Vueltos a flechar por Cupido

Vueltos a flechar por Cupido

Estas parejas creían que su amor se había ido para siempre, pero algo surgió en sus vidas que las unió de nuevo...

Dicen que el amor, cuando es profundo y verdadero, se transforma, pero nunca muere. Y aunque estas parejas estuvieron a punto de perderse por orgullo, inmadurez o falta de comunicación, un segundo flechazo de Cupido volvió a encenderles la llama del amor.

¡GRACIAS, JANE!

Fernando y yo nos enamoramos perdidamente a las pocas semanas de conocernos. Siempre he sido muy romántica (o fantasiosa, de acuerdo con mi práctico y sensato hermano Raúl) y veía a Fernando como el héroe de una de esas novelas victorianas que todas leemos en la adolescencia: guapo, sensible, romántico y hasta algo misterioso. Nos casamos superentusiasmados y, al principio, todo era mágico: las cenas íntimas, las notas sobre la almohada y los paseos a la luz de la luna para hablar de nuestro futuro...

Un día, el futuro nos cayó encima de sopetón. Después de dos hijos y de muchas dificultades por los altibajos de la economía, Fernando y yo comenzamos a distanciarnos emocionalmente. Con niños que atender, las tareas de la casa y Fernando haciendo milagros para estirar el pago hasta fin de mes, la vida perdió su magia.

Con el tiempo la economía familiar se fue arreglando, pero no así nuestra relación. Ya lo dije: habíamos perdido la magia. Cuando Fernando fue promovido a jefe de una importante empresa, pensé que estaba casada con un extraño.

Fue entonces que recurrí a una vieja amiga: la escritora Jane Austen. Sus novelas ?Emma, Orgullo y prejuicio, Persuasión? volvieron a convertirse en un escape y un refugio para mí. Y así fue como un día, buscando en Internet, hallé un club de libros en línea dedicado a esta autora. Todos los integrantes participaban bajo seudónimos; el mío fue Emma 3.

Varios meses después de unirme al grupo, ingresó un nuevo miembro: Mr. Darcy, uno de mis personajes favoritos de esa autora. Y aquí, gentil lectora (como escribiría Austen), viene lo interesante: Mr. Darcy y yo comenzamos una amistad en línea que solo puedo describir como ¡mágica! Su sensibilidad, romanticismo y sentido del humor me recordaban al Fernando de nuestros comienzos. Todas los días, mientras Fernando estaba en el trabajo o encerrado en su oficina en la casa, Mr. Darcy y yo compartíamos nuestros más íntimos pensamientos. Hablábamos de libros, música y arte; filosofábamos sobre la vida y nos preguntábamos a dónde se van los sueños de juventud. Aunque nunca hablamos de romance, yo sentía que -por segunda vez en la vida- había encontrado un alma gemela.

Cuando el club de libros organizó una reunión en mi área para los miembros que desearan conocerse en persona, decidí ir. Después de todo, Mr. Darcy y yo éramos solo amigos; por lo poco que sabía de él, mi amigo en línea podría ser un hombre mayor o, incluso, un adolescente precoz que jugaba a ser adulto.

Ese domingo en la tarde le dije a Fernando la verdad: que iba a reunirme con mis amigos del club de libros de Jane Austen y él no hizo comentarios. ¡Se notaba que ya no le importaba ni a dónde iba!

La reunión tuvo lugar en un hotel. Todos los asistentes llevábamos sobre el pecho una tarjetita con nuestro seudónimo. ¿Dónde estaba Mr. Darcy? Una parte de mí quería conocerlo, pero la otra temía el encuentro. Conversaba con una chica que se hacía llamar Emma 2 cuando sentí que alguien tocó mi hombro. Me di la vuelta y casi me desmayo cuando me topé con mi esposo.

"¡Fernando! ¿Qué haces aquí?”, casi grité. Y antes de que él pudiera responder, leí la tarjeta que llevaba sobre el pecho. Esta simplemente decía: Mr. Darcy.

Después de reír y llorar juntos, Fernando me contó lo que había pasado: un día yo dejé abierta en la computadora la página del club y él vio mi seudónimo. Eso le trajo muchos recuerdos dulces de nuestros comienzos; se dio cuenta de cuánto echaba de menos la magia de entonces y quiso hacer un intento por revivirla.

