Orient-Express, el tren de los sueños

Orient-Express

Ningún tren encarna el lujo de antes como el Orient-Express. Con su marquetería de caoba y ébano, sus cristales de Murano y su servicio de guante blanco es, sin duda, el más exquisito del mundo

¿Quién no sueña con visitar el pasado, por lo menos por un día, para ver con sus propios ojos y experimentar con sus sentidos el charme de una época en que el tiempo no era un bien escaso y el viaje era un encantador paréntesis? Pues ese viaje es posible: basta subir a bordo del Orient-Express y dejarse llevar por la maravilla de otra era...

El Orient-Express fue el primer tren internacional de lujo del mundo. Operado por la Compañía Internacional de Wagons-Lits, comenzó a funcionar en 1883. Producto del espíritu emprendedor del belga Georges Nagelmackers, el servicio fue creado para atraer a los VIP de entonces --aristócratas, artistas y grandes burgueses--, desde París y Londres hacia destinos del este europeo, como Viena, Budapest y Bucarest. Cuando en 1921 la ruta se amplió hasta Estambul --gracias al nuevo túnel Simplon que conectaba Suiza con Italia--, el tren ya tenía asegurada la reputación como uno de los viajes más glamorosos de la época.

En los años 30, los diferentes Orient-Express (el Ostende-Viena, el Arlberg y el Simplon) recorrían el continente y se combinaban allí donde sus rutas se cruzaban. En el período de entre guerras, su nombre estaba íntimamente asociado con la elegancia, el lujo, la excelencia culinaria y un servicio capaz de asegurar cualquier antojo de sus exclusivos pasajeros. Pero tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el auge del auto, del avión y más adelante del tren de alta velocidad, firmaron su inexorable fin. El último Orient-Express original, aunque ya truncado y apenas una sombra de lo que había sido, terminó su servicio el 13 de diciembre de 2009, en un breve trayecto de Viena a Estrasburgo.

Un hombre y su visión

Un visionario hombre de negocios no esperó hasta entonces para llorar el fin de un tren de leyenda, y antes de que este rindiera su último suspiro, ya había puesto en marcha su proyecto más ambicioso: hacer revivir el Orient-Express de los comienzos, aquel en que se codeaban los ricos viajeros en un decorado de ensueño. Aquel en que el viaje no era solo un medio para llegar a su destino, sino un fin en sí mismo.

Su nombre es James B. Sherwood, un millonario estadounidense, exmarino y dueño de una compañía marítima y de hoteles de lujo (entre ellos el Cipriani, en Venecia) y enamorado del mítico tren, quien en 1977 compró en una subasta de Sotheby’s, en Montecarlo, dos vagones originales de los años 30. En los años siguientes adquirió camarotes y restaurantes de los años 20 y 30, que después de haber hecho millones de kilómetros y transportado igual número de pasajeros, yacían abandonados en París, en vías en desuso. Luego de una espectacular renovación, el 25 de mayo de 1982, el Venice Simplon Orient-Express, en su “nueva reencarnación”, hacía su viaje inaugural de Londres y París a Venecia.

Si el nuevo Orient-Express no tuvo la intención de emular los tiempos gloriosos de su antepasado con salidas diarias a todos los rincones de Europa (solamente explotaría el trayecto Londres-París-Venecia una vez por semana, entre marzo y noviembre, y otros breves trayectos de manera excepcional), no se impuso ningún límite para recrear y sublimar su exquisito decorado y su elegante exterior.

FOTOGALERÍA: EL PLACER DE VIAJAR EN EL ORIENT-EXPRESS...


Como un viaje en el tiempo

Viajar en el Orient-Express es dar un paso atrás en el tiempo. Ya al posar los pies sobre planchas de bronce para acceder a bordo es como entrar en una zona donde las agujas del reloj quedaron fijas cerca de los años 20. Caminar por el tren es como recorrer una exposición. Cada vagón tiene su propia marquetería con figuras florales de art deco y diseños geométricos tallados delicadamente en los paneles de madera. Los camarotes con confortables camas superior e inferior son de tamaño idéntico, pero dos pueden conectarse para obtener más espacio. Para sorpresa de algunos, no hay baños individuales (los aseos se encuentran al final del pasillo) y no hay duchas a bordo, sino un elegante lavabo en cada cabina. Los pasajeros deben recordar que se trata de una auténtica experiencia de viaje de época, por lo que tampoco hay climatización a bordo (la calefacción está asegurada por estufas de carbón y el aire fresco por ventiladores y la brisa de las altas montañas) ni wifi, para no romper la magia del trayecto. Pero estas pequeñas frustraciones para el pasajero del siglo XXI se ven ampliamente balanceadas con un servicio discreto.

