Soy una esposa trofeo

Soy una esposa trofeo

Un caso de la vida real... Su vida es la envidia de muchas, pero ¿qué hay realmente detrás de la fachada?

Yo soy la mujer que los hombres desean... y la envidia de muchas mujeres; quizás más de las que estarían dispuestas a admitirlo. Cuando hago mi entrada en un evento -en el restaurante de última moda, en una exclusiva gala-, del brazo de mi esposo, siento todas las miradas sobre mí. Las de los hombres, con deseo. Las de las mujeres son más complejas. Percibo que muchas me estudian de la cabeza a los pies con admiración; otras, quizás, con envidia. Algunas me detestan; otras me observan con curiosidad, como tratando de adivinar qué hay, realmente, detrás de mi apariencia. Y es que la fachada, hay que admitirlo, es espectacular; ¡puro glamour! Para decirlo de la manera más simple: soy la “esposa trofeo” de un hombre (aunque la descripción parece de telenovela) rico y poderoso. Yo lo sé, él lo sabe... y es evidente para quien nos ve juntos.

Arturo hizo su fortuna 20 años atrás, cuando ocurrió el boom de Internet. Entonces era un hombre de 35 años. Después de fundar una empresa digital y de hacer millones de dólares, descubrió que su esposa y él se habían “distanciado” (un eufemismo para decir que ya no estaba enamorado de ella) y se divorciaron. Ella se quedó a cargo de las dos hijas de ese matrimonio. Hoy día, las hijas de mi esposo y yo tenemos una relación amistosa.

EL OBJETO DEL DESEO

Lo conocí en un bar de moda. Apenas me vio entrar con mis amigas, buscó la forma de acercarse para entablar conversación conmigo. Lo encontré agradable, pero nada que me quitara el sueño. Sin embargo, cuando una amiga me llamó aparte para decirme de quién se trataba, comencé a prestarle atención.

Este es el punto en mi historia en que seguramente se piensa en la palabra “cazafortunas”. Sin embargo, la realidad es más compleja. Desde pequeña, mi mundo estuvo definido por los hombres. Mientras que mi madre era firme y disciplinaria, mi padre se derretía cuando yo batía las pestañas y le hablaba con voz de niña buena. Más tarde, era mi madre la que me impulsaba a estudiar y a tener una carrera que no me obligara a depender de un hombre, pero yo sí quería depender de uno. Deseaba ser tan consentida y mimada por mi esposo como lo era por mi padre. Y así se lo decía a mamá. Su respuesta siempre era la misma: “Es lindo soñar y ojalá resulte así, pero si no lo es, al menos estarás preparada para la vida”.

¿Quién escucha a su madre a los 20 años, cuando todos te dicen que eres una belleza, que deberías ser, por lo menos, modelo o estrella de cine, y si entras a un lugar público sientes todas las miradas sobre ti? Cuando vi el efecto que mi apariencia tenía sobre los hombres, descubrí algo muy importante que marcó mi vida: la belleza es poder.

UN DESTINO DECIDIDO

Aun así, antes de casarme con Arturo tuve dos relaciones amorosas muy intensas con “chicos malos”. En ambos casos, a pesar de la pasión y de la emoción que me producían los altibajos con ellos, no funcionaron. Fue por eso que a los 30 años de edad, después de comprobar que la pasión se agota y que el amor puede transformarse en odio o, ¡peor!, en tedio, me di cuenta de que tenía que buscar un camino para mejorar mi vida. Además, no estaba capacitada para tener una profesión a la altura de mis sueños. Apoyada por mi padre, había tomado muchos cursos que me gustaban, pero nunca me gradué de sicología, como hubiera querido. En el fondo, siempre pensé casarme por amor, pero ¡bien!

Fue entonces cuando conocí a Arturo. Voy a ser muy sincera: después de enterarme del dinero, el poder y el prestigio de que goza este hombre, decidí darme la oportunidad de conocerlo. Si el amor puede surgir con cualquiera... ¿por qué no tratar de que ese cualquiera sea alguien tan importante como él?