Esta experiencia nos enseñó que, alejados de nuestros roles de siempre y de las obligaciones y responsabilidades, seguíamos siendo los mismos, solo que habíamos dejado de compartirlo; que el romance no muere solo, sino que lo matan la rutina y la falta de interés. A partir de ese momento comenzamos a separar un tiempo solo para nosotros como pareja. Hicimos de nuestra relación una prioridad... y regresaron las cenas íntimas y las notas sobre la almohada. Hoy, gracias a mi autora favorita, recobré el amor de mi juventud, pero con la profundidad y la madurez de los años. ¡Gracias, Jane!

Los libros de una famosa autora victoriana hicieron de Cupido...

UN CORAZÓN EN DOS PEDAZOS

Cuando Daniel y yo nos hicimos novios, él me regaló un dije de oro muy especial: la mitad de un corazón colgado en una fina cadena; él tenía la otra mitad. “Cuando las unes”, me dijo, “forman un solo corazón. Eso somos tú y yo”.

Eramos jóvenes, estábamos enamorados y decidimos casarnos. Lo hicimos en una ceremonia íntima frente al mar. La única espina en mi corazón era mi madre, que no aprobaba mi relación con Daniel porque, según ella, él no era lo suficientemente bueno para mí.

Hoy reconozco que ella, después de dos fracasos amorosos, era una mujer amargada que veía a los hombres con recelo. Mi madre nunca tenía la culpa de los problemas en sus relaciones. Quienes fallaban siempre eran los hombres. “Ninguno sirve”, me repetía.

En todos los actos de Daniel, mi madre veía egoísmo, abuso, desconsideración y maldad. Confieso que empecé a aliarme con ella en contra de mi esposo. Bajo su mirada crítica dejé de verlo como mi alma gemela para convertirlo en mi contrincante. Las peleas y los reproches nos fueron distanciando y, tal como lo predijo ella el día antes de mi boda, nos divorciamos.

Dicen que cuando miramos atrás tenemos visión 20/20 y con el paso de los años -y al entender que las críticas de mi madre para todo hombre que se acercaba a mí eran irracionales- comencé a darme cuenta de la realidad. Por mi juventud, inexperiencia y, sobre todo, mi falta de carácter, había dejado escapar el amor de mi vida.

Así pasaron siete años sin saber de Daniel. Por lo menos una vez al año yo hablaba por teléfono con mi ex suegra, con quien siempre me llevé muy bien, pero nunca le pregunté por Daniel y ella, quizás por delicadeza, nunca lo mencionó. Confieso que tenía miedo de escuchar que se había casado y formado una familia.

Casi 10 años después de nuestro divorcio, la madre de Daniel falleció de forma repentina; yo decidí ir a la funeraria, pues siempre guardé un hermoso recuerdo de ella. Al mismo tiempo, sentía una intensa mezcla de emociones ante la idea de tener a Daniel de nuevo cara a cara. ¿Cómo me recibiría? ¿Estaría casado?

Apenas entré a la funeraria lo vi conversando con unos amigos. Daniel alzó la vista y me sonrió. Seguía tan atractivo como el día que nos casamos. Con los ojos húmedos, Daniel me abrazó y me dio las gracias por estar allí. “Sabía que no me ibas dejar solo en estos momentos”, susurró en mi oído. Una vez más sentí la calidez de su cuerpo y la ternura que nunca encontré en otro hombre. Cuando miré sus ojos, fue como hacerlo en un espejo; él sabía que yo aún sentía amor por él. Los años habían pasado, pero a pesar de los errores cometidos, nuestro amor continuaba vivo. Además, él continuaba libre. De repente vi que sus pupilas se dilataban con sorpresa... y me di cuenta de que Daniel había visto algo que, por llevarlo conmigo tanto tiempo, había olvidado: el dije de medio corazón, colgando de una cadena alrededor de mi cuello.

Con una dulce sonrisa él se desabotonó el cuello de la camisa... y allí vi, resplandeciente igual que 10 años atrás, la otra mitad de mi corazón. Solo nos miramos; ninguno de los dos pudo hablar. Desde ese día estamos juntos y sé que no volveré a permitir que alguien, ni siquiera mi madre, se interponga entre nosotros.

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