Reina Guillermina de los Países Bajos: la infancia de la primera soberana de Holanda

Reina Guillermina de los Países Bajos: su ascenso al trono y los años de su reinado

Su pueblo la admiró mucho por vivir comprometida con su país. Sólo tuvo una hija: la reina Juliana

Guillermina de Orange-Nassau nació el 31 de agosto de 1880 en La Haya, Países Bajos, y fue la única hija del rey Guillermo III de los Países Bajos y gran duque de Luxemburgo, y de su segunda esposa, la princesa Emma de Waldeck- Pyrmont. Cuando Guillermina nació, su padre tenía 63 años de edad.

Guillermo III era hijo del rey Guillermo II de los Países Bajos y de la reina Ana Pavlovna de Rusia, hija del zar Pablo I de Rusia y de la emperatriz María Fiodorovna. Guillermo III recibió una educación militar y en 1839 se casó en primeras nupcias con su prima Sofía de Württemberg, hija del rey Guillermo I de Württemberg y de la gran duquesa Catalina Pavlovna de Rusia. Pero el matrimonio comenzó mal desde el principio, pues ambos esposos tenían desacuerdos ideológicos. La princesa Sofía era una intelectual liberal, que detestaba la rigidez militar. Y Guillermo era un hombre sencillo, conservador, que había sido educado en el ejército y a quien le gustaba la vida militar.

?Guillermo no comprendía la mentalidad de Sofía ?contó una duquesa de esa época.

El 4 de septiembre de 1840, la pareja tuvo a su primer hijo, Guillermo, y el 15 de septiembre de 1843, a Mauricio, el segundo.

En 1849 murió el rey Guillermo II y Guillermo III se convirtió en rey de los Países Bajos y Sofía en la reina consorte.

Las peleas entre la pareja real se hicieron más frecuentes y amargas. En una de ellas, el rey tomó una medida drástica y le prohibió a la reina Sofía asistir a las reuniones intelectuales a las que ella era muy aficionada.

Sofía y su familia menospreciaron al rey, así como la reina Victoria del Reino Unido, quien se escribía a menudo con ella y consideraba que Guillermo III era un gran maleducado.

La vida íntima del rey, quien a menudo tenía aventuras con las cortesanas, contribuyó a empeorar la relación de la pareja. Pero las desavenencias de ambos fueron peores cuando el príncipe Mauricio, de 6 años de edad, murió de meningitis el 4 de junio de 1850.

?Tú eres la responsable por no haber querido que el médico de la corte, en quien no confiabas, tratase a nuestro hijo ?recriminaba el rey Guillermo a Sofía.

La reina quedó embarazada de su tercer y último hijo, el príncipe Alejandro de Orange, quien nació el 25 de agosto de 1851.

En 1855, Sofía y el rey Guillermo eran tan infelices juntos, que decidieron vivir separados. Ella había tratado de obtener la anulación matrimonial, pero no la consiguió.

Las aventuras extramatrimoniales de Guillermo III llevaron a The New York Times a considerar al rey holandés como el monarca más decadente de la época.

Los hijos les dieron problemas. Un plan de boda entre el príncipe Guillermo y la princesa Alicia, la segunda hija de la reina Victoria del Reino Unido, fracasó. El joven se enamoró de una noble llamada Mathilde van Limburg Stirum, pero sus padres se negaron a aceptar la relación.

?Lo que más influyó fue el temor de que ella fuese medio hermana del príncipe Guillermo, porque el rey Guillermo III había tenido un romance con la madre de Mathilde ?señaló un cronista.

Perdida la esperanza, Guillermo se marchó a París, donde empezó a llevar una vida de sexo, alcohol y juegos de azar.

Su madre, la reina Sofía, murió en el palacio Huis ten Bosch, cerca de La Haya, el 3 de junio de 1877. A petición suya, fue enterrada con su vestido de boda, porque consideraba que ?había dejado de vivir el día de su matrimonio?.

El príncipe Guillermo, por su vida desordenada, murió el 11 de junio de 1879, en su apartamento en la rue Auber, en París. Tenía 38 años. Su cuerpo fue trasladado a Holanda y enterrado en la cripta real de la iglesia Nieuwe Kerk de la ciudad de Delft.

Tras la muerte de Guillermo, su hermano Alejandro se convirtió en el príncipe de Orange y heredero del trono holandés.

