Los amores de Marilyn Monroe

Los amores de Marilyn Monroe

La actriz se casó cuatro veces, se ha dicho que tuvo un sinfín de amantes y quienes la conocieron de cerca hablan de su férrea fragilidad y de su solitaria forma de ser

Antes de ser Marilyn Monroe fue Norma Jean, nacida en Denver el 1 de junio de 1926 y fallecida el 5 de agosto de 1962, en Los Ángeles. Una chica “realmente bonita y encantadora”, como comentó su madre, Gladis Phillips, al conocido biógrafo estadounidense Donald Spoto en el libro Marilyn Monroe. The biography (1993), “pero resultaba un poco patética, porque siempre estaba avergonzándose de su pasado”.

En 1939, con 13 años, Norma ya había alcanzado su estatura de adulta, un metro sesenta y seis, y su figura se había moldeado tal como la recordamos en sus películas: unos pechos insolentes que solía exhibir debajo de ceñidos jerseys, con faldas pegadas a la cintura, tal como las adolescentes acostumbraban a vestir por entonces en California.

Cuando se casa por primera vez, tal vez con su primer “hombre de ensueño” como ella misma dijo tiempo después, tenía 16 años y en su trato con los hombres ya contaba con una “traumatizante agresión sexual, una violación que había dado como fruto un hijo que nunca llegará a conocer y una serie de encuentros sexuales no consumados”, afirma en su libro Marilyn Monroe. La diosa del sexo el escritor Luis Gasca.

Contrajo matrimonio con el hijo de una vecina, un policía de 21 años, James Dougherty, en una especie de boda concertada. “Era tan sensible e insegura que me di cuenta de que no estaba preparado para ocuparme de ella”, admitiría Dougherty después en las discretas notas que reunió para redactar su biografía.

James Dougherty y Marilyn Monroe el día de su boda, el 19 de junio de 1942 (EFE)

Cuando Jim se alista para cumplir con los deberes de la patria en la Segunda Guerra Mundial, Norma se queda sola y se traslada a vivir a casa de su suegra. Trabaja en una fábrica de paracaídas y en la empresa le piden hacerse una fotos como promoción. En ese momento a Norma Jean solo le falta dar un paso para convertirse en modelo y en la futura Marilyn.

Dos años antes de fallecer, Monroe confesó sobre esta oscura época de su vida: “Yo no dormía con otros mientras estaba casada, hasta que mi marido se alistó y entonces lo hice porque estaba condenadamente sola y necesitaba algún tipo de compañía. Y por eso, de vez en cuando, lo hacía, porque no quería estar sola”, indica en su obra Luis Gasca.

Su segundo marido, André de Dienes, conoció a Norma a finales de 1945 y fue su primer fotógrafo con un estilo original, inspirado, una historia que contó Dienes en sus memorias secretas, que fueron encontradas tras su muerte en 1988.

En ellas, se observa la evolución de aquella modelo joven y sensible hacia el umbral de la que, en poco tiempo, sería Marilyn (como en la imagen superior).

De Dienes la conquistó porque “los hombres que estaban detrás de las cámaras fotográficas en esos tiempos eran el equivalente de lo que serían más tarde los cámaras de cine, los productores y los agentes. Ella se sentía en deuda con ellos y les pagaba con su propio cuerpo”, afirma en su biografía Donald Spoto.

Su aparición en las portadas de decenas de revistas hizo que la Twentieth Century Fox la contratara y empezara su carrera: aquí se inicia la vida de la actriz y de uno de los iconos del siglo XX.

Ya convertida en ídolo...

Su relación sentimental con Joe DiMaggio, al que había conocido a principios de 1952 y con quien se casó a principios de 1954 después de una secreta y prolongada relación sentimental, se fragua en el momento en que Marilyn empieza a ser considerada una estrella y filma Cómo casarse con un millonario (1953), Niágara (1953) y Los caballeros las prefieren rubias (1953).

“Me trataba como si fuera alguien especial”, dijo la actriz de él, todo un héroe popular en un momento en que el país, hundido en la Gran Depresión, necesitaba de modelos.

Monroe y Joe DiMaggio, 1954 (EFE)

Pero Joe odiaba “las multitudes y este mundo de fascinación”, como ella dijo a su amigo Sydney Skolsky en cierta ocasión. Había muchas cosas que él no soportaba: la época de Marilyn como modelo de calendarios, que su mujer fuera objeto de culto de cientos de hombres, que se mostrara tan sugestiva y libre en público, que apareciera de aquella forma tan levemente impúdica en sus películas.

La famosa secuencia de La tentación vive arriba (1955), más aún que la foto desnuda del calendario, en la que Marilyn juguetea con su vestido blanco sobre el respiradero del metro neoyorquino, presenciada en vivo por Joe mientras se rodaba en la esquina de la calle 52 y la avenida Lexington, colmó la paciencia de éste, y en su opinión también su honor. Se divorciaron el 27 de octubre de 1954.

