La excéntrica Isabella Blow

La excéntrica Isabella Blow

Su nombre no es conocido por todos, pero en su natal Inglaterra y en el mundo de la moda tiene un status mítico

Para Isabella Blow, icono de estilo, musa surrealista y editora audaz, la moda era su vida y su pasión. Dueña de un especial don para detectar nuevos talentos, en particular a diseñadores de vanguardia, no dudaba en promocionarlos recomendándolos con entusiasmo y lanzándolos a la arena pública, pero sobre todo, luciendo sus creaciones. Ella misma se decía “una cartelera ambulante”. ¡Y qué cartelera! Reconocida por su singularísima manera de vestir, pasar inadvertida era imposible..., además de una imperdonable falta de gusto. Pero detrás de las vestimentas estrafalarias y los sombreros delirantes, había una mujer atormentada por las tragedias de su infancia, plagada de inseguridades, aterrorizada por el cáncer que le habían diagnosticado y frustrada en su deseo de maternidad. Una mujer que en los últimos años de su vida había entrado en una irreversible espiral depresiva y había intentado suicidarse repetidamente.

FAMILIA Y TRAGEDIAS

Isabella Delves Broughton nació el 19 de noviembre de 1958, hija de un padre militar y aristócrata y de una madre abogada. Aunque su familia había vivido en un castillo en el Chesire desde el siglo XIV, y a principios del siglo XX era dueña de extensas tierras, su abuelo, sir Jock Delves Broughton tuvo que vender la mayor parte para pagar deudas de juego. Su abuela, fotógrafa, exploradora y emérita pescadora, afirmaba haber comido carne humana con una tribu de Papúa Nueva Guinea. “No era estrictamente caníbal”, solía aclarar su nieta, entre risas. “Ella se enteró después”. Cuando su abuela abandonó a su marido, él se instaló en Kenia, donde fue acusado de haber asesinado al amante de su esposa, un caso que apasionó a la opinión pública. Aunque fue exonerado, al año siguiente se suicidó ingiriendo veneno, triste presagio de la muerte de su nieta años más tarde.

Blow tenía dos hermanas, Julia y Lavinia, y un hermano, John, que a los 2 años de edad se ahogó en una piscina. La tragedia tuvo un enorme impacto en la familia y afectó el matrimonio de sus padres. Blow recordó luego que cuando su madre dejó el hogar (ella tenía 14 años), se despidió de sus tres hijas con un apretón de manos y atribuyó este frío y simbólico gesto al elemento que desencadenó su depresión crónica. Su único recuerdo grato de su infancia, decía, era cuando se probaba el sombrero rosado de su madre, lo que probablemente provocó su obsesión por ese accesorio. Por otra parte, Isabella nunca se llevó bien con su padre, quien se casó en segundas nupcias y la desheredó dejándole 5.000 libras de su fortuna valorada en 6 millones.

FOTOGALERÍA: ISABELLA BLOW, ICONO DE MODA

Al terminar la secundaria, Blow tuvo una variedad de empleos, incluyendo una temporada como mucama, y estudió arte chino en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Pero su pasión, desde entonces, era la moda, y su gran oportunidad se presentó cuando Anna Wintour, del Vogue de Estados Unidos, la contrató como asistente. “Isabella no llegaba a la oficina antes de las 11 de la mañana, pero cuando lo hacía, iba vestida como un maharajá. Creo que nunca se ocupó de mis gastos, pues limpiaba mi escritorio con Perrier y con perfume de Chanel. Ciertamente, hacía la vida más interesante”, recordó Anna. Luego de un breve matrimonio con Nicholas Taylor, Blow regresó a Londres para trabajar en Tatler , la revista de la alta sociedad inglesa, como asistente de la editora de moda.

ISABELLA, PHILIP Y LOS OTROS

Fue allí donde tuvo lugar su primer encuentro con Philip Treacy o más bien con una de sus creaciones. Fue amor a primera vista, con el creador y con su obra. “Era un sombrero de fieltro verde, cortado como si fueran los dientes de un cocodrilo, y sentí que tenía que ser mío”. Era el año 1989. Isabella estaba a punto de casarse con Detmar Hamilton Blow y le pidió a Treacy que diseñara un sombrero para la ceremonia en la catedral de Gloucester. “Me dijo que debía ser de tema medieval, para ir con su vestido de terciopelo violeta. Yo diseñé un tocado de encaje de oro. ¡No podía creer que una novia no quisiera un velo y un collar de perlas!”, recuerda Treacy. Convencida del talento del sombrerero, ella decidió apoyarlo y comenzó por darle un lugar donde trabajar, en su propia casa. “Cuando estoy triste, voy a ver a Philip, me pongo uno de sus sombreros y me siento fantástica”, decía. Desde entonces, el ahora célebre sombrerero creó una incalculable cantidad de piezas para su clienta más osada, que se convirtieron en el símbolo de su extravagante estilo: sombreros en forma de langosta, plato volador o cuernos; con plumas de faisán; un sombrero que hablaba, uno de luto con 100 velos...