La comida --una refinada cocina francesa bajo las órdenes del chef Christian Bodigue desde hace 29 años-- se sirve con cubiertos de plata, copas de cristal y mantelería almidonada en uno de los tres suntuosos comedores: el Côte d’Azur, con sus vitrales de Lalique; el Etoile du Nord, tapizado con paneles de ébano, y el Oriental, decorado en laca negra. Para muchos pasajeros, este es el momento más esperado, pero es exigido un atuendo formal: traje y corbata para ellos, vestido adecuado para ellas. Los jeans están estrictamente pro-hi-bi-dos.

Todo es fresco y preparado a bordo: Langosta termidor, Filete a la mora con vino amarillo, Sopa helada de remolacha, Risotto al champán y Cordero con jengibre, y delicados postres como Macarons de praliné rosa o Bayas en capas con crema y helado de bergamota... Un verdadero milagro habilidad considerando que la cocina es muy pequeña.

El paisaje móvil

Puesto que las vistas espectaculares son otro punto fuerte del viaje, el tren se mueve a la velocidad perfecta para admirar el paisaje.

Es probable que sea de noche cuando pase a través de las colinas de los viñedos de la zona de Champagne (Francia), que producen los vinos y el champán servidos a bordo. Después de una copiosa comida, los pasajeros se duermen, por lo general, entre el este de Francia y el norte de Suiza, y por la mañana, al subir las persianas, el paisaje revela los majestuosos picos que bordean los lagos Zürichsee y Walensee. Luego, mientras toma el desayuno servido en la cabina, a través de las ventanas verá desfilar los picos nevados de Liechtenstein, que después darán paso a los Alpes austríacos y a Innsbruck, ocasión para una pausa y estirar las piernas antes de que el tren vuelva hacia el sur, en dirección a las Dolomitas. El almuerzo se sirve mientras el tren desciende desde la cumbre, en la frontera entre Austria e Italia, cuando pueblecitos rodeados de huertos y viñedos reemplazan las laderas cubiertas de pinos, marcando la transición de la Europa central a la Europa mediterránea, mientras el tren se dirige a Verona.

El té de la tarde coincide con la travesía del Veneto y de los alrededores de Vicenza. La última gran ciudad antes del fin de recorrido es Padua, en cuya universidad Galileo enseñaba matemáticas. La llegada a Venecia se hace a través de la carretera elevada que une Venecia Mestre y la isla, que brinda una perspectiva ideal de la ciudad, y de sus torres y cúpulas por encima de los tejados... y el viaje ha terminado.

Dicen que el viaje en el Orient-Express es como una comedia de Broadway o como un episodio de Downton Abbey de 24 horas, con uno en el rol principal. O también una delirante y magnífica fantasía, cuyo regreso a la realidad puede ser brusco, pero aun así, es una fantasía que merece la pena vivirse.

El Orient-Express en el cine y la TV

Dos célebres libros inmortalizaron al Orient-Express. Uno, Murder on the Orient Express, de Agatha Christie, publicado en 1934, transcurre en el Simplon Orient-Express. La novela fue llevada al cine en 1974, protagonizada por Albert Finney (en el rol de Hércules Poirot) y una legión de estrellas. También fue filmada para la TV: en el 2001 con Alfred Molina y Leslie Caron, y en el 2010 con David Suchet y Jessica Chastain. El otro libro, Stamboul Train, de Graham Greene, 1932, transcurre en el Osten de-Viena Orient-Express, una novela ligera que Greene escribió “para complacer”, esperando que fuera adaptada para el cine. Lo fue en 1934, y se llamó Orient-Express.

Curiosidades del VSOE

El tren Venice Simplon Orient-Express (VSOE) consta de 17 vagones y tiene una capacidad para transportar 190 pasajeros.

No hay TV, fax, Internet ni radio.

Funciona de marzo a noviembre: de Londres a Venecia; Venecia a Roma; Venecia a Praga; París a Budapest, Bucarest y Estambul; y Estambula Venecia.

Los precios comienzan en 2.500 dólares. Las comidas están incluidas en el pasaje, pero no el alcohol.

Para poder entrar el piano en el bar hubo que abrir un costado del tren y luego volver a soldarlo y pintarlo.

Durante los años de abandono del tren, uno de los vagones (el wagon-Lit E) fue utilizado como prostíbulo.

En el 2013 los vagones fueron totalmente desmontados y vueltos a ensamblar: 20 mil piezas fueron restauradas. Un bañode juventud que serealiza cada 10 años.

FOTOGALERÍA: EL PLACER DE VIAJAR EN EL ORIENT-EXPRESS...

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