Testimonio: El chisme que destruyó a mi familia

Testimonio: El chisme que destruyó a mi familia

Unas palabras indiscretas pueden cambiar el rumbo de muchas vidas

Seamos honestas: cuando alguien baja la voz y nos dice con complicidad: “Tengo algo que contarte...”, ¿quién no siente el deseo de que se trate de algo “jugoso”? La curiosidad por saber más de la vida ajena -quién anda con quién, por qué el novio dejó a Fulana- es un instinto natural en el ser humano. Pero esto no quiere decir que sea ético. Propagar rumores puede tener con -secuencias más allá de la intención de, simplemente, contar un chisme “caliente”. Como lo demuestra esta historia contada por las dos partes: la persona que habló de más y la que sufrió el daño causado por su indiscreción.

“NUNCA IMAGINÉ LAS CONSECUENCIAS DE MIS PALABRAS”

Conocí a Teresa en una galería de arte y nuestro interés por la literatura, el arte y la moda nos hizo crear una química instantánea. Siempre noté, sin embargo, que había algo lejano e intocable en ella; una gran tristeza que le impedía ser completamente feliz, aunque, a mis ojos, lo tenía todo para serlo: un esposo totalmente dedicado a ella y dos hijos adolescentes maravillosos. Nuestra amistad siguió creciendo y un día, cuando menos lo esperaba, Teresa me abrió su corazón para contarme algo increíble. Esa tarde la noté nerviosa y me di cuenta de que había estado llorando. Cuando le pregunté si estaba bien, Teresa me miró intensamente a los ojos, como si estuviera calibrando algo en mí, y finalmente me dijo con una mirada suplicante: “Voy a contarte algo que jamás le he dicho a otra persona. Hace años, cuando era una adolescente, tuve una hija con mi novio. Sergio se negó a aceptar responsabilidad por ella y mis padres pusieron el grito en el cielo. Yo no podía comenzar mi vida con esa responsabilidad y mucho menos dejar mis estudios. No estaba preparada para ser una madre soltera. Me destrozó el alma, pero la di en adopción. Nada ha sido más difícil o doloroso en mi vida y dejé ese episodio en el pasado. Años más tarde conocí a Pablo, nos casamos... y ya sabes el resto. Tengo una familia maravillosa. Ellos ignoran mi pasado y creo que si se enteraran sufrirían un golpe muy fuerte. Pablo es un hombre muy conservador y toda la vida ha pensado que soy intachable. Y mis hijos... ¿cómo puedo decirles que abandoné a una bebé? ¿Qué pensarían de mí como madre...? Nada volvería a ser como antes y no sé si podría soportarlo”, dijo. Y se echó a llorar. Después de calmarse, me contó que todos los años, el día del cumpleaños de esa hija, ella caía en una horrible depre sión. “Hoy cumple 21 años”, me dijo entre lágrimas. La abracé, traté de infundirle fuerzas y la dejé más calmada. Pero todavía recuerdo lo que más me duele: que Teresa no me pidió que guardara su secreto, porque ella lo daba por hecho. Tanta era su confianza en mí.

La tentación de contar una primicia y de ser fuente de últimas noticias, puede ser muy fuerte y seductora, y caí por los motivos más tontos. Se lo conté -irónicamente, en total confidencia- a Sara, una amiga de Teresa, con el fin de acercarme más a ella. Pensé que ser poseedora de semejante secreto elevaba mi valor ante sus ojos; me hacía una persona importante. Lo que nunca imaginé fue que Sara se lo iba a contar a su esposo. Este, por solidaridad, le dijo la verdad a Pablo, su mejor amigo. El mundo de Teresa estalló y se vino abajo en cuestión de días. Ella jamás ha vuelto a dirigirme la palabra. Hoy he aprendido la lección: “Somos dueños de lo que callamos y esclavos de lo que decimos”. Pero no puedo dar marcha atrás y tengo que vivir con el daño que hicieron mis palabras.

