De la vida real: Mentí para atraparlo

De la vida real: Mentí para atraparlo

Algunas personas creen el viejo refrán que dice que en la guerra y en el amor todo se vale. Pero a veces el triunfo les sabe amargo

Con el fin de lograr sus propósitos, estas mujeres mintieron y manipularon a los demás como piezas sobre un tablero de ajedrez. Pero como lo prueban estos casos, aun si logran sus propósitos, al final solo obtienen una amarga victoria. ¿Qué opinas tú? Analiza los testimonios que ellas contaron.

“NO IBA A PERMITIR QUE OTRA ME LO QUITARA”

Después de cuatro años de darme largas cuando le insinuaba que ya era hora de formalizar la relación, empecé a sospechar que Luis no tenía intención de casarse conmigo. Aun así, cuando me pidió una tregua para “aclarar sus sentimientos”, me dejó literalmente de una pieza. Por supuesto, no me quedó más remedio que apartarme, para ver lo que él decidía hacer con nuestras vidas. Pero cuando me enteré de que a solo una semana de la famosa tregua ya estaba saliendo con Mónica, una novia de la adolescencia, ¡vi rojo! Cuando le reclamé, Luis me dio mil excusas: que estaba confundido, que no sabía lo que quería y que ¡no sé cuántas cosas más! Típico hombre. A medida que pasaban las semanas y Luis no regresaba, comencé a desesperarme. Una noche lo encontré en un bar; yo estaba con una amiga y él con sus amigos. Cuando nos quedamos a solas un momento, no sé qué me pasó, pero otra vez vi rojo y le dije: “Si todavía estás indeciso, apúrate en decidir, porque en unos meses vamos a tener un problema”.

"¿Estás embarazada?”, me preguntó, tratando de ocultar el pánico. Antes de responder, hice un cálculo relámpago en mi mente y comprobé que el em barazo estaba dentro del reino de las probabilidades. Le dejé entrever que tenía mis sospechas... y así fue como forcé la situación a mi favor. Después de cuatro años, no iba a permitir que otra me lo quitara sin una buena pelea. Los padres de Luis se divorciaron cuando él era pequeño y sufrió mucho, pues creció sin conocer a su papá. Luis se había propuesto que sus hijos crecerían en un hogar bien establecido y con sus dos padres. Por eso regresó conmigo y, como su familia es muy religiosa, nos casamos rápidamente en una pequeña ceremonia íntima. Pero el que debió ser el día más feliz de mi vida fue uno de los más terribles, pues estaba llena de sentimientos de culpa (en mi defensa, tengo que decir que siempre pensé que él me amaba y que Mónica era simplemente un recuerdo de juventud que se le pasaría pronto).

Por supuesto, después de la boda yo sabía que no podía continuar con la farsa; tampoco podía embarazarme mágicamente para que el bebé naciera en la fecha “correcta”. Pero no podía decirle que todo había sido un engaño, así que durante un viaje de trabajo de Luis, le hice creer que había perdido el bebé. El, que es un hombre muy sentimental, me prometió que cuando el médico nos diera el visto bueno, volveríamos a intentarlo. Pero yo sabía que lo hacía por compasión, no por amor. Esas son cosas que una mujer siempre sabe.

Es por eso que ahora me siento en una encrucijada: yo amo a Luis, pero sé que él no es feliz conmigo; que está a mi lado solo por un sentido del deber. ¿Le digo la verdad y corro el riesgo de que me desprecie y me deje para volver con Mónica... o me aferro al cariño que sé que él me tiene, rogando que vuelva a convertirse en amor? Es difícil renunciar al hombre que amo, pero me siento sin ilusiones, porque nuestra unión se realizó por mi mentira.

“CUANDO HABLE, SE QUE VOY DESTRUIR SU MUNDO”

Conocí a Rolando cuando ya era una mujer hecha y derecha de 36 años. El me lleva cuatro. Desde el primer momento me di cuenta de que era un hombre emprendedor, idealista y con un gran futuro. Nuestro flechazo fue gradual. Nos conocimos en la casa de unos amigos, nos caímos bien y, poco a poco, comenzamos a conocernos. Creo que por eso, precisamente, porque no fue un arranque inicial de pasión, sino un amor que creció con el tiempo, nos compenetramos más.

Pero aunque Rolando desde el principio fue un libro abierto conmigo, y sin duda creía que yo no tenía secretos para él, la realidad era que me reservaba algo muy bochornoso, capaz de destruir el concepto que tenía de mí. Yo sabía que lo justo, lo honrado, lo que Rolando se merecía, era que fuera honesta con él antes de casarnos y le diera la oportunidad de conocer la verdad, sobre todo dadas sus ambiciones políticas. Pero también sabía que es un hombre tan íntegro, de tan altos ideales, que al enterarse de la verdad se hubiera decepcionado de mí.

Y sin admiración no puede haber amor. Dos años después nos casamos y, la verdad, mi vida transcurrió plácida y feliz... hasta que Rolando decidió lanzarse como candidato a un importante puesto político. Al principio me sentí feliz por él y asumí el consabido rol de la esposa del candidato que lo acompaña a todos los eventos sociales, siempre en su papel de gran dama. Pero desde hace dos semanas el sueño se convirtió en una pesadilla. Y es que el se creto que yo creía enterrado en el pasado salió a la luz.

Una tarde, Enrique, el asistente de Rolando, me citó para hablarme, según él, de algo muy delicado. Al escuchar esas palabras, sentí que perdía el balance y que veía todo negro, como desde un túnel. Intuí que había sido descubierta. Todos los recuerdos vinieron de golpe: me vi 12 años atrás, en la ciudad donde vivía antes, en la oficina de la empresa para la que trabajaba... falsificando aquellos papeles. Recordé el día en que se descubrió el fraude y los otros involucrados y yo fuimos arrestados. Reviví el juicio, el trato que hice para recortar el tiempo que pasé en la cárcel (revelé los nombres de otros culpables) y la vergüenza que sentí ante mi familia, que enterró ese bochornoso capítulo de mi vida para siempre.

Cuando hablé con Enrique, me dijo, con tacto y sensibilidad, que lo sabía todo. Como jefe de relaciones públicas de un candidato político, se había dedicado a investigar nuestro pasado, para evitar que los rivales políticos de Rolando, o incluso la prensa, utilizaran cualquier error que hubiéramos cometido para desacreditarlo.

“Rolando tiene que saberlo para preparar su defensa, porque no dudes de que sus rivales van a utilizar todo esto en su contra”, me dijo. “Pero quiero darte la oportunidad de que tú se lo cuentes; creo que es mejor que lo escuche de tus labios”.

Llevo dos semanas tratando de armarme de valor ante lo inevitable. Sé que no puedo esperar mucho más, pero tampoco sé cómo enfrentarlo y decirle la verdad, porque Rolando ya no me verá como antes. Al mismo tiempo, aun si me entiende y me perdona, temo el efecto que eso va a tener en su carrera política, que es su única ambición, el sueño más hermoso de su vida. Aunque no lo pierda, de todas formas lastimaré al hombre que amo. Al final, no logré escaparme de mi mentira.

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