Mi pesadilla con el VIH

Mi pesadilla con el VIH

A pocas semanas de celebrar su boda con el hombre que amaba, esta joven se enfrentó con una dura realidad...

Recuerdo el día que comenzó mi pesadilla como si hubiera sido ayer. Yo estaba en la casa de Francis, mi mejor amiga y dama de honor en mi próxima boda. A solo seis semanas del gran día, ella y yo repasábamos todos los detalles de la ceremonia y debatíamos si a esas alturas sería posible cambiar de florista, porque el que había contratado se me hacía muy caro y difícil de tratar.

Ahora me parece increíble que, en aquellos momentos, ese fuera el gran dilema de mi vida. Hasta llegué a pensar que ese contratiempo iba a arruinar mi boda. Pero es cierto que todo en la vida es cuestión de perspectiva, porque en poco tiempo las flores dejarían de importarme y me sentiría ahogar bajo el peso de una terrible duda.

Francis insistía para que llamara de una vez al florista para cancelar el contrato o, por lo menos, para conseguir un mejor precio, cuando sonó el timbre de mi teléfono celular. Cuando vi el nombre que aparecía en la pantalla, sentí una mezcla de emociones: desconcierto, curiosidad... y una extraña inquietud, como si algo terrible estuviera a punto de invadir mi vida apacible. El nombre era el de Sergio, mi ex novio. Nos habíamos separado casi un año y medio atrás, después de dos años de un noviazgo muy apasionado, pero lleno de peleas, reconciliaciones, celos y mucho drama. ¿Para qué me llamaba ahora? ¿Para felicitarme por mi boda? ¿o para intentar una reconciliación? No sé por qué lo hice tal vez un instinto de preservación subconsciente , pero preferí no responder.

REGRESA EL PASADO

Cuando revisé la contestadora, vi con alivio que Sergio no había dejado un mensaje. “Se ve que no era importante”, me dije. Y traté de echar ese episodio a un lado. Pero más tarde, esa noche, cuando apenas comenzaba a conciliar el sueño, el teléfono volvió a sonar. ¿Dos llamadas el mismo día? Más alarmada, esta vez decidí contestar. Sentí la voz de Sergio lejana, como apagada. Nos saludamos brevemente... y lo que oí después me dejó, literalmente, paralizada de la angustia.

“Diana... ¿te has hecho una prueba de VIH (virus de la inmunodeficiencia humana, causante del SIDA) desde que terminamos?”, preguntó casi en un susurro. Yo no entendía, o no quería entender, la pregunta. ¿VIH... SIDA? ¿Qué tenía eso que ver conmigo? En mi mente repasé el año y medio después de la ruptura. Me había hecho todos los exámenes médicos de rutina, pero no la prueba del VIH . ¿Para qué, si yo jamás fui promiscua? A mis 26 años, solo había estado con dos hombres, Sergio y Daniel, con quien me iba a casar en menos de dos meses. Ante mi silencio, Sergio dijo con la voz entrecortada:

“Diana, lo siento, pero la prueba me dio positiva y tengo que avisarles a todas las personas con las que he estado. No sabes cuánto siento tener que darte esta noticia?”. Y ya no escuché más. Como una autómata le pregunté cómo estaba él, le dije que...ya ni recuerdo qué, y colgué el teléfono. Todo se venía abajo dentro de mí.

JUEGO DE NÚMEROS

De repente vi todo con terrible claridad. Era cierto que yo jamás había sido promiscua, pero mis problemas con Sergio siempre partían de la misma raíz: sus constantes infidelidades. Si cada una de las chicas con las que me engañó estuvo con otro hombre, y ese hombre estuvo al menos con una chica... La cabeza me dio vueltas y dejé de contar. ¿De cuántas personas, desconocidas para mí, estábamos hablando? Sergio era un hombre profesional, saludable, deportista, de buena familia. Yo siempre le fui fiel. Pero su historia sexual acumulada venía con él, y yo, posiblemente, ahora iba a sufrir sus consecuencias. Y no solamente yo. La idea de haber contaminado a Daniel se me hacía insoportable. Era el amor de mi vida, de eso estaba segura Además, estábamos a punto de casarnos, de comenzar nuestra vida, despreocupados y felices, pensando en los hijos por venir. Y ahora... ¿cómo decirle que quizás todo eso estaba amenazado? Durante los siguientes días, sentí como si flotara en un mundo irreal.

Seguir con los preparativos de la boda, escuchar a mi madre hablando de los trajes de las damas, ver a mi padre modelando su esmoquin... Todo me parecía absurdo e increíblemente trágico. Fue entonces cuando tomé una decisión.

AL PRINCIPIO, LA NEGACIÓN

Una mañana me levanté sintiéndome mucho mejor. Quizás el problema no era tan grave como pensé al inicio; después de todo, hacía un año y medio que yo me había separado de Sergio. Tal vez él había contraído el virus después de nuestra ruptura. Además, yo me sentía muy bien de salud. Posiblemente, me dije, estaba exagerando todo. Confieso que hasta pensé seguir adelante con la boda como si nunca hubiera recibido esa llamada de Sergio. Pero por más que trataba de hacer como que nada había pasado, más me daba cuenta de que tenía una responsabilidad conmigo y con Daniel, que era inocente de todo. ¿Tenía yo derecho a enterrar la cabeza en la arena y arriesgar su salud y hasta su vida? No solo debía informarle lo que había pasado, sino que los dos tendríamos que hacernos la prueba del VIH y enfrentar juntos los resultados. Callarme no era una opción; no podía traicionar de esa manera al hombre que amaba y que confiaba en mí.

Por supuesto, me asaltaban las dudas: ¿Cómo lo tomaría? ¿Qué pensaría de mí? ¿Seguiría amándome?... Aceptar que quizás cancelara los planes de boda me llenaba de ansiedad, pero pensar qué pasaría si uno o los dos resultábamos positivos, se me hacía más duro. El día que lo senté frente a mí para decirle lo que ocurría fue uno de los más difíciles de mi vida. El, por supuesto, estaba en shock.

Durante varios días estuvimos alejados y hasta pensé que mi temor se había convertido en realidad, pero al final decidimos enfrentar juntos el problema y fuimos a hacernos la prueba. Después de todos los exámenes médicos, el resultado fue negativo para ambos. Pero esta experiencia nos enseñó que el VIH no es algo del pasado o que solo afecta a ciertos grupos de personas, como homosexuales, promiscuas o las que usan drogas. El VIH, me di cuenta, no discrimina. Tampoco es un juicio moral. Es solo un virus. Y, como todos los virus, se propaga sin ver a quién infecta. El peligro está en creer que no nos puede tocar. O en enterrar la cabeza en la arena. Hoy, tanto como cuando se manifestó la crisis 30 años atrás, es importante actuar con responsabilidad. Desde el primer instante en que descubrí las infidelidades de Sergio debí hacerme la prueba del VIH. Daniel y yo escapamos ilesos, pero no todos son tan afortunados. Se ha reportado que más de la mitad de los jóvenes que han sido contaminados con el virus VIH en Estados Unidos lo desconocen. Esto puede afectar a personas inocentes. Por eso dicen los expertos que lo peor que enfrentamos es la ignorancia.

Relacionado