Tengo la certeza y la fe de que la muerte es el comienzo de una nueva vida

Pero el rey Guillermo III estaba preocupado por garantizar la continuidad dinástica en el reino de los Países Bajos y Alejandro, el único hijo que le quedaba vivo desde su nacimiento, tenía una condición física enfermiza: la columna vertebral torcida y el hombro izquierdo más elevado que el derecho. Debido a la desviación de su columna, llevaba puesta una faja de metal, lo que había terminado provocándole una herida en el hígado. El príncipe era una persona tímida y solitaria, que había caído en una profunda depresión después de la muerte de su madre, la reina Sofía. La casa real mantuvo nego-ciaciones infructuosas para que Alejandro contrajese matrimonio, primero con la princesa Thyra de Dinamarca y después con la infanta María Ana de Portugal.

Guillermo III decidió casarse de nuevo para tener otro heredero. Sus primeras elecciones fueron Paulina de Waldeck-Pyrmont, una hermana de Emma, y también la princesa Thyra de Dinamarca, pero estas lo rechazaron. Sin embargo, Emma lo aceptó.

Emma había nacido en Arolsen, capital del pequeño principado alemán de Waldeck-Pyrmont, el 2 de agosto de 1858, y sus padres eran el príncipe Jorge Víctor de Waldeck-Pyrmont y la princesa Elena Guillermina Enriqueta de Nassau. Su hermana, la princesa Elena Federica, se había casado con el príncipe Leopoldo, duque de Albany, hijo de la reina Victoria del Reino Unido.

Algunos políticos holandeses se opusieron al compromiso con Emma porque la futura nueva reina consorte era 41 años más joven que el rey. Sin embargo, ella demostró ser una mujer cordial y comprensiva, adquirió profundos conocimientos sobre la gente y el país de su futuro esposo, y aprendió el idioma holandés.

Finalmente, las tensiones en el parlamento, que debía dar su aprobación a la boda del rey, terminaron, y la pareja se casó el 17 de enero de 1879. Al año siguiente año nació su hija, la princesa Guillermina de Orange-Nassau. La reina Emma tuvo mucha influencia sobre Guillermo III y lo ayudó a controlar sus caprichos. El matrimonio fue feliz. Su hogar estaba establecido en el bello y lujoso palacio barroco holandés Het Loo, en Apeldoorn, residencia de los miembros de la casa de Orange-Nassau desde el siglo XVII, con fuentes, estanques y estatuas en el jardín.


Guillermina guardó los recuerdos más gratos del mundo de su convivencia con su padre, quien era tierno, complaciente y cariñoso con ella.

?El dedicaba una hora del día para jugar conmigo ?contó Guillermina años después.

A los 4 años de edad, Guillermina y el rey daban paseos afuera del palacio y él le permitía jugar con su bastón.

Qué alegría sentía cuando el rey y ella hacían barquitos de papel y los echaban a navegar en la bañera!

El príncipe Alejandro de Orange, quien vivía aislado, murió el 21 de junio de 1884, a los 33 años, y fue enterrado en el panteón real de Nieuwe Kerk en Delft. Tras su muerte, Guillermina, de solo 4 años, se convirtió en la heredera del trono de los Países Bajos.

Guillermina estaba viviendo los más dulces momentos de su infancia. Su padre trataba de complacerla en todo y les regaló a su madre y a ella dos abrigos de piel que ambas se ponían a la vez.

Un chalet fue construido para la encantadora princesita en el parque del palacio. Cerca, ella tenía un palomar, un estanque para los patos y un columpio. Ahí criaba conejos y gallinas, y a menudo daba vueltas en su burro Grisette. Algunos amigos la acompañaban en todo lo que ella hacía.

En Koningslaan había un parque de ciervos que ella podía alimentar con sus manos cuando estos acudían al sonido del cuerno de Peters, el cuidador.

?A veces me permitían sacar a pasear a los perros y cuando nacían sus cachorros, ellos se convertían en el centro de mi atención ?contó Guillermina.

A menudo Peters acompañaba al rey a cazar y visitaban la casa de la familia del cuidador donde Guillermina jugaba con los hijos de este, de su misma edad. Overdijking, el antiguo fabricante de armas, le reparaba los juguetes, y Kraaijenbrink, el viejo jardinero con quien su padre discutía todo lo referente a las flores y plantas, le llenó el jardín de su chalet de bellas, fragantes y coloridas rosas.

?Mi madre se encargaba de que yo las recogiera e hiciera arreglos para adornar el estudio de mi padre ?contó Guillermina.

La reina la sacaba a pasear en su carruaje de mimbre tirado por dos caballos árabes, regalo de su esposo. Sin embargo, a Guillermina le apasionaban los ponis de Shetland.

Un día, su padre le dijo que ella tendría cuatro ponis. Guillermina esperó en el camino a que estos aparecieran, pero llegaron al anochecer. En el establo, ella le puso nombre a cada uno:

?Brownie, Puck, Blackie... y al más pequeño, Baby, que fue el primer caballo que monté en mi vida.

