La boda de la princesa Diana y el entonces príncipe Carlos, el 29 de julio de 1981, no fue una boda más en el mundo de la realeza: fue un acontecimiento global que paralizó al Reino Unido, Europa y gran parte del mundo. Ese día, más de 750 millones de personas siguieron la ceremonia desde sus televisores, y más de 600,000 se reunieron en las calles de Londres para presenciar la llegada de la futura princesa. Se eligió la catedral de San Pablo en lugar de Westminster, como dictaba la tradición, porque era más grande, más espectacular y, en términos mediáticos, más conveniente. Todo estaba diseñado para hacer un cuento de hadas perfecto, casi cinematográfico. Y en ese espacio histórico donde los códigos estéticos estaban más rígidos que nunca, fue donde la princesa Ana brilló de forma distinta.
El estilo único de la princesa Ana: una fórmula constante en su narrativa personal
A diferencia de muchas royals de su generación, la princesa Ana nunca ha tenido miedo de usar la moda para comunicar. Desde finales de los 70, sus elecciones han oscilado entre lo práctico, lo eficiente y, en momentos relevantes, lo intensamente original. Para la boda de Diana y Carlos, llevaba apenas dos meses de haber dado a luz a Zara Philips. Aun así, apostó por un vestido cruzado tipo wrap con estampado floral, delicado pero contundente en su presencia visual. La creadora era Maureen Baker, diseñadora que trabajó para ella por décadas (llegando a crear para ella alrededor de 250 piezas) y que entendía a la perfección esa línea fina entre tradición y personalidad propia que tanto caracterizaba a la princesa.
Las royals también resaltaron en “la boda del siglo”
Aunque no fue la única que se vistió de forma lujosa para el evento, pues la reina Isabel II, quien apostó por un vestido azul claro, la reina madre, deslumbró con un atuendo en verde agua y la princesa Margarita decidió que el durazno era el tono indicado para la ocasión, apostaron por prendas en colores lisos y pasteles que también resaltaron, Ana se plantó en el corazón del protocolo con flores pequeñas y delicadas estampadas a lo largo de su vestido, volumen romántico y un toque de color llamativo.
El tocado que desafió la blancura institucional
Una de las piezas más memorables de su atuendo fue su sombrero: un diseño de ala ancha, cubierto por un bouquet de flores a juego y envuelto por un sutil velo. Era teatral sin ser vulgar, y exacto con su mensaje: puedo seguir el código, pero a mi manera. Llevaba además un triple choker de perlas y pendientes largos, un elemento que recordaba que ella también era parte del tejido institucional de la corona, con el que resaltó sin restar protagonismo a la novia. En una boda diseñada para narrar la inocencia, pureza y linealidad monárquica, Ana se permitió ser elemento visual del evento.
A más de cuarenta años, ese look sigue siendo una clase magistral sobre cómo se puede ser fashionista sin dejar de lado el protocolo. La princesa Ana no le robó protagonismo a la princesa Diana, pero sí fue un elemento visual con gran peso para recordar durante la boda más icónica del siglo XX.