Yves Saint Laurent: El genio detrás del monograma

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Hablar de Saint Laurent es hacerlo de revolución. Sus piezas son consideradas como un exquisito manifiesto de rasgos femeninos y masculinos que abrazan la figura, dotándola de majestuosidad y sencillez a la par. Sensualidad, energía y misterio fueron los valores que gobernaron su vida, su estilo y su firma. 31 millones son las ocasiones en que su nombre ha aparecido publicado entre libros, revistas, exhibiciones, pasarelas, documentales, películas, memorias y periódicos.

Nace la leyenda

Nació bajo el signo de Leo un caluroso 1º de agosto de 1936, en el seno de una familia católica de Orán, Argelia; sus padres, Lucienne Andrée y Charles Mathieu-Saint-Laurent, recibieron entre mimos y pañales de seda a su tercer hijo: Yves Henri Donant, un hermoso bebé de cabellos rubios y ojos vivarachos.

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En medio de felicitaciones de amigos y familiares, su abuela, Madame Müller, le auguró a su nieto fortuna y talento para conquistar naciones tal y como lo había hecho César Augusto con Alejandría un día como ese, pero del año 30 a. C. Su familia nunca imaginó que décadas después el joven Yves no conquistaría el mundo con armas, sino con faldas y pantalones, instaurando un régimen de liberación del cuerpo, esto en plena Guerra Fría, revolución sexual, era espacial y otras coyunturas sociales.

La traviata y el Paris Match

Con edad suficiente para ir a la escuela, “Yvie”, como lo llamaban sus hermanas, empezó a hojear las revistas de su madre, de las cuales solía recortar todo lo que le atraía y lo guardaba en una cajita que llamó “Los tesoros de Pandora”; en ella había desde pinturas de Gustav Klimt hasta figurines de Balmain. Su padre, diferente a los hombres de la época, en vez de regañarlo lo alentaba a coleccionar lo que le pareciera “estéticamente estimulante”. Así, para Yvie fue fácil diferenciar desde temprana edad lo que era armonioso y lo que no.

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Además, su familia estaba al día en temas de cultura y política, ya que tenía acceso a las últimas publicaciones de libros, revistas y películas. Por eso Yves, asombrado por el mundo del espectáculo y la filosofía, encontró la escuela bastante aburrida; sus notas eran bajas e incluso era víctima de acoso infantil. Pero sin importarle aquello llegaba a casa para leer el último número de Paris Match, la revista de sociales de la vida francesa, para enterarse de los amoríos de Édith Piaf en Nueva York o la nueva película de Anna Magnani. Nadie supuso que su amor por las publicaciones de sociales y la ópera serían dos ejes vectores de su vida profesional.

El teatro y el ballet

Cuando la compañía de Louis Joinet llegó a Orán, donde residía la familia Mathieu-Saint-Laurent, Yves quiso ver L’Ecole des femmes, de Moliére; aquel montaje marcó para siempre al futuro modisto, pues le robó el corazón, siendo la indumentaria y escenografía su parte favorita de la obra. Tan rápido como llegó a casa sacó sus acuarelas y lápices para bocetar lo que había visto. Su mano era como un revólver y empezó a trazar la primera carpeta de muñecas de papel y escenografías para sus puestas en escena caseras.

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Sin embargo, hay que decir que sus grandes influencias dramáticas-artísticas fueron los ballets rusos y el cine estadounidense, en especial El pájaro de fuego, de Stravinsky, con vestuario de León Bakst, y la cinta Gone with the Wind, con la inolvidable Vivien Leigh como Scarlett O’Hara. Gracias a su perseverancia, sus trazos eran cada vez más detallados, llegando, incluso, a ser materializados por la costurera de su madre, que confeccionó los diseños que Yves creó para sus mujeres. Sería en los años 50, en su adolescencia, que surgió una gran oportunidad: crear la vestimenta para la gala municipal de niños de Orán y la escenografía del “Musique de foire”, que diseñó para el Ballet de Mónaco. Los diarios locales alabaron su talento y le vaticinaron un gran futuro.