Según Isabella, los sombreros de Treacy también tenían una función práctica: “la de mantener a la gente alejada de mí. Cuando me preguntan: '¿Puedo besarte?’, respondo: ‘No, muchas gracias. Por eso uso un sombrero. No me gusta que me bese cualquiera, solo la gente que quiero”, dijo. Treacy, por su parte, recordó: “A mí me inspiraba la manera como Isabella llevaba mis sombreros. Los usaba como si no los tuviera puestos, como si estuvieran en su cabeza por casualidad”. En el 2002, la relación creativa entre ambos fue celebrada con la exposición Cuando Philip encontró a Isabella, en el Design Museum de Londres.

En 1997, fue nombrada directora de moda de la influyente sección Estilo del Sunday Times. En esa época, usó la primera fila de los desfiles de Londres, Milán, París y Nueva York, para organizar insólitas apariciones, un evento dentro del evento, pues podía presentarse de Juana de Arco, con armadura incluida, con un vestido transparente o con un traje con una sola pierna. La cámara la adoraba. Pero sobre todo, usó su poder para promover a sus diseñadores favoritos: Hussein Chalayan, John Galliano, Julien Macdonald y, especialmente, Alexander McQueen, a quien descubrió en su desfile de graduación de la escuela Saint Martin. Isabella compró su colección completa por 5.000 libras, que pagó en cuotas de 100 libras por semana, y lo instaló en su casa como antes lo hizo con Treacy. También fue ella quien lanzó las carreras de Sophie Dahl (una modelo entrada en formas, a quien impuso entre las sílfides de la época), Honor Fraser y Stella Tennant, e hizo conocido el trabajo de los fotógrafos Steven Meisel y David LaChapelle. “Ella adoraba el talento, especialmente en la gente joven. Se consideraba como un cerdito que busca trufas. Nosotros éramos las trufas: Alexander McQueen, Stella Tennant y Sophie Dahl. Todos nosotros”, decía Treacy.

SU ANGUSTIA CRÓNICA

A pesar de su conocimiento de la moda, a Blow nunca le interesó diseñar, pues se sentía más bien como un "árbitro de gusto”, y era feliz facilitando y promocionando el trabajo de quienes admiraba. Pero mientras ellos sacaban provecho de sus carreras, ella vivía inmersa en problemas de dinero. “No puedo seguir haciéndolo gratis”, decía. Sus relaciones con McQueen se agriaron a causa de esto, pues Isabella no le perdonó que cuando él vendió su firma a Gucci --un acuerdo impulsado por ella--, el diseñador no la reclamó a su lado. “Todo el mundo conseguía contratos”, dijo su amiga Daphne Guinness. “Isabella solo obtenía vestidos gratis”.

Aunque volvió a la Tatler, ahora en calidad de editora de moda y trabajó de manera intermitente como consultora para firmas como Swarovski, Lycra y Lacoste, una profunda insatisfacción se apoderó de ella, pues no encontraba un rol significativo en su vida. Pero además de sus preocupaciones de dinero, otros problemas plagaron los últimos años de su vida. Tras una separación de su esposo durante 18 meses, en el 2004 volvieron a unirse, decididos a tener un hijo. A pesar de los numerosos intentos de Fertilización in vitro (ocho), nunca lo lograron. Su depresión se hizo más evidente: a menudo hablaba de suicidarse y lo intentaba. Probó de todo: tomó pastillas para dormir, se tiró de un auto, trató de ahogarse en un lago y se arrojó de un puente sobre la autorruta. Esto le dejó dos tobillos fracturados y la imposibilidad de usar sus imprescindibles tacones altos... una razón más para deprimirse.

El 5 de mayo de 2007, durante un weekend en su casa, su hermana Lavinia la encontró en el suelo del baño, tras haber ingerido un herbicida. Moribunda, fue transportada al hospital, donde al día siguiente falleció. Tenía 48 años. Cientos de personas asistieron a su funeral, entre ellos Sophie Dahl, Alexander McQueen, Manolo Blahnik, Joan Collins y Rupert Everett. Seis caballos con plumas negras llevaron su ataúd cubierto de rosas blancas y, sobre ellas, un sombrero negro en forma de galeón, diseñado por Treacy.

SU GUARDARROPA

Tras su muerte, sus hermanas organizaron una subasta de su ropa que incluía 90 vestidos de McQueen, 50 sombreros de Philip Treacy y creaciones de Dior, Prada, Viktor and Rolf y Manolo Blahnik, así como retratos de ella hechos por Mario Testino y Karl Lagerfeld. Pero esta se canceló cuando Daphne Guinness se ofreció a comprar la totalidad. “Fue una amiga querida y lo hice con la esperanza de que su legado continúe para ayudar e inspirar a nuevas generaciones de diseñadores”, dijo Guinness. Esta es la colección que se exhibe hasta el 2 de marzo de 2014 en Somerset House, en Londres.

FOTOGALERÍA: ISABELLA BLOW, ICONO DE MODA

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