Confesiones de una metiche

Confesiones de una metiche

Una bienintencionada entrometida aprende una lección al tratar de dirigir la vida de los demás

Metiche. Si hubiera ganado un centavo por cada vez que me han llamado esa palabra, sin duda sería multimillonaria. Así me han catalogado mis compañeras de secundaria, mis hermanos, mis novios, la familia de mi actual esposo... incluso, si miro hacia atrás, creo que hasta en el kindergarten fui acusada de “entrometida”.

La realidad es que hasta hace poco nunca me consideré metiche. Tengo que confesar que, secretamente, consideraba a los beneficiarios de mis acertadas “intervenciones” unos malagradecidos. ¿Acaso no era yo quien siempre los ayudaba, los orientaba, los rescataba y los aconsejaba...? Ellos obtenían ventaja de mi sentido común y de mi sabiduría. Pero la vida me tenía reservada una gran lección.

UN ERROR DE CÁLCULO

Daniela es mi hermana menor, la baby de la casa, y siempre me sentí su protectora, incluso cuando ya éramos adultas. Es por eso que cuando ella comenzó a comentarme que estaba teniendo problemas con Enrique, su esposo, me dediqué a aconsejarla para que lo dejara. En mi mente, él era el villano de la película.

El día que me anunció que se separaba de Enrique, sentí que mi trabajo había dado frutos. Al fin se libraba de ese hombre insensible y de sus reglas absurdas. Pero hay un dicho que dice que la moneda tiene dos caras, lo mismo que la verdad.

Cuando Enrique me llamó para pedirme conversar a solas, pensé que iba a recriminarme por inmiscuirme en su matrimonio. Pero, al parecer, él no sabía que era yo quien la había empujado para que lo abandonara.

Nos citamos en un restaurante y hablamos... y mientras más hablábamos, más crecía mi asombro. La Daniela que me reveló Enrique era una mujer muy diferente a la hermana menor que creía conocer. De repente, vi las cosas que ella me había contado desde una perspectiva más amplia y entendí mejor la actitud de Enrique. Me di cuenta de que él no era el villano de la película; que no era el único culpable de los problemas en ese matrimonio. Sin ser una mala persona, mi hermana tenía, como mínimo, el 50 por ciento de la responsabilidad.

EL PODER DE RECAPACITAR

El impacto de ver la diferencia que existía entre lo que creía de Enrique y lo que era la realidad me llevó a recapacitar. ¿Quién era yo para tratar de dirigir la vida de los demás, aunque fuera “por su bien”? ¿Es que me creía la dueña de la verdad? ¿Y qué si, aun en una pequeña medida, les robé la oportunidad de enfrentar el problema y resolverlo por sí mismos? ¿Acaso no era esa la única forma de crecer como persona? Por primera vez en mi vida pensé: “Quizás nunca debí meterme”.

LECCIÓN APRENDIDA

No me sentí totalmente culpable del divorcio de mi hermana, porque sé que fue ella quien tomó la decisión final, pero reconozco que fui una contribuyente, porque me entrometí en una relación de la que solo conocía una parte.

Y decidí que nunca más volvería a hacerlo. Aprendí que existe una gran diferencia entre dar una opinión y decirles a las personas exactamente lo que tienen que hacer e insistir para que lo hagan. Ahora, si una situación me alarma o me irrita, trato de entenderla mejor... y si al final ofrezco un consejo, lo hago en calidad de sugerencia. De esta manera les ofrezco a los demás lo mismo que espero para mí: respeto y consideración.

5 PASOS PARA NEUTRALIZAR A UNA ENTROMETIDA

1. Como primera medida, no divulgues libremente tus asuntos personales. Comentar sobre ellos atrae a los metiches como la miel a las mariposas. ¡No pueden resistir la tentación de “arreglar” tu vida o de dejarte saber qué es lo mejor para ti!

2. Cambia el tema. Cuando esa bienintencionada persona comience a aconsejarte la mejor forma de pedirle un aumento al jefe o a insistir en que tu esposo debe bajar de peso, simplemente cambia el tema. Si es una persona perspicaz, se dará cuenta de que no deseas hablar de ese asunto. Pero incluso si no lo es, habrás logrado desviar la conversación hacia otro rumbo.

3. Guarda silencio. A veces, es preferible no hacer comentarios, porque eso solo consigue echarle leña al fuego. Una vez que la metiche capte que no te interesa discutir el tema, perderá interés. A veces el proceso toma tiempo, pero si te mantienes firme, con el tiempo la vencerá el tedio y dejará de insistir.

4. Establece límites. Si hay temas de los que prefieres no hablar con determinada persona, déjale saber, de una manera amable, pero muy firme, exactamente eso: que no deseas discutir ese asunto.

5. Reconoce que en la mayoría de los casos esa persona no lo hace por maldad, sino porque cree que sabe lo que es mejor para ti. Prueba a decirle: “Gracias por la sugerencia, la tomaré en consideración”. Y regresa al paso número dos: cambia el tema. Vuelve a hacer esto las veces que sea necesario.

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