Turismo parisino... ¿en un cementerio?

Turismo parisino... ¿en un cementerio?

Por el Père-Lachaise de París pasan cada día, especialmente en verano, riadas de visitantes de todo el mundo en búsqueda de tumbas de personajes célebres

Desde el barrio de Ménilmontant, al este de la “Ciudad luz”, apenas se atisba la Torre Eiffel, sin embargo, forma parte de la ruta turística habitual de París por su ilustre cementerio, en el que descansan, desde el escritor irlandés Oscar Wilde, hasta el cantante norteamericano Jim Morrison.

Un turista ruso eleva el volumen de la música de su teléfono móvil, desde el que se puede escuchar Riders on the storm, canción del legendario grupo de rock The Doors, liderado por el compositor y poeta Jim Morrison, quien murió en París en 1971.

Al son de la música, el visitante del este y su familia comienzan a contonearse frente a su tumba, escondida entre otras lápidas y la maleza, pero fácilmente reconocible por la decoración rock y por los chicles que se estampan como exequias en un árbol aledaño.

Tumba de Jim Morrison

“El día que vi la primera goma de mascar, supe que se convertirÌa en un ritual”, asevera Thierry Le Roi, un guía francés que conoce perfectamente las costumbres de los turistas de Père Lachaise, tras tres décadas orientándoles entre sus más de 70 mil sepulturas.

Su público es variado y sus historias se adaptan tanto a niños como a adultos, la única condición para seguirlo es hablar francés, aunque ya está formando a un joven para que en los próximos meses comiencen los paseos en español e italiano.

“Bienvenidos a un lugar atípico”, saluda Le Roi a sus grupos heterogéneos al inicio del tour, que ha bautizado como “safari necro-romántico”.

ARTE FUNERARIO PARA LA ETERNIDAD

Este camposanto es “un museo de escultura a cielo abierto”, advierte este francés, que se considera “más un artista” que un guía turístico convencional y que se confiesa “apasionado por el arte de las necrópolis y las anécdotas del entorno”.

Comenta, por ejemplo, que una vez encontró un pequeño inhalador junto a la tumba de Marcel Proust que alguien había dejado como recuerdo, porque el autor francés de En búsqueda del tiempo perdido padeció asma durante toda su vida.

Le Roi no es el único interesado en el valor artístico de la necrópolis, el español Javier G., quien visita París con su familia, explica que vienen a Père Lachaise “especialmente para ver las tumbas de Morrison y Balzac, pero también por su arquitectura”.

“El estado no obliga a construir un monumento funerario, pero colocar una escultura original, que pase a formar parte del patrimonio histórico francés, es una forma de perpetuarse en estas instalaciones”, explica Le Roi.

La administración francesa, al cabo de un tiempo, exhuma los cuerpos de los difuntos sin descendencia para dejar terreno a futuros inquilinos, pero respeta aquellas tumbas con un valor artístico excepcional.

La perpetuidad también puede pagarse, “la tarifa asciende este año a 20 mil dólares aproximadamente”, comenta Le Roi y añade que no es requisito indispensable tener la nacionalidad francesa, sino que basta con haber fallecido en París y poder costear el espacio.

Otro de los reclamos del cementerio es la monumental tumba del irlandés Oscar Wilde, tallada en piedra por el artista británico Jacob Epstein en Londres y trasladada hasta París.

Wilde murió arruinado, por lo que la construcción de su sepultura -financiada por una admiradora- fue posterior y supuso un gran escándalo porque, tras un rostro angelical, se vislumbra un sexo masculino.


Oscar Wilde, lleno de besos

Si los seguidores de Morrison estampan chicles como ritual, los lectores de Wilde marcan con sus labios pintados su estatua funeraria, que Francia busca proteger tras un grueso cristal.

Si se trata de originalidad, en cuanto a arte funerario, la mezcla de estilos del sepulcro del francés Allan Kardec -fundador de la doctrina del Espiritismo- es única en todo el cementerio.

En su tumba -muy frecuentada por los brasileños, entre los que el pensador tuvo gran influencia- converge el granito de Bretaña de reminiscencias druidas, con un busto típicamente decimoúnico y un epitafio espiritista que reza: “nacer, morir, renacer todavía y progresar sin cese”.

Le Roi, quien cita en la cumbre del arte funerario las pirámides de Egipto, dice haber recorrido varios cementerios del mundo buscando, más allá de tumbas famosas, “aquellos monumentos que celebran la vida o con gran valor artístico por su singularidad”.

Un ejemplo remarcable de este arte es la escultura fúnebre del periodista revolucionario Victor Noir, abatido en 1870 en un duelo, cuyo grado de detallismo permite apreciar el pliegue de los pantalones y las costuras de su abrigo.

No obstante, no todo es artístico en Père Lachaise. La austera y tradicional tumba de Edith Piaf tampoco pasa desapercibida para sus admiradores que depositan flores blancas y la rinden sonoros homenajes cantando uno de sus temas má conocidos: La vie en rose.

Aquí descansan los restos de Edith Piaf

FAMA COMO RECLAMO ATEMPORAL

Tradicionalmente a los parisinos les gustaba enterrar a sus muertos cerca de donde residían hasta que, en 1854, decidió abrirse el cementerio de Père Lachaise en las afueras de la ciudad para resolver problemas de salubridad.

La estrategia para atraer difuntos a la primera necrópolis laica fuera de los límites de la urbe, rompiendo con las costumbres del momento, fue trasladar cuerpos de personas célebres hasta Père Lachaise.

Fue así como Molière y Fontaine, ambos fallecidos en el siglo XVII, cambiaron involuntariamente de lugar de reposo y se convirtieron en reclamo para el recién estrenado camposanto, en el que rápidamente abundaron los entierros.

“Antes, como ahora, los personajes famosos siempre han tenido el poder de atraer a la gente”, simplifica Le Roi, que reconoce que “un 80% de los visitantes del cementerio conocen de su existencia tan solo por la tumba de Morrison”.

Père Lachaise, con sus 44 hectáreas de extensión, es también el espacio verde amurallado más amplio de París, una importante reserva ornitológica y un buen sitio, por su altitud, para disfrutar de vistas panorámicas de la ciudad.

“Este cementerio nos gusta mucho porque es un entorno muy calmado donde se respira paz”, reconoce la francesa Tina K., quien lee junto a su madre en uno de los bancos que existen en el lugar.

En medio del silencio, solo interrumpido por el graznido de los cuervos, se escucha el bullicio de un patio de colegio colindante, porque vida y muerte convergen en Père Lachaise como turistas con actos funerarios.


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