Farah Diba, marcada por la tragedia

Farah Diba

La ex emperatriz de Irán ha enfrentado el exilio y la pérdida de su esposo y dos hijos.

Mar. 18, 2011

Cuando una madre tiene que enterrar a un hijo es una gran desgracia. Pero cuando una madre tiene que afrontar la muerte de dos de sus hijos es doblemente triste y doloroso. Y si eso ocurre porque ambos se suicidan, todavía jóvenes, sencillamente es terrible.

Eso le ha sucedido a Farah Diba, la ex emperatriz de Irán, viuda del sha Mohamed Reza Pahlavi y una de las mujeres más discretas y elegantes de las últimas décadas. Primero fue el suicidio de su querida hija Leila en el 2001, en Londres, con solo 31 años de edad, de una sobredosis de pastillas para dormir, y en el pasado mes de diciembre fue el de su adorado hijo menor, el guapo príncipe Alireza Pahlavi, de 44 años, quien se suicidó de un disparo en su piso de Boston, Estados Unidos, donde lo descubrió muerto su novia.

Cuando oí la noticia me impresionó mucho, porque recientemente vi a Farah acompañada de su hijo mayor Reza y de su nuera Yasmine en un centro comercial de Washington, a donde yo viajé, y se veía muy bien y amable como siempre. Aunque la he visto muchas veces en fiestas en New York o en París, hace 15 años compartí una mesa con ella en una cena privada en casa de unos amigos en París, y desde ese día la ex emperatriz me sorprendió por su genuina amabilidad y su divertido sentido del humor. En ella no había ni una onza de esnobismo, y actuaba como cualquier mujer del mundo. Esto lo pueden comprobar si alquilan el video del fascinante filme The Queen and I, un extraordinario documental que hizo en el año 2009 una joven iraní sobre el día-a-día de Farah Diba, pues la muestra tal y como es de natural y amable, poseedora de una gran personalidad.

La muerte de Alireza -quien acompañaba a Farah a muchos actos oficiales y siempre decía que su madre y sus hermanos eran sus mejores amigos- fue parecida a la de su hermana Leila, pues ambos habían luchado durante años para vencer profundas depresiones. Ninguno de los dos pudo superar el exilio en 1979 ni la rápida muerte del sha en 1980, de un cáncer fulminante. Los cuatro hijos de Farah sufrieron muchísimo, porque al ser derrocado su padre, muchos países que habían sido amigos del sha les dieron la espalda y no les permitían vivir en ellos, ya que sus gobiernos no deseaban quedar mal con el nuevo régimen del Ayatollah Khomeini, quien había tomado el poder en Irán.

Fueron años horribles en los que, aunque tenían dinero y eso les facilitaba las cosas, se veían obligados a ir de país en país: Estados Unidos, Panamá, vuelta a Estados Unidos, Egipto, etc. Para la familia Pahlavi, esta falta de apoyo fue un golpe inesperado y cruel, después de haber recibido de las mismas personas de los diferentes gobiernos reverencias y el mejor trato del mundo.

Poco después del fallecimiento de Leila, Farah escribió sobre su hija: “Exiliada a la edad de 9 años, nunca superó la muerte de su padre, con quien estaba muy unida. No consiguió olvidar la injusticia y las dramáticas condiciones de nuestro exilio y los traslados que le siguieron. No pudo soportar vivir alejada de Irán y compartía el sufrimiento de sus conciudadanos”. Al parecer, al príncipe Alireza -quien tuvo una brillante carrera como estudiante en universidades del calibre de Princeton, Columbia y Harvard- tampoco pudo dejar atrás el dolor que de niño le marcó tanto, y le ocurrió lo mismo que a su querida hermana, cuya triste muerte también lo había destrozado.

El príncipe -además de ser la viva imagen de su fallecido padre, aunque más guapo, pues tenía la sonrisa de su madre- era el favorito de Farah, quien se preocupaba siempre por la tendencia a la melancolía que notaba en él. Alireza seguía viviendo en Boston, una ciudad que le gustaba mucho, sin tener apenas amigos y con muy poco contacto con sus vecinos. Iba a la Universidad de Harvard, donde estaba tomando cursos de posgrado para lograr un doctorado en Historia de Irán. El príncipe no se había casado y era un enigma incluso para sus compañeros de universidad, quienes lo describen como “una persona educada, pero con un aire de que no deseaba que le hablaran o lo molestaran”. Vivía en un brownstone, por el que hace nueve años pagó 2 millones de dólares. Allí, de vez en cuando, lo acompañaba una chica que era aparentemente su novia, pero de la que hasta el día de hoy no se sabe nada. Fue ella precisamente quien bajó al salón a las 2:00 a.m., preocupada de que Alireza no hubiera subido a dormir, y lo encontró sin vida. La policía pronto determinó que la muerte era un suicidio por disparo y avisó a la familia. Primero a su hermano Reza en Washington, y este se lo dijo a Farah, quien estaba en París.

