El 16 de noviembre de 2010, el mundo conoció la noticia que cambiaría la historia reciente de la monarquía británica: el príncipe William se comprometía oficialmente con Kate Middleton, su novia de casi 8 años. Aquel día, en el Palacio de St James, la pareja posó sonriente ante las cámaras. él, con la serenidad del heredero que había encontrado a su compañera perfecta; ella, deslumbrante en un vestido azul de Issa London, el mismo tono que su icónico anillo de compromiso, una joya que perteneció a la princesa Diana. Sin embargo, detrás de ese momento de cuento de hadas, hubo una espera larga, dudas y una propuesta que casi no sucede.
Una relación a prueba del tiempo y la distancia
William y Kate se conocieron en 2001, cuando ambos estudiaban en la Universidad de St. Andrews. Su amistad se transformó en romance y, durante los años siguientes, fueron inseparables. Sin embargo. La presión mediática. Los compromisos reales y las diferencias de ritmo los llevaron a separarse en 2007.
“Necesitábamos espacio para crecer”, reconocería tiempo después el príncipe. Pero el destino, y su vínculo innegable, los volvió a unir.
A pesar de la reconciliación, el compromiso no llegaba. Para 2010, la prensa británica ya apodaba a Kate como “Waity Katie”, un apodo cruel que hacía referencia a su paciencia frente a la indecisión del príncipe. Lo que pocos sabían era que William ya tenía en mente cómo y cuándo proponerse, pero esperaba el momento y el lugar perfecto.
Kenia, el escenario perfecto para una historia real
En octubre de 2010, William viajó a Kenia; en su equipaje llevaba algo más que ropa de safari: el anillo de compromiso de su madre, Lady Diana Spencer, un zafiro azul rodeado por 14 diamantes que simbolizaban amor y legado. De acuerdo con algunos medios, la periodista Katie Nicholl, autora del libro “Kate: The Future Queen”, mencionó que Kate sospechaba que algo podría suceder, pero al llegar al final del viaje, la propuesta no había llegado… y ella perdió la esperanza.
Lo que Kate no sabía era que William había reservado una última sorpresa: una noche en el remoto Ngwesi Lodge, una cabaña de madera en el corazón del campo africano, cerca del lago Rutundu. Fue allí, entre el silencio del paisaje y las estrellas, donde el príncipe se arrodilló y le pidió matrimonio a una Kate sin palabras y completamente sorprendida.
Un anillo, una promesa y la bendición real
El anillo de compromiso, con su emblemático zafiro de 12 quilates, fue más que una simple joya: representó el puente entre pasado y presente. “Es el anillo de mi madre, y es muy especial para mí, al igual que lo escape ahora”, dijo William durante el anuncio oficial. “Era mi manera de asegurarme de que mi madre no se perdiera el día ni la emoción de lo que estaba por venir”.
De regreso al Reino Unido, los futuros esposos compartieron la noticia con sus familias. Los primeros en saberlo fueron los Middleton, seguidos por la reina Isabel II, quien dio su bendición al compromiso. Y aunque esta propuesta sucedió en el mes de octubre, no fue hasta unos días después que el mundo entero se rendía ante la historia de amor que unía a Kate y al futuro heredero al trono.
Hoy, 15 años después, la historia del compromiso entre Kate Middleton y el príncipe William sigue siendo una de las más románticas de la realeza moderna. No solo por el anillo de Diana o el escenario africano, sino porque, incluso cuando Kate pensaba que nunca iba a ocurrir, el destino ya le había preparado su final feliz al lado de William. Lo que comenzó como una historia universitaria se convirtió en uno de los matrimonios más sólidos y admirados alrededor del mundo.