Del árido desierto a la ‘Ciudad Luz’

En casa no se hablaba de otra cosa que no fuera a qué se dedicaría el único hijo varón. Charles, su padre, sabía la respuesta, pero ignoraba si existía la carrera de diseño de moda, por lo que Yves no tuvo empacho en redactar una misiva al editor de la más importante revista de moda parisina, Michel de Brunhoff, para contarle sus inquietudes, mandarle un par de bocetos y algunas notas periodísticas. Para su sorpresa, el editor le contestó lo siguiente:

“Querido Yves, disculpa la demora, estoy en medio de la presentación de las colecciones más fuertes del año; te recomiendo estudiar en la Cámara Sindical de Alta Costura, para que aprendas a confeccionar ropa si es lo que buscas; si estás interesado puedo ayudarte a ingresar, sabrás que el cupo es limitado y caro, te sugiero vendas tus bocetos para que tengas un poco de dinero cuando vengas a París. Saludos, Michel”.

Hacía la ciudad luz

A partir de ese momento, Yves tomó la decisión de migrar a la ‘Ciudad Luz’ y dejar el desierto atrás, y con poco dinero en la bolsa, pero todo el entusiasmo del mundo, zarpó a París junto con su padre para iniciar un tórrido romance con la alta costura. Sin embargo, sus estudios duraron poco, pues el joven de 18 años ganó el certamen de moda más importante de Francia en ese entonces: The International Wool Secretariat Competition, en la que destacó entre 6 mil concursantes, uno de ellos, Karl Lagerfeld, de 21 años, al cual le ganó en la sección de Mejor vestido, el premio estrella del concurso. A raíz de este suceso, la vida de Yves cambió para siempre. La premiación se realizó en el restaurante Maxim’s, y fue ahí que volvió a coincidir con Michel de Brunhoff, quien una vez más sería trascendental en su vida.

Oh my Dior!

Días después del certamen, Brunhoff visitó al couturier más famoso del mundo, para contarle que tenía una sorpresa para la maison y le presentó la carpeta de dibujos de Yves Mathieu-Saint-Laurent, que dejó atónito a... Christian Dior, quien de inmediato lo llamó y le ofreció la plaza de diseñador adjunto. Monsieur Dior sería el encargado de enseñarle todo lo que tenía que saber, junto con sus costureras, con las cuales concretó una amistad que permaneció hasta el día en que fundó su propia casa de modas. Saint Laurent, además, gozó del afecto y respaldo de Dior, quien observó en él a su sucesor y en más de una ocasión llegó a decirle que le admiraba más de lo que le gustaría admitir.

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La prueba de fuego vino cuando le encargó dirigir una sesión completa con el fotógrafo Richard Avedon para Harper’s Bazaar US; se trata de aquella en la que aparece la modelo del momento, Dovima, con un vestido negro atado con un lazo aperlado de tafeta, rodeada por los paquidermos del Cirque d´hiver de París. El número no solo voló en cuestión de días, sino que inició una nueva era para Maison Dior, el joven modisto y para el propio Avedon, ya que esa foto lo inmortalizó para siempre dentro de los libros de moda y retrato. El famoso vestido Soirée de París fue uno de los más imitados en la época y de los más buscados por las mujeres más poderosas de ese entonces.

El director creativo más joven del mundo

Es entonces cuando Christian Dior, en un viaje a Italia para reponer su salud, sufrió un infarto fulminante en Montecatini, ocasionando una tormenta dentro de la firma. Los inversionistas escogieron a Saint Laurent como el único sucesor posible, pero la prensa juzgó de aberrante que un jovencito de 21 años tomara las riendas de la marca más famosa de Francia. No obstante,Yves, honrado por la enorme responsabilidad, se puso al frente del negocio sin titubear, dándole continuidad a la obra del difunto diseñador.