Sin embargo, su relación nunca languideció: fue Joe quien organizó todos los detalles de su funeral y quien dispuso que, junto a su lápida, nunca faltaran dos rosas rojas.

El efecto Pigmalion

A Arthur Miller, Marilyn le conoció en 1951, cuando ella tenía 25 años, y él, diez más. Según Spoto, “Miller le pareció el paladín de los perdidos y los heridos, y así fue como se ganó su aprecio. En terreno tan bien abonado muy pronto arraigaría el amor, pero para su pleno florecimiento transcurrirían aún cinco años”.

La pareja se casó en 1956, en una ceremonia durante la que Marilyn aprovechó para convertirse al judaísmo, la religión de su marido. La luna de miel la pasaron en Londres, donde ella rodó El príncipe y la corista (1957): durante aquellos meses, la actriz perdió un embarazo a causa de un aborto espontáneo.

Marilyn con Arthur Miller el 11 de noviembre de 1960 (EFE)

Como dijo a Spoto el ginecólogo e íntimo amigo de Marilyn Leon Krohn, era “una típica situación de Pygmalion: Miller intentaba hacer de ella una mujer sofisticada, y creo que eso le provocaba una enorme tensión. A menudo me decía cuánto deseaba tener un hijo, pero yo le advertía que con la bebida y las pastillas mataría al niño”.

Años después, en Después de la caída, el escritor toma a su ex mujer como modelo y confiesa todas las angustias que atenazaron en vida a su esposa: “La intensidad de su angustia le hubiera incapacitado para cualquier otro trabajo. Si hubiera sido oficinista, le hubieran dicho que hiciera el favor de dejar sus problemas en casa. Sin embargo, en la vida le tocó el papel de estrella de cine y esto le permitió trabajar y padecer, porque a una estrella se le permite todo”.

Una pincelada francesa

En 1960, Marilyn, cuyo matrimonio hace aguas, comienza el rodaje de El multimillonario, al que a última hora se incorpora un cantante y actor francés poco conocido en Estados Unidos, Yves Montand. Más bien, la que era famosa era su mujer, Simone Signoret, que dos años antes había rodado “Un lugar en la cumbre” por el que recibiría el Óscar a la mejor actriz. Las dos parejas -los Montand y los Miller- se conocían de tiempo atrás, y ahora sus lazos se estrechan.

Separados de sus respectivas parejas, Marilyn e Yves intiman. Un día que ella está resfriada y él se acerca a su bungalow para ayudarla, “me incliné para darle un beso de buenas noches”, relata el actor francés en sus memorias, “pero súbitamente fue un beso desenfrenado, un fuego, un huracán que no pude contener”.

Yves Montand y Marilyn Monroe en la película “Let’s make love”, 1960 (EFE)

Sin embargo, a comienzos de verano de aquel 1960, “Marilyn se sentía muy sola; todas sus relaciones habían terminado -Yves regresó a París con su esposa-, estaban en peligro -Miller trabajaba en el guión de Vidas rebeldes con John Huston en Reno- o se habían interrumpido”, cuenta Spoto.

Precisamente, tras el rodaje de Vidas rebeldes (1961), un filme que revela los sentimientos de Miller y en la que Marilyn tenía que expresarlos, la pareja se divorcia.

Una mujer sola

El 19 de mayo de 1962 tuvo lugar en Nueva York la gala de cumpleaños del presidente J. F. Kennedy, en la que Marilyn, tres meses antes de su muerte, le canta, cándidamente, su famoso “Happy Birthday”... ¿Qué relación hubo entre ella y el presidente?

Marilyn canta “Happy Birthday” al presidente J. F. Kennedy, el 19 de mayo de 1962 (EFE)

Ralph Roberts, masajista aficionado, amigo íntimo y confidente de Marilyn, contó a Spoto sobre el tercer encuentro entre la actriz y el presidente -los anteriores fueron cenas multitudinarias en honor del presidente, en octubre de 1961 y en febrero de 1962-.

“Ella me dijo que su aventura con JFK se redujo a esa única noche de marzo -el 24 de marzo de 1962, cuando los dos fueron invitados de Bing Crosby en Palm Springs-. Por supuesto, ella sentía un cosquilleo y cierta incredulidad, porque a lo largo de un año él había estado intentando, por mediación de Lawford -el actor era cuñado del presidente-, pasar una noche con ella. Después de aquel fin de semana, mucha gente pensó que había algo más. Pero Marilyn me dio a entender que no había sido un acontecimiento importante para ninguno de los dos; había ocurrido una vez, aquel fin de semana, y eso era todo”.

Y es que, en realidad, Marilyn no había cambiado tanto en relación con aquella Norma Jean que hacía volver la cabeza a los chicos a su paso: “Observada y admirada por su cuerpo, deseaba complacer a quien la miraba, agradar a aquellos que la deseaban. Trataba de obtener aprobación. Para Norma Jean, no era cuestión de inmodestia o inmoralidad, y al parecer nunca albergó sentimientos de culpabilidad”, subraya Spoto.

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