Hablar de los huevos de Fabergé no solo es reconocer su valor estético, artístico y artesanal, pues su origen se entrelaza de forma inevitable con la historia, especialmente con la de una de las familias más importantes de la realeza. Estas piezas, creadas por la Casa Fabergé en San Petersburgo, fueron más que regalos de Pascua; representaron la majestuosidad y esplendor de la familia imperial rusa.
También nos permiten tener un vistazo a la dinámica que los zares mantenían en su entorno familiar, pues entre 1885 y 1916 tanto Alejandro III como Nicolás II encargaron la realización de 50 huevos imperiales, objetos que se convertirían en un símbolo absoluto de la opulencia de los Romanov. Cada pieza fue ordenada con una intención y una “sorpresa” en su interior, pero, ¿qué fue lo que los hizo tan especiales y por qué siguen fascinando al mundo más de un siglo después de su creación?
¿Cómo nacieron los huevos imperiales?
Todo se remonta a principios de 1885, cuando el zar Alejandro III buscaba un obsequio memorable para su esposa, la emperatriz María Fiodoróvna. Con este objetivo en mente, el zar encargó a Peter Carl Fabergé, un joyero reconocido de San Petersburgo, la realización de una pieza que retomara la tradición ortodoxa de regalar huevos de Pascua.
Fabergé dio origen al Huevo Gallina, una pieza en apariencia sencilla, pero con gran exquisitez en su interior. Dentro contenía una gallina dorada, que al abrirse revelaba una corona imperial y un diminuto colgante.
Encantada, la emperatriz alentó al zar a decretar que cada año, sin excepción, Fabergé diseñaría un huevo diferente para ella. Esta tradición fue heredada por Nicolás II, quien continuaría la costumbre regalando una pieza a su madre y otra a su esposa Alexandra.
Un Huevo de Fabergé de la colección del Museo del Kremlin en Moscú, Rusia, marzo de 2001. Los huevos fueron diseñados por primera vez en 1884 por el artista Peter Carl Fabergé, quien regaló uno a un zar ruso, quien a su vez se lo regaló a su esposa como regalo de Pascua. A su esposa le encantó tanto que encargó que se los hicieran cada año para Pascua. La principal fuente de inspiración de Fabergé para sus diseños provino de obras de arte históricas de siglos anteriores.
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¿Por qué son tan especiales los huevos Fabergé?
Más allá del valor simbólico y emocional, el valor de estas piezas radica en su realización y en que cada huevo fue elaborado con una precisión impresionante. Entre los materiales utilizados destacan el esmalte guilloché, el oro, platino, piedras preciosas, esmaltes traslúcidos y un mecanismo miniatura que los convirtió en objetos fascinantes.
A diferencia de otras joyas de la época, Fabergé les daba libertad creativa a sus artesanos, factor importantísimo y clave para la creación de piezas con temas naturales, religiosos o familiares, pues cada huevo escondía en su interior una sorpresa en miniatura: mini carruajes, barcos, flores y hasta retratos. Algunas “sorpresas” eran mecánicas, una de las razones por las que hoy son considerados como objetos de arte únicos en el mundo.
¿Cuál fue la importancia de los huevos para los Romanov?
Para los Romanov, estos huevos eran más que regalos; cumplían tres funciones clave: eran considerados un símbolo de amor y unidad familiar, fueron una forma de reafirmar el poder imperial demostrando a la corte y el mundo la riqueza y sofisticación del imperio; también representaron una parte espiritual, pues su realización estuvo ligada a la Pascua ortodoxa, una festividad importante para la familia imperial.
La Revolución de 1917 puso fin a la producción de los huevos Fabergé, pues tras la nacionalización de la Casa, los talleres cerraron sus puertas y muchas piezas fueron confiscadas por el régimen bolchevique.
Entre este suceso, muchos huevos se perdieron, otros fueron vendidos y así, de los 50 huevos imperiales, solo 43 sobreviven en la actualidad. Algunos pertenecen a colecciones privadas, otros pueden observarse en museos, unos más se encuentran en casa de subastas.
Con el paso del tiempo, los huevos Fabergé se transformaron en íconos culturales, pues más allá de su valor material, estas piezas simbolizan el refinamiento artístico de una época y un imperio. Aunque su precio ronda los seis millones de dólares, su verdadero valor radica en su testimonio de arte e historia.