Testimonio: ¿Fingir amor por lástima?

Testimonio: ¿Fingir amor por lástima?

Cuando el destino nos juega una mala pasada...

Mi historia es diferente. Nunca había escuchado un caso así. Si ahora lo cuento no es para escandalizar ni para despertar el morbo; es que, simplemente, me permite ordenar mis pensamientos. Y quizás hasta me ayude a encontrar una solución para todos los que, de alguna manera, somos víctimas de una jugarreta del destino.

Desde que era un adolescente fui muy protector de las mujeres, quizás porque soy hijo de una madre soltera y la vi luchar todos los días para darnos a mi hermana y a mí una vida mejor. Mientras que otros chicos de mi edad se rebelaban, yo estudiaba y vivía pendiente de mi madre, siempre dispuesto a ayudarla. Desde entonces ella me decía “Adrián, él último caballero de brillante armadura”.

Después de graduarme de la universidad me fui a vivir a otra ciudad donde conseguí un buen trabajo. No voy a decir que me dediqué a llevar la vida loca, pero sí que, como hombre joven, me resarcí de los sacrificios de mi adolescencia y disfruté mucho de mi soltería con amigos que, como yo, éramos exitosos.

Una noche, hace cuatro años, saliendo de un bar, noté que mis amigos se habían pasado de copas y no estaban en condiciones de manejar. Por eso me ofrecí a hacerlo yo. Lo que nunca me pasó por la cabeza fue que aunque bebí menos alcohol y me sentía sobrio y en control, en realidad lo que tomé sí me había afectado.

No quiero recordar lo que ocurrió después, pues es algo que vivo a diario: en una intersección me pasé una luz roja y nuestro auto se estrelló contra un pequeño descapotable. El ruido del impacto fue infernal. Mis amigos y yo estábamos ilesos, pero en shock. Solo recuerdo que salí del auto y caí de rodillas cuando vi que el otro quedó destrozado. Lo próximo que recuerdo es a mi madre, que había volado desde su ciudad, llorando en la estación de policía, y mis ruegos de que el conductor del otro auto estuviera con vida.

RESPONSABILIDAD

Poco a poco me fui enterando de la verdad. Leonor, la joven que conducía el descapotable, estaba viva, gracias a Dios... pero posiblemente no volvería a caminar. El accidente había fracturado varias vértebras de su columna vertical. ¿Se imaginan el sentimiento de culpa que sentí en esos momentos yo, quien había sido el protector de las mujeres?

No me importó el juicio ni la licencia de conducir suspendida ni el tiempo que tendría de probatoria después de cumplir mi condena de varios meses en prisión. Solo quería pedirles perdón personalmente a Leonor y a su familia. Pero por todo lo que mencioné antes, pasó mucho tiempo antes de que pudiera hacerlo.

Cuando al fin pude acercarme a Leonor, mi madre me aconsejó que no lo intentara; temía que fueran a rechazarme o a hacerme sentir más culpable de lo que ya me sentía. Pero nunca he huido de mis responsabilidades; si yo había causado ese accidente, tenía el deber moral de enfrentarme a lo que fuera, incluso al desprecio de esa familia; sin embargo, jamás imaginé lo que llegaría a pasar.

UN ACERCAMIENTO

Para mi gran sorpresa, la familia de Leonor no me rechazó ni me recibió con desprecio. Sus padres fueron cautelosos, es cierto, pero no era para menos. Una vez que comprendieron cuales eran mis intenciones, y Leonor aceptó, me invitaron a pasar a verla.

El impacto de ver a una mujer joven inválida por un accidente que yo causé... es indescriptible. No quiero entrar en detalles de lo que nos dijimos, porque siento que eso es privado; que baste con decir que hablamos mucho, no un día ni dos, sino durante muchos días muy intensos para ambos.

De todo corazón le pedí perdón y que me permitiera ayudarla en su proceso de recuperación. Después de mucho insistirle, ella accedió a que la acompañara a sus terapias físicas, algo muy doloroso y que la llenaba de temor. Me sentí agradecido de poder darle algo a cambio de todo lo que había perdido por mi culpa.

Así fue como los martes y los jueves iba por ella y la llevaba a su terapia física. Al principio hablábamos de la canción en la radio o del titular de un periódico. Pero después, en la sala de espera, empezamos a profundizar y a conocernos mejor. Ella me contó sobre Luis, el novio que no soportó verla en una silla de ruedas y que, poco a poco, con excusas y ausencias, desapareció de su vida. También me enseñó sus poemas y me contó sus miedos ("¿Caminaré algún día, a pesar de lo que dicen los médicos?"; "¿Habrá alguien que me quiera así"?, y el que solo me confiaba a mí, para no angustiar a sus padres: "¿Qué será de mí...?”).

Entre nosotros surgió una especie de comprensión o de comunicación sin palabras; después de las terapias íbamos a almorzar o a tomar un café y seguíamos hablando, como si nos conociéramos de toda la vida. Ella me enviaba canciones y yo le regalaba libros, que luego discutíamos. También reímos juntos. Y ella, cuando se enteró de cómo me decía mi mamá, también comenzó a llamarme “el último caballero de brillante armadura”.

En más de una ocasión me sentí feliz y honrado de llevarla a un concierto o, simplemente, de sentarnos a contemplar el mar; no necesitábamos hablar en esos momentos, pues nos sentíamos en paz, cada uno con sus pensamientos. Sin duda, éramos amigos unidos por un mismo dolor. Comencé a sentir por Leonor un amor tierno y familiar; para mí ella era -y es- otra hermana.

ENCRUCIJADA

Pero a veces la vida nos hace una jugarreta. También dije que Leonor y yo creamos una comunicación que no necesita palabras... y ella no tuvo que decir una sola para mostrarme sus sentimientos. Se había enamorado de mí. Lo vi en sus ojos, en su repentina timidez, en las lágrimas inexplicables al despedirnos. La joven a quien yo le cambié la vida para siempre, ahora sentía por mí lo que yo no siento por ella. Quiero ser su amigo, su hermano, su apoyo; deseo ser parte de su vida... pero no la amo como ella a mí.

Me siento en una encrucijada horrible. Tengo la oportunidad de regresar a mi ciudad a trabajar. Eso pondría distancia entre nosotros y, quizás, ella poco a poco me olvidaría. Pero estaría faltando a mi promesa de acompañarla a sus terapias y seguir siendo su apoyo incondicional. Además, no quiero dejarla como lo hizo su novio. ¿Cómo volver a herirla? Pero no puedo fingir amor y ella no merece que la quieran por lástima. No sé qué hacer. Solo ruego que Dios me ilumine.

QUEREMOS SABER QUÉ PIENSAS

- ¿Crees que este joven debe alejarse de Leonor para que no alimente falsas esperanzas o debe permitir que ella enfrente sus sentimientos, aun los más dolorosos, como cualquier otra persona?

- ¿Piensas que él debe intentar corresponder a su amor... o que esto sería negativo para ella?

- ¿Cuál sería la solución más justa para ambos?

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