“UN CHISME ME QUITÓ TODAS LAS OPCIONES”

Todavía recuerdo la cara de Pablo cuando llegó a casa esa tarde, después de que el esposo de Sara le contó la verdad, según él, “por su bien”. Mi esposo -el bromista, el alegre, el optimista- se veía acabado, como si no tuviera alma en el cuerpo. Su reclamo me tomó desprevenida y él vio toda la verdad en mi cara. “No te juzgo por lo que hiciste cuando eras una adolescente. Pero no puedo pasar por alto que me mentiste desde el mismo día en que te conocí hasta hoy. Que me enteré de la verdad por un extraño. Y que me permitiste fundar mi hogar, mi vida y la de nuestros hijos, sobre una falsedad”, me dijo con ira y con tristeza. Yo nunca me sentí más mezquina... y aterrorizada.

La tensión en nuestra casa se hizo insoportable y, por supuesto, nuestros hijos se enteraron de todo. Mi hija, que es una chica muy compasiva, pero muy joven para comprender estas cosas, no podía entender cómo yo había podido renunciar a mi bebé. Todavía recuerdo cuando me preguntó: "¿Hubieras sido capaz de abandonarme?”. Ella ya no me veía como antes. Mi hijo, tan alegre y bromista como su padre, se hundió en el silencio y se encerró en su mundo de música y de amigos. Pablo también se sentía traicionado por mis padres, y se preguntaba cómo todos pudimos ocultarle la verdad durante tantos años. “Cada Nochebuena, cuando nos sentábamos a la mesa como una familia unida, el único que lo ignoraba todo era yo”, me dijo sin mirarme a los ojos. “No esperes que vuelva a celebrar con ellos”. Esto ocurrió hace tres meses. Aunque seguimos juntos, no estamos unidos. Pablo no me perdona la mentira y mis hijos están distanciados de mí. Lo que nunca supo Marta, la mujer que creí una amiga y traicionó mi confidencia, es que yo siempre estuve consciente de que mi esposo y mis hijos tenían derecho a saber la verdad. Pero esta tenía que venir de mí, no de boca de un amigo o en calidad de chisme. Cuando le abrí mi corazón a Marta, me estaba preparando para ser honesta con mi familia e, incluso, para tratar de buscar a la hija que di en adopción, pues deseo incorporarla a mi vida si ella está dispuesta a darme esa oportunidad. Confiar en Marta fue el primer paso que me atreví a dar para reflexionar en voz alta con una amiga y, con su apoyo, buscar dentro de mí el valor para ser honesta con mi esposo y con mis hijos. Pero su traición (porque así la sentí) me robó esa oportunidad. Ahora tengo que comenzar por reconstruir mi relación con las personas más importantes de mi vida, a las que nunca quise herir. Ruego a Dios poder lograrlo”.

CÓMO DECIRLE “NO” AL CHISME

1. Aprende a reconocer cuándo te sientes tentada de contar un chisme... ¿Lo haces para agradar a esa persona o para sentirte importante ante ella? ¿Pretendes que tu chisme sea un “boleto de admisión” a un exclusivo club de amigas o de compañeros de trabajo? Recuerda el famoso refrán “el chisme agrada, el chismoso desagrada”.

En otras palabras: aunque te escuchen, los demás te verán con recelo.

2. Ten presente que la información, cierta o falsa, no te pertenece y puede tener consecuencias. ¿Estás dispuesta a vivir con ellas?

3. Cuando vengan a contarte el rumor de última hora, no muestres interés. Cambia el tema y cuenta algo positivo. Los chismosos sabrán que no eres receptiva a ellos y dejarán de buscarte.

4. No le anuncies al mundo que no te interesa el chisme o que nunca más contarás uno. Esto solo atrae interés en probar tu resolución. Simplemente, deja de hacerlo.

5. Antes de hablar, siempre pregúntate si te gustaría que dijeran lo mismo de ti.

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