Los atuendos más importantes

1) 1958- El Trapeze

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2) 1962- Abrigo marinero

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3) 1965- El mondrian

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4) 1965- Vestido de novia tejido

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5) 1966- Vestido Sheer

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6) 1966- Smoking femenino

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7) 1966- El bambara

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8) 1968- Saco safari

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9) 1968- Jumpsuit

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10) 1971- Colección “The Scandal”

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11) 1982- Colección “India”

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La prensa encima

Todos los involucrados estaban contentos con los resultados, salvo el estado francés, que quería reclutarlo para que peleara contra los rebeldes en Argelia, situación que lo ponía en un lugar comprometedor, pues él era oriundo de ahí y sentía un innegable amor por esa tierra. Las crisis de ansiedad y depresión no se hicieron esperar; serían las primeras de muchas y más cuando la prensa empezó a indagar sobre su vida privada, sus preferencias y todo aquello que era parte de su intimidad. Para fortuna, los inversionistas de Dior lograron aplazar su servicio militar para que presentara las primeras seis colecciones. En ellas propuso una silueta más holgada y geométrica, completamente diferente a lo acostumbrado en Dior.

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Antes de él los hombros y cintura sostenían la figura de mujer con kilómetros de tela, haciendo la vestimenta pesada, cuestión que Yves cambió al proponer el ‘trapeze’, un estilo que era más parecido a Balenciaga por lo voluminoso y cómodo; aunado a esto, Yves revolucionó las pasarelas al hacer el guardarropa de día más ligero, mientras que el de noche lo mantuvo sobrecargado al estilo de Monsieur Dior.

Harper’s, Bergé y el servicio militar

Tras el lanzamiento de la silueta del momento, el ‘trapeze’, de Saint Laurent para Dior, la socialité y redactora de Harper’s Bazaar US, Marie-Louise Bousquet, organizó un banquete en honor de Yves, en donde no solo fue vitoreado por sus creaciones, sino que fue seducido por un invitado, el inquietante Pierre Bergé, joven empresario de 27 años. Desde ese encuentro en 1959 hasta el día de la muerte del diseñador, permanecieron juntos queriéndose y apoyándose; tan es así, que cuando Yves fue reclutado por el ejército, Bergé vio la manera de evitar que fuera al frente; lamentablemente no lo logró, pero sí consiguió sacarlo de la clínica Val-de-Grâce, donde se encontraba hospitalizado por depresión e intento de suicidio.

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Cuando retornó a casa se encontró con la desagradable noticia de que lo habían echado y sustituido por Marc Bohan, cuestión que todavía agravó más la frágil autoestima del diseñador, pero no la de Bergé, quien buscó que se le indemnizara. Los accionistas de Dior aceptaron e Yves repensó su destino.

Pritemps o tiempos de florecer...

Con dinero bajo el brazo, un hombre fuerte que lo respaldaba social y moralmente, y todos los contactos en la Cámara Sindical del Vestido, Yves tenía dos opciones: alquilarse una vez más en otra casa de modas o establecer la propia. Animado por todos, en la primavera del 62 comenzó la hazaña más grande de su vida: erigir su propia marca y dictar tendencia, sin el yugo de nadie más que el de su propia conciencia. Surgió entonces “Yves Saint Laurent, Rive Gauche”. En un primer momento, el creador decidió jugar con colores y líneas mucho más desenfadadas, apostando por una nueva manera de vestir en el que la mujer se enfunda en trajes sastres masculinos, con pantalones y abrigos sobrios e imponentes. Durante esa época y la siguiente surgieron sus colecciones más impactantes, inspiradas en las artes, de la que nació el vestido ‘Mondrian’, el tuxedo para mujer y el exótico y exquisito traje ‘Bambara’, tributo al pueblo Mandinga del Este de África.

