Alejandra de Inglaterra, un reinado de infidelidades

(Foto:Archivo)

Como muchas mujeres del pasado, la soberana tuvo que aceptar lo inevitable en los matrimonios aristocráticos: la infidelidad

En estos tiempos en que las mujeres defienden sus derechos y no aceptan engaños ni maltratos síquicos o físicos de sus parejas, la bella reina Alejandra de Inglaterra, esposa del rey Eduardo VII --el príncipe Alberto Eduardo de Gales, que sucedió en el trono a su madre, la reina Victoria-- fue ejemplo de lo que muchas mujeres del pasado aceptaban como algo “inevitable” en los matrimonios aristocráticos: la infidelidad. Décadas más tarde, otra princesa de Gales no aceptó el affair de su marido: la inolvidable princesa Diana, pero para la reina Alejandra, los amoríos extramatrimoniales del rey fueron “el pan de cada día”. Viendo sus fotos, muchos se preguntan cómo es posible que una mujer tan bella, educada y enamorada de su esposo, haya sido tratada tan mal por él, quien no tenía el menor pudor de pasearse con sus amantes, entre ellas Alice Keppel, la bisabuela de Camilla Parker-Bowles, hoy duquesa de Cornwall y esposa del príncipe Carlos de Inglaterra. Sin embargo, y esto dice mucho de la mentalidad de las mujeres de antes, el día del funeral del rey, la reina dijo orgullosamente: “A pesar de las otras, a mí fue a quien más quiso”. La reina Alexandra (conocida como Alix) nació en 1844 en Copenhague, Dinamarca, y aunque era una royal, creció en relativa austeridad, ya que sus padres --quienes después fueron los reyes Christian IX y Luisa de ese mismo país-- vivían sin lujos “y no podían pagar tutores que me educaran”. Dulce y alegre, aunque no muy inteligente, ni culta, Alix era tan bella, con unos ojos azules tan lindos, que cuando el príncipe de Gales la conoció a los 16 años, quedó tan enamorado de ella, que se casaron en 1863. Pronto se convirtieron en la pareja del momento y vivieron en Londres, en Marlborough House. El príncipe Alberto Eduardo --a quien llamaban Bertie-- era tan mujeriego, que desde el comienzo del matrimonio, Alejandra “se hizo la vista gorda” con las amantes de su marido, aunque le molestaban menos si eran mujeres de familias conocidas, pues detestaba a las actrices, como Lily Langtry, con quien el rey estuvo varios años. La pareja tuvo seis hijos: Alberto Víctor, Jorge, Luisa, Victoria, Maud y Alejandro; este último falleció a las pocas horas de su nacimiento. El mayor de los varones, Alberto Víctor, duque de Clarence, tenía retraso mental. Los muy fashion príncipes de Gales, Bertie y Alix, parecían felices, aunque el príncipe no tenía nada que hacer, pues su octogenaria madre no abandonaba el trono... ¡lo mismo que está ocurriéndole ahora al príncipe Carlos! Cuando murió la reina Victoria, Eduardo VII heredó el trono en 1901, a los 59 años, y Alejandra se convirtió en reina consorte del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda y de sus dominios de ultramar y emperatriz consorte de la India. En su papel de reyes, Eduardo VII y Alejandra comenzaron una etapa política y social positiva para el país. La reina, sabiendo que su marido la engañaba con 2 o 3 mujeres a la vez, a quienes les regalaba joyas y pieles, y mantenía con gran generosidad, se dedicó a hacer obras de caridad y a dirigir la vida de sus tres hijas. En sus embarazos, ella había sufrido varias enfermedades, por lo que caminaba con una ligera cojera y sufría una gran pérdida de la audición. En 1910, obeso y enfermo de bronquitis, el rey se llevó al balneario de Biarritz a su guapa amante Alice Keppel, hija del barón Edmonstone, casada y con hijos. Esa fue la gota que colmó el vaso e indignó a la reina, quien se fue de vacaciones en un crucero de varios meses por el Mediterráneo. Alejandra visitó en Corfú a su hermano, el rey Jorge de Grecia. Su marido siguió divirtiéndose con la Keppel, pero al volver a Inglaterra estaba muy enfermo. La reina Alejandra regresó de urgencia y se encontró con un rey moribundo, que le pidió ver a Alice Keppel antes de morir. Doblegando su dolor y su orgullo, la reina la llamó, y el rey murió después de pedirle a su mujer que, por favor, le diera un beso a su amante. Alejandra, humillada hasta el último momento, dijo en ese momento: “Lo quería tanto, que hubiera hecho cualquier cosa que me pidiera”. Cuando Eduardo VII murió, su hija Victoria tuvo que pedirle a la Keppel, “que lloraba dando alaridos”, que por favor dejara la habitación, porque su madre quería estar sola con el cadáver del rey. Eduardo VII reinó sólo nueve años, y a su muerte nueve monarcas caminaron junto a su féretro el 20 de mayo de 1910. La re- lación del rey con su esposa había sido de un gran afecto y agradecimiento por “su enorme tolerancia”. A la muerte del rey, Alejandra, ahora Reina Madre, regresó a Marlborough House, donde vivió hasta que murió, en 1925, con su hermana Dagmar, la emperatriz consorte de Rusia María Fiódorovna, madre del último zar de Rusia Nicolás II. Redacción Vanidades / Fotos: Archivo

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