De inmediato, Guillermina tomó clases de equitación. Su primera institutriz, quien se llamaba Freule de Kock, le enseñó francés, y jugaba con ella a las muñecas que tanto le gustaban.

Freule fue sustituida cuando Guillermina tenía casi 6 años. Su sucesora y única compañía fue miss Winter, del Reino Unido, quien le enseñó inglés y literatura. Su primer tutor fue Mr. Gediking, un director de escuela de La Haya.

A Guillermina le fascinaban las matemáticas, los principios de física y la historia holandesa. Mientras su padre gozó de buena salud, a menudo la familia transfería su hogar de un lugar a otro, realizaban los viajes en tren y los tutores acompañaban a Guillermina. En el Peace Palace, en La Haya, permanecían durante la Navidad y el Año Nuevo, y se quedaban hasta unas semanas antes de la Pascua de Resurrección, cuando iban a Amsterdam para la visita oficial de seis días. Luego regresaban a Het Loo y se marchaban a Arolsen para reunirse con sus familiares. Después, el rey iba a tomar sus baños curativos y hacían un pequeño viaje de placer. A mediados de septiembre volvían a La Haya para la apertura del Estado General y luego regresaban a Het Loo, donde disfrutaban del otoño.


En 1888, la salud del rey comenzó a debilitarse. Caía en cama y más tarde se recuperaba. Guillermina y su madre lo representaban en los actos y celebraciones cuando él no podía asistir.

?El rey consideraba indecente que las niñas practicaran deportes, pero a escondidas Guillermina aprendió a patinar en el hielo, algo que la divertía mucho ?contó una fuente de la corte.

Durante el invierno de 1890, su padre estaba mejor y el 19 de febrero dio una cena para un gran grupo en Het Loo.

?Desafortunadamente, esa fue la última aparición pública de mi padre ?contó Guillermina.

Ella asistió después con su madre a algunos actos oficiales. En agosto, la salud de su padre empeoró, pero tan pronto tuvo un poco de mejoría, mandó a agrandar el chalet de Guillermina y le instaló una cocina. En el verano de 1890 le escogió un f ino servicio de vajilla. Su madre, por su parte, añadió un balcón cu- bierto en el primer piso.

?Cuántas horas placenteras pasé cocinando allí! Lo mismo fue para mi hija y mis cuatro nietas ?confesó Guillermina.

Durante los dos últimos meses de sufrimiento del rey, a Guillermina no le permitieron visitarlo y veía poco a su madre. La última noche de vida de su padre, ella tuvo el presentimiento de que algo malo iba a pasarle.

Era el 23 de noviembre de 1890, y cuando todo pasó, su madre le dijo que su padre había muerto, lo que fue un duro golpe para Guillermina, quien tenía solo 10 años de edad.

A partir de ese momento muchas cosas cambiaron en su vida. Guillermina heredó el trono, pero no pudo acceder al gran ducado de Luxemburgo por los términos de un tratado dinástico en el que se especif icaba que una mujer no podía heredar el título del gran ducado. Este fue para Adolfo, duque de Nassau, un pariente lejano suyo.

Como era una niña, la reina Emma se convirtió en la regente de su hija hasta que Guillermina cumpliera 18 años. Sus juegos llenos de alegría se terminaron, pues tuvo que estar todo el tiempo recibiendo a la gente que desfilaba para ofrecer sus condolencias. El silencio mortal en todas partes, las persianas cerradas en palacio y las personas vestidas de negro la estremecían.

?Lo peor de todo era mi madre, quien se veía muy triste, envuelta en capas y capas de ropa negra. Era mucho más de lo que yo podía soportar ?dijo Guillermina años después.

Había un frío tan intenso, que la inmóvil guardia de honor frente a palacio tenía que ser relevada cada hora para que no se congelara. El viaje en tren a La Haya fue sombrío, con las cortinas de las ventanas cerradas. El día del funeral, cuando llegó el féretro y sonaron las campanas, la pequeña Guillermina se alteró completamente. Estaba tan aterrada, que cayó en cama con dolor de cabeza y de estómago.

Lo que más afectaba a la niña era que, a su edad, no podía expresar lo que sentía o pensaba, ni sabía cuáles serían sus responsabilidades. Sobreponiéndose, le pidió a su madre que le aclarase estos puntos, y tuvieron una larga, seria y profunda conversación.

?Me asombró saber que ocho años serían suficientes para que yo creciera y me convirtiera en una joven de 18 con sabiduría, sensible, humilde y con el sentido del deber ?expresó Guillermina.

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