Arturo, 20 años mayor que yo, es un hombre guapo e interesante, con buenos modales y mucho carisma. Pero nunca me enamoré de él. No sé si será un defecto mío, que solo me siento atraída por “chicos malos” o si es cierto que la química es algo mágico que no se puede forzar. El hecho es que cuando después de un año de relaciones decidí aceptar su propuesta de matrimonio, lo hice con los ojos abiertos. Sabía que él me caía bien, que me sentía a gusto a su lado, que me fascinaba todo lo que me proporcionaba, pero... que no lo amaba.

EL INTERES LE GANO AL AMOR

Antes de mi boda, tuve la oportunidad de verme con Carlos, uno de mis antiguos amores. El hombre que tanto amé y por el que un día sufrí me pidió que le diera una nueva oportunidad. Y la verdad es que ni siquiera estuve tentada de hacerlo. ¿Por qué? Creo que había dejado de creer en el amor. Sí, sabía que existe la pasión, el deseo, la atracción... pero ¿el amor? Si existe el amor, ¿entonces por qué tantas veces muere cuando se acaba la pasión?

Mi razonamiento fue muy simple: si dejaba a Arturo por vivir la pasión con Carlos, algún día esta se apagaría y sentiría por Carlos lo mismo que siento hoy por Arturo: afecto, incluso cariño por lo especial que es conmigo. Entonces, ¿por qué renunciar a una vida de lujos y oportunidades por un sentimiento pasajero?

Mi hermana, en quien confié, me dio una versión muy diferente: “Tu problema es que confundes la pasión con el amor. Sí, con el paso del tiempo, la pasión se transforma en algo más profundo: amor, admiración, respeto, consideración y verdadero aprecio por la persona que está a tu lado”, me dijo. “Cuando la pareja tiene raíces fuertes, no se desmorona porque una nueva persona ofrezca el placer de la novedad. ¿No tienes miedo de renunciar a la posibilidad de encontrar el verdadero amor?”.

Pero yo, la verdad, no la escuché. Lo que me decía sonaba muy lindo, pero al final eran solo palabras; yo jamás había experimentado algo así y ni siquiera creía que realmente existía fuera de las páginas de una novela rosa. Ya había cumplido 30 años y sabía que, en los círculos en donde yo me movía, la belleza tiene “fecha de expiración”. Le cerré la puerta al amor y decidí tomar la decisión más pragmática y realista: casarme con Arturo.

DETRAS DE LA FACHADA

El propio Arturo, cuando desea bromear, me llama su “esposa trofeo”. Claro, él cree que lo amo y que eso es lo que piensan los demás. A su edad, lleva del brazo a una mujer joven, bella y deseada por otros, y esto es prueba de su poder y virilidad. Sé que eso soy para él, aunque también creo que él me ama.

Arturo y yo tenemos varias casas entre New York y Europa; viajamos en jets privados y nos codeamos con las personas más poderosas e influyentes del mundo de los negocios. Jamás miro el precio de las cosas y tengo varias personas -masajista, asistente, entrenador, estilista, chef, etc.- que se dedican a servirme.

Mi relación con Arturo es superficial... aunque él no lo sabe. Yo cumplo con mi rol de esposa trofeo a cabalidad, pues siempre estoy guapa y sexy para que él me luzca ante los demás.

Sí, confieso que muchas veces me pregunto si habré cometido un error, si me negué la oportunidad de conocer a un hombre al que realmente hubiera podido amar. Me cuestiono si será verdad lo que dice mi hermana, que el amor no desaparece con el tiempo; que se hace más fuerte y profundo. Tengo días negros, esa es la verdad, pero pasan; al final, siempre pasan...

Es por eso que no me permito pensar mucho en cosas trágicas, porque lo único que consigo es deprimirme. Entonces, cuando estoy decaída o siento un enorme vacío interior, me alegro con la terapia de las compras y ¡arraso en las tiendas! Eso hace que me olvide de otra cosa que me dijo mi hermana: “La mujer que se casa por dinero, acaba por ganarse cada centavo”.

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