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Sus creaciones lo catapultaron a la fama y se le comenzó a llamar “El libertador de la mujer” y “El príncipe de la moda”. Incluso, en una de las pocas entrevistas que Coco Chanel otorgó al periódico Le Monde, afirmó que si ella tuviera un heredero, sin duda, sería Saint Laurent, pues al igual que ella, el diseñador entendió en qué reside realmente la feminidad.

Sexy y polémico

De ambos lados del océano solicitaban a YSL. Todo mundo quería un pedazo del genio de la costura, desde Andy Warhol, quien insistía en conocerlo, hasta Luis Buñuel, que le pidió el vestuario de Catherine Deneuve para Belle du jour, donde la rubia utilizó un fabuloso trench negro de vinilo. Así corrían sus días, plagados de invitaciones, por lo cual el modisto empezó a consumir cada vez más pastillas y alcohol para soportar el ajetreo. En ese momento su nombre no solo aparecía en las gacetas de moda, sino en las revistas de chismes, en las que se le retrataba con hermosas modelos y guapos efebos, lo que consternaban a su pareja Pierre Bergé y a los inversionistas estadounidenses que no querían que la firma estuviera ligada a drogas o sexo.

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Esto enfureció a Yves, pues él afirmaba que la vida está hecha de eso, de adicciones y pasiones; entonces creó uno de sus aromas representativos: Opium, un perfume alucinante, pensado para hacer el amor durante noches salvajes. Sin embargo, los accionistas entraron en pánico: nunca una fragancia había tenido una carga sexual tan evidente y creían que nadie querría venderla, pero, ¡oh sorpresa!, fue un éxito inmediato, aun cuando países como España y Egipto prohibieron su venta.

Amistades exóticas

Para Yves fue muy fácil caer en la trampa de quien le adulaba; miles de personas se le acercaban con todo tipo de intenciones para obtener un beneficio, y era bien sabido que su generosidad era tan grande como su talento. Así,aves rapaces de toda clase lo merodeaban para ‘succionarlo’. Es en este punto que Bergé, harto de los devaneos infructíferos de Yves, le sugirió buscar un refugio apartado de la vida agitada en París, donde pudiera diseñar. En ese ir y venir por el mundo, Marrakech apareció como un oasis para él y su camarilla de amigos.

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Pierre se aseguró que solo gente auténtica fuera parte de este clan, ya que no soportaba la idea de ver a su amado intoxicado por drogas o malas influencias, y así terminó estrechando lazos con sus amigas y musas Loulou de la Falaise, Betty Catroux y Catherine Deneuve, al igual que artistas plásticos o políticos como el futuro presidente de Francia, François Mitterrand. De estas visitas a la casa azul de Majorelle surgieron dos de las propuestas más exóticas de su carrera, la inspirada en África y la otra, en Rusia. Y fue entonces cuando recibió el honor más grande que se le puede hacer a un diseñador vivo: una retrospectiva de su carrera en el MET de Nueva York a cargo de la excéntrica exeditora de moda, Diana Vreeland.

Lo mejor para el final

Sin abandonar sus deberes como diseñador, Yves comenzó a retirarse cada vez más de la vida pública, abocándose más a su gran pasión: las artes. Diseñó vestuarios para el bailarín ruso Rudolf Nuréyev, escribió poesía y coleccionó arte egipcio antiguo, junto con su inseparable Pierre Bergé. Así fue que continuó cosechando triunfos y menciones de toda índole, como la de defensor Honoris Causa de los derechos de los homosexuales, la Legión de Honor y varios más. Sin embargo, ya se vislumbraba cierto cansancio en el genio, que buscaba tener una vida más reservada dentro de sus propiedades hasta que llegó la oportunidad más grande de su trayectoria entera como maestro de la moda: Joseph Blatter, presidente de la FIFA, y Jacques Chirac, primer ministro de Francia, le solicitaron vestir a la selección francesa de futbol para el Mundial de Francia 98, además de encargarse de realizar la clausura en el torneo. Por 15 minutos, 300 modelos de diferentes razas desfilaron, al compás del “Bolero de Ravel”, 40 años de alta costura ante un billón y medio de espectadores de todo el planeta, manifestándose por todo lo alto la grandeza de su herencia y la de la nación gala en materia de arte y cultura.

