran Las paredes del metro parisino y los buses que recorren la ciudad, con sus imágenes que son inmediatamente identificables.

Las siluetas que pueblan el universo que Goude imagina para Lafayette desde hace 13 años son originales e inmensas. Puede ser una mujer con un sombrero en forma de corazón, una de larguísimas piernas sujetando un ramo de flores, una pelirroja exuberante disputándose una camisa con una adversaria invisible o Laetitia Casta convertida en hombre, cuando no la figura de alguna de las muchas celebridades que participan de estas campañas, de Jean Paul Gaultier a Pedro Almodóvar, pasando por Inès de la Fressange.

Sea lo que fuere, las imágenes evocarán un sentimiento feliz, porque las mujeres de Goude, relajadas y atrevidas, a menudo sonríen o ríen con desparpajo. No es casual: Goude desprecia la tendencia de mostrar a las modelos malhumoradas como diosas inalcanzables y las imágenes S&M (sadomasoquistas) tan habituales en la fotografía de moda. “Detesto la obsesión de algunos fotógrafos por el S&M. Lo que a mí me gusta es provocar alegría?”, dice.

UN DESFILE PARA RECORDAR

Curiosamente, un punto culminante en su carrera no tuvo nada que ver con la publicidad. Fue en 1989, cuando se le encargó imaginar un desfile muy especial por el bicentenario de la Revolución Francesa. El resultado fue un evento espectacular sobre los Champs Elysées, al que asistieron 40 jefes de estado, en el que mucha gente estuvo representada: entre otros, una banda americana haciendo el moonwalk, gaiteros escoceses desfilando bajo lluvia artificial, africanos montados sobre caballos pintados como cebras y la imponente soprano Jessye Norman cantando La Marsellesa envuelta en una bandera francesa. “Yo quise hacer desfilar a aquellos que nunca lo hacen. Fue un evento muy idealista a la gloria de la familia humana”, recordó luego. Por esto, así como por su extensa carrera, el estado francés le otorgó en el 2012 el título de Comandante de las Artes y las Letras, el más alto honor que se concede a un artista.

SU VIDA PRIVADA

La vida y obra de Goude están íntimamente asociadas, y el término pigmalión surge a menudo al hablar de él y de sus musas. Pero en la mitología griega, Pigmalión era un rey de Chipre que esculpió una estatua a la que Afrodita dio vida y con la que él se casó. Goude, en cambio, esculpe la estatua a partir de la mujer que ama, convirtiéndola en criatura de sueño y de leyenda. El llama a su sistema french correction (otro juego de palabras a los que es tan afecto): “una pequeña guía para poner en valor”, que consiste en sublimar el cuerpo de sus modelos como un cirujano-artista, usando la tijera sobre las fotos, para modificar, multiplicar y mejorar su imagen.

Goude siempre sintió una atracción por la cultura africana y por las mujeres de color, muchas de las cuales compartieron su vida. “Ya de pequeño me extasiaba ante las figuras de mujeres africanas, asiáticas y magrebíes semidesnudas, esculpidas en la fachada del Museo de las Colonias, a 100 metros (328 pies) de nuestra casa”, recuerda. De las mujeres que amó, su musa más célebre fue Grace Jones, en los años 1970 y principios del 1980. La colaboración profesional entre ambos (él modificó su imagen, creó espectáculos y vestuarios especialmente para ella) estableció a Goude como uno los más grandes pioneros visuales del siglo XX y transformó a Jones de una cantante disco en una figura icónica.

Tras la ruptura con Jones, en 1982, Goude decidió volver a Francia y fue allí donde encontró otra musa estatuaria, esta vez de origen argelino: Farida Khelfa (actual imagen de la maison Schiaparelli), quien fue su compañera hasta 1990. Goude hizo de ella su modelo favorita, convirtiéndola en el icono del estilo beur, el de los jóvenes de la inmigración magrebí. ¿Manipulador? Nada de eso. “La mujer para mí lo es todo”, dice. “No quiero cambiarla, deseo que los demás la amen”. Su actual esposa, la coreana Karen Park, también ha posado para él, pero sobre todo le ha dado dos hijos: Lorelei, de 18 años, y Theo, de 14. “Miro el rostro de Karen y me da placer”, confiesa. No puede evitarlo. “Soy un romántico. Adoro las mujeres”. ¿Es ese el secreto de su éxito? “Pienso que es porque creo una ilusión de la realidad”, y agrega, pragmático, “y porque mi trabajo es original; no se parece a ningún otro”.

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