Esta tragedia es una prueba más de que la vida no ha sido fácil para los Pahlavi en los últimos años, en los que también Farah perdió a su madre, con quien estaba muy unida. Además, ella sufría mucho por ver a su país “destruido por el fanatismo”.

Si miramos hacia atrás, la vida de Farah está llena de curiosos giros del destino, y hubiera sido muy diferente si en 1959, cuando era estudiante de arquitectura en la Ecole des Beaux Arts, de París, no hubiera conocido a Mohamed Reza Pahlavi. Un año antes, el soberano iraní había repudiado a su bella esposa, la princesa Soraya Esfandiary, por no poder darle hijos. Aquel repudio público había revolucionado al mundo, pues Mohamed Reza y Soraya se amaban intensamente, pero el sha tenía una hija, Shahnaz, de su primer matrimonio con la princesa Fawzia de Egipto, y el trono necesitaba un heredero varón.

Cuando el sha comenzó a buscar a una esposa fértil, Farah era una chica feliz, que estudiaba en París porque su madre deseaba que recibiera “una educación moderna en un colegio francés”. Allí estaba la joven, viviendo al estilo occidental y rodeada de amigos. Nacida en Irán el 14 de octubre de 1938, Farah era hija única de Sohrab Diba, un oficial del ejercito iraní y abogado graduado de la Sorbona, en París, y de Farideh Diba, quien supervisó la excelente educación que recibió su hija hasta que contrajo matrimonio con el sha a los 19 años, en diciembre de 1959.

El primer encuentro de la pareja ocurrió cuando el sha se reunió con un grupo de estudiantes iraníes en París y quedó impresionado con la belleza y la personalidad de Farah. Enseguida preguntó quién era y poco después se vieron de nuevo en Teherán. Farah era joven, bella y fértil (le hicieron una prueba médica para asegurarse de ello). Dicen que se enamoró enseguida de Mohamed y muy pronto tuvo lugar la espectacular boda. A los 10 meses de haberse casado, Farah dio a luz a su hijo Reza. Así comenzó un período de 20 años, en el que la familia vivió al estilo de Las mil y una noches, con grandes lujos, fiestas, viajes, fastuosos palacios, joyas... La pareja tuvo tres hijos más: las princesas Farahnaz y Leila, y el pequeño príncipe Alireza.

El sha y Farah en una época de esplendor

Todo iba muy bien, pero la fiesta en las ruinas de Persépolis en 1971, para celebrar los 2.500 años de la monarquía persa, fue tan fastuosa que el mundo quedó estupefacto ante tal despliegue de riquezas en un país donde existía mucha pobreza. Se sirvieron 5 mil botellas de champán francés, los festejos duraron una semana y costaron 200 millones de dólares. La compañía Elizabeth Arden creó una línea de cosméticos llamada Farah, que regalaron a los invitados; Lanvin diseñó los uniformes de los sirvientes; Baccarat creó una cristalería especial, y Maxim, envió el buffet desde París. La gran fiesta de Persépolis comenzó a resquebrajar el trono del sha. Pero nadie se daba cuenta de lo que pasaba. Farah vivía feliz porque había cumplido lo que se esperaba de ella -tener hijos- y todos comentaban que el sha se había enamorado de su mujer y había olvidado a Soraya. El pueblo admiraba a la joven soberana, pues esta se dedicaba a ayudar a las mujeres iraníes, tratando de sacarlas de una vida sin futuro y de abrirles camino.

En su libro de memorias del 2003, An Enduring Love, que escribió al cumplir 65 años, la ex emperatriz relata con sinceridad la soledad que ha sido su “vida errante” desde la muerte de su marido. Explica la ausencia de nuevos romances, diciendo: “Es imposible amar a otro hombre después de lo que viví junto a mi marido. No me interesa un nuevo amor”. Cuando el sha enfermó en el exilio, Farah estuvo a su lado, cuidándolo hasta el último momento de su vida.

“El capítulo de la muerte de mi marido en 1980, de la muerte de mi madre en 1999 y de la muerte de mi hija Leila en el 2001 fue el más difícil de escribir...”, dijo Farah. “La muerte de mi hija y los tormentos que sufrió fue lo que más me costó superar. Durante dos años no pude aceptar la muerte de Leila, pero escribir mis memorias me ayudó mucho”.

En el exilio, Farah ha sido abuela y llama a sus nietos “la gran alegría de mi vida”. Hace algunos años, había dicho que “quizás haya llegado el momento de comenzar la cuarta etapa de mi vida y ser sencillamente una mujer"; pero la inesperada muerte de Alireza ha vuelto a sacudir su vida. ¡Ojalá pueda enfrentar esa pérdida con la entereza que la caracteriza!

Después de un funeral en Washington D.C., las cenizas de Alireza serán diseminadas en el mar Caspio, que baña las costas de Irán, la tierra que lo vio nacer.

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