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Al terminar la pasarela, desde una toma aérea se apreciaba el magnífico monograma “YSL”, y la afición ovacionó de pie 10 minutos el fabuloso espectáculo que acababa de presenciar, mientras coreaban “Allez allez les bleus” a todo pulmón. Para Monsieur Saint Laurent fue el momento cúspide de su vida.

El retiro

Cuando regresó a casa después de congratularse con los resultados de su desfile y la victoria de la nación del gallo, Yves sabía que era tiempo de retirarse y de buscar un sucesor; su salud ya no era la de antes y eso era sabido por todos, aun así siguió dando batalla hasta su última colección en 2002 en la que todas sus musas se reunieron para ver por última vez al gran couturier materializar sueños sobre tela. En primera fila se encontraba su madre, la primigenia fuente de inspiración, y en el otro extremo, Laetitia Casta, su última y más querida musa de smoking, quien junto con Catherine Denueve le cantó “Ma plus belle histoire d’amour”, cuya letra en español dice:

“Mi viaje termina y bajo mi equipaje has venido a la cita, no importa lo que quiero decirte, pero te lo diré, tú eres mi más bella historia de amor”.

Culminaba de esta manera la pasarela más íntima de Yvie, el niño que soñaba con servir a las mujeres y emanciparlas de todas las capas de tela y prejuicios innecesarios. En 2008, el segundo argelino más célebre tras Albert Camus, falleció de un tumor cerebral en su residencia de París a la edad de 71 años, con un patrimonio intelectual y material invaluable para la humanidad, así como un imperio valuado en alrededor de 200 millones de dólares y una fama que ni cien años de historia podrían difuminar.

Sus musas

Yves siempre sintió debilidad por las mujeres enigmáticas, aquellas que revelaban poco de ellas, pero que eran un imán de atracción no solo por su apariencia física, sino por su inteligencia, comportamiento y apreciación de la vida.

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Algunas de sus favoritas fueron: Marlene Dietrich, Bettina Ballard, Betty Catroux, Coco Chanel, Suzy Parker, Maria Callas, Catalina la Grande, Elizabeth Arden, Twiggy, Vivien Leigh, Laetitia Casta, Iman, Sayoko Yamaguchi y Casey Hayden. ¿Qué tienen en común? Que sin duda, cada una de ellas, desde su trinchera y contexto, fueron un factor de emancipación y poder femenino.

Amigos y clientes

Yves fue una persona entrañable y perfeccionista en cada rasgo de su vida, desde sus diseños hasta sus ambiciones.

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Siempre buscó dar lo mejor de sí para cada ocasión y más cuando se trataba de hacer encargos especiales para clientes tan importantes, como Michel Foucault, François Mitterrand, Mick Jagger, Cartier-Bresson, Helmut Newton, Fernand Léger, Picasso, Majorelle, David Hockney, Carolina y Estefanía de Mónaco, Diana Vreeland, John Cage, Marguerite Duras, Jean-Paul Sartre, Bianca Jagger y Carla Bruni, entre los más conocidos.

Su vida expuesta en la pantalla

Fue uno de los personajes más queridos del siglo XX, y su vida llena de episodios interesantes ha dado material para un sinfín de libros y biografías. El cine lo ha retratado de diversas maneras, y hay documentales excepcionales, como L’Amour fou, del 2010, e Yves Saint Laurent: His Life and Times, de David Teboul de 2002.

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Por: Carolina M. Payán / Foto: Getty Images.
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