Hablan las mujeres: Por eso soy infiel

Hablan las mujeres: Por eso soy infiel

¿Qué llevó a estas mujeres, en apariencia felizmente casadas, a buscar una relación fuera de su matrimonio?

En cuestión de amor, la infidelidad suele ser uno de los pecados más graves, si no el más devastador, para la pareja. Y es que destruye la confianza y acaba con el respeto que el hombre y la mujer se juraron ante el juez o el altar. Pero si la consideramos destructiva cuando el infiel es un hombre, muchas personas creen que es aun más grave cuando se trata de una mujer.

Esto quizás se debe a que incluso en pleno siglo XXI, sociólogos y antropólogos sociales aún debaten la supuesta infidelidad “natural” del hombre versus la “naturaleza monógama” de la mujer. Y si ambos términos aparecen entre comillas, es porque siempre existe la excepción a la regla... y tal vez las mujeres no son menos inmunes que los hombres a caer en las tentaciones.

Es por eso que cada uno de estos casos protagonizados por una mujer resulta revelador. ¿Son válidas sus explicaciones... o acaso son simples excusas? Tú decides.

“MIS CIRCUNSTANCIAS ME OBLIGAN”

Sé que si alguien supiera de mi relación con Mario, me juzgaría una mujer desleal. Pero no es así. Me han obligado las circunstancias. Por eso no me siento mal por lo que hago. Me casé con Ricardo, el hijo de una familia muy adinerada, sinceramente enamorada de él. Incluso a pesar de que, presionado por su padre (un hombre que se ha casado más de cuatro veces con jóvenes cazafortunas), él me exigió que firmara un contrato prenupcial renunciando a sus bienes en caso de que llegáramos a divorciarnos.

En aquellos momentos, y a pesar de que mi madre me dijo que esa petición era un insulto y que no debía aceptarla, no imaginé que la influencia del padre de Ricardo sobre su hijo sería tan tóxica. Carlos, mi suegro, es como un miembro fantasma en mi matrimonio; en todo opina y manda, y si mi esposo se opone, arde Troya. La falta de carácter de Ricardo me fue decepcionando día a día y, con el paso del tiempo, lo he llegado a ver como un pobre pelele dominado por su padre. Simplemente, como mujer, nada siento por él, solo el cariño que genera la convivencia y la lástima que siento ante su debilidad.

Así fue que cuando Mario, mi entrenador en el gimnasio, empezó a invitarme a tomar algo después de cada sesión, no me sentí desleal con mi esposo. ¡Estaba ansiosa de estar con un hombre al que pudiera respetar! Sus planes de establecerse como entrenador independiente y su lucha por poner su propio negocio, sin la ayuda de un papá millonario, me hicieron admirarlo. Pero su genuino interés en mí, su delicadeza, su caballerosidad y sus detalles románticos hicieron que, poco a poco, me fuera enamorando de él. Cuando me di cuenta de lo que sentía, la situación era indetenible.

Desde hace casi dos años somos amantes. Él me ha pedido que me divorcie de Ricardo para poder estar juntos, pero firmé un contrato prematrimonial que me despojaría de todo lo que me he ganado a lo largo de los años. No me siento desleal, porque no amo a mi esposo y, sobre todo, esta situación es temporal. Con mi dinero ayudo a Mario para que establezca su negocio, y una vez que él se levante económicamente, le pediré el divorcio a Ricardo. Me hubiera gustado haber sido honesta desde el principio, pero mi esposo, con su debilidad, y su padre, con su avaricia, no me dejaron otra opción.

“ES UN AFFAIR EMOCIONAL”

Sé que muchas mujeres me envidiarían un esposo como Carlos, responsable y trabajador. Pero la verdad es que no estoy enamorada de él. Nos casamos muy jóvenes y enseguida quedé embarazada. A los 30 años ya había tenido tres hijos, uno de ellos con el síndrome de Asperger, una forma de autismo.

El diagnóstico de nuestro hijo cambió a Carlos; él vive dedicado al niño y es como si hubiera perdido todo interés en mí como mujer. No sé el tiempo que hace que no tenemos relaciones íntimas, porque él llega del trabajo extenuado y siempre se queda dormido antes de que yo termine de atender a los niños. La verdad es que no lo echo de menos, porque desde hace años no siento deseo por mi esposo.

Al principio fuimos a un consejero matrimonial y luego con un sicólogo, quien determinó que Carlos sufre de depresión debido a todas las responsabilidades que tiene encima. Pero si es así, él no busca un alivio o una solución a su problema, solo trabajar y preocuparse por su familia.

Hoy, a los 39 años de edad, siento que su personalidad, su falta de optimismo y de romance, apagaron mi espíritu. Ya me había olvidado de lo que es tener una ilusión, cuando Juan, un compañero de trabajo, me devolvió la alegría de vivir. De esto hace seis meses, y desde entonces me siento como una adolescente. Almorzamos y cenamos juntos; los fines de semana nos robamos una hora para vernos, en un parque o en un café, y conversamos, reímos, soñamos... Es como el noviazgo que un día tuve con Carlos. Y aunque no es físico, mi affair emocional me nutre y me hace sentir mujer.

Mi hermana, quien es la única que conoce mi secreto, me pregunta por qué no me divorcio Carlos y me dice que lo que hago no está bien, porque aunque Juan y yo no hemos tenido relaciones íntimas, estoy enamorada de él. “Estás engañando a Carlos”, insiste. Y quizás ella tiene razón. Pero tengo tres hijos aún menores, uno de ellos con problemas y un esposo que sufre de depresión crónica. Temo que si le planteo el divorcio, podría caer en algo peor. ¿Para qué causar tanto dolor? Por ahora estamos bien así, como dos novios o dos enamorados. Pero sé que en algún momento la relación se volverá más seria. ¿Qué haré entonces? Estoy cansada de sacrificios y de sufrimientos. Solo quiero disfrutar de este romance, no pensar en lo que será en el futuro. Ya cruzaré ese puente cuando llegue a él.

“EL HOMBRE QUE QUIERO NO ES EL HOMBRE QUE AMO”

A los 50 años de edad descubrí la diferencia entre amar y querer. De veras que no entendía cuando alguien hacía esa distinción. Siempre quise a mi esposo Daniel, con todo mi corazón. Es más, creo que es el mejor hombre del mundo, pero cuando conocí a Fernando... fue como un deslumbramiento. La mejor manera de explicar lo que sentí es decir que mi vida pasó de ser bonita, pero en blanco y negro, a una fantástica y en colores.

Daniel y yo somos compatibles en casi todos los aspectos, menos en el sexual. Es mi mejor amigo, mi compañero intelectual, el hombre en quien confío a ciegas. Ahora me doy cuenta de que me casé queriéndolo mucho, porque siempre supe que era mi alma gemela, pero no estaba enamorada de él. En cambio lo que siento por Fernando es pura pasión. Desde que lo vi, experimenté una atracción como esas que describen en las novelas románticas. Puedo afirmar, con total honestidad, que no pude resistirme a estar con él.

También puedo decir que no me imagino la vida sin Daniel. Lo curioso es que no creo que estoy siendo desleal con mi esposo, ya que nuestra relación no ha cambiado; él no experimenta ausencia de mi parte, porque en esencia ¡todo sigue igual! Y así quiero conservarlo. En cambio, siento que no le doy todo de mí a Fernando, porque solo me tiene una parte del tiempo. Sí, confieso que esto puede sonar loco o incluso parecer muy cómodo para mí, pero no lo es. Dividida de esta manera, entre el hombre que quiero y el hombre que amo, no soy